Patinaje sobre escombros, un nuevo deporte en el Prado habanero
No faltan, entre los habaneros que contemplan las piruetas, los que prevén un futuro apocalíptico para el viejo paseo colonial
La Habana/Dan el salto mirando al Morro y con el Capitolio a sus espaldas. Las rampas: un trozo de banco de piedra, vandalizado, o la pieza de hierro que antes decoraba un cantero. El Prado –alguna vez el paseo de más abolengo en La Habana– ahora es suyo y de sus patinetas. A fuerza de acrobacias y carreras, el pavimento lleno de marcas es su más rotunda señal de propiedad.
Los patinadores son muchachos flacos y desgarbados, que llegan al Prado para “despejar”. La mayoría son jóvenes o adolescentes, pero también hay –usando el término criollo– “zangaletones” de barba y bigote. Patineta en mano, con mochilas y pomos de agua, van llegando al paseo a medida que baja el sol.
“Ya empezaron a entrenar”, resoplan varios habaneros, sentados en los bancos que quedan sanos. Los patinadores organizan la “pista” y colocan “obstáculos” para rodearlos, saltar sobre ellos o marcar el inicio y el final de la carrera.
Las medialunas de acero que servían para dar un toque elegante a los árboles ahora están desperdigadas sobre el suelo. Con un movimiento del talón, la patineta levanta su extremo delantero y el acróbata las supera de un salto. Los demás lo celebran. “Llevan tiempo aquí”, dice a este diario uno de los peatones, que lamenta que, para recorrer el Prado, haya que esquivarlos.
“Lo que hacen es destruir el piso”, dice un vecino de la calle Prado, que culpa a los patinadores de desprender los reposabrazos de piedra, colocados desde hace muchas décadas en la rambla. Sobre los espaldares y antiguas farolas, además, ya empiezan a verse los grafitis que otros jóvenes dejan.
Para muchos habaneros, los patinadores encabezan una suerte de invasión hacia la ya destruida parte vieja de la ciudad. El ambiente habitual de quienes practican el deporte suele ser la periferia de las ciudades; el horario, la noche. Los peligros de La Habana nocturna puede ser otra de las causas de esta migración, donde las tensiones entre la circulación peatonal y las acrobacias ya es un hecho evidente.
“¿Ninguna institución responde a estos daños? La Policía que está por el parque y pasa impasible... ¿es que no lo ve? Duele tanta indiferencia”, lamentaba este jueves el cantante y profesor de la Universidad de las Artes Ubail Zamora.
Otros piensan que los jóvenes no tienen adónde ir, y que no cuentan con parques ni zonas adecuadas para el patinaje callejero, si bien opinan que su actividad en el Prado “debería ser un delito”. Para la mayoría, hay una evidente responsabilidad del gobierno local, cuyo desinterés –tanto en los jóvenes como en el patrimonio de la ciudad– es notable.
No faltan, entre los habaneros que contemplan las piruetas de los patinadores, los que prevén un futuro apocalíptico para el viejo paseo colonial. “Hoy son los bancos. ¿Mañana qué será?”, dicen, mientras que por las avenidas que ciñen el Prado pasan, impertérritos, los almendrones turísticos y las patrullas de Policía.