Picadillo de pollo líquido en La Habana, por "solo" 65 pesos
Un producto nauseabundo estaba a la venta este viernes en una tienda de la calle Carlos III
La Habana/La calle es Carlos III, en La Habana; el lugar, un tugurio que es mitad bodega y mitad timbiriche, puede estar en cualquier pueblo de la Isla. Hay una cola frente a la puerta del establecimiento. Sobre sus integrantes, desganados, reverbera el sol del mediodía habanero.
Con la parsimonia de quien tiene todo el día por delante, el vendedor se encasqueta un delantal y agarra una paleta. Es un mulato alto, sudoroso, para quien lavarse las manos antes de manipular comida es una formalidad o una tontería.
"Vamos", dice por lo bajo al primer cliente, que abre la boca de su jaba, tan estrujada y hambrienta como él. La tienda es mixta, lo cual quiere decir que en sus estanterías conviven –cuando hay– cacharros plásticos, instrumentos de cocina que no durarán más de una semana, coladores tupidos y cuchillos sin filo, pero también algún enlatado que aparezca o productos despachados a granel, como el que ahora convoca a la cola.
La mayoría sabe a lo que viene, pero nadie lo calibra bien hasta que no lo ve, lo huele y siente su textura: un picadillo –por usar algún nombre– de consistencia casi líquida, color vomitivo y olor tan nauseabundo como el resto de la calle, a 65 pesos la libra.
Un distraído comete el error de pagar antes de recibir su producto, abre su bolsa y se dispone a recibirlo. No puede disimular el asco, que le revuelve el estómago y casi lo obliga a emitir un improperio. "¿Qué pasa?", pregunta el mulato, mientras remueve ligeramente la mezcla, introduce la mano en la cubeta sin preocuparse por el embarro y saca un buche de picadillo aguado.
"Nada", dice el muchacho acercando la jaba con resignación, "echa pa' ahí".
"Lo mezclan con agua para alargarlo", le explica un anciano que también hace cola, "así ganan un poco más". "Yo me acuerdo de una bazofia así que vendían en el Período Especial", dice otro, "y que presentaban como pasta de oca. La oca es un pajarraco pariente del guanajo, pregúntale a tus abuelos", aclara, riendo con su propia ocurrencia.
Al lado de la cubeta de picadillo hay una lata que se anuncia como pasta de tomate. "Nadie la compra ya, porque la gente sabe con qué la están haciendo", asegura una mujer. "¿No has visto los videos en las redes?: lo mismo le echan guayaba, plátano, que cáscara de cualquier cosa: pero tomate no es".
Después del hedor del picadillo, lo que se respira en el aire es el aroma dulzón del sirope y el mal olor que impregna los comedores cubanos de asistencia social. Los vecinos saben que se trata del mismo sirope que elaboran en una fábrica de esa misma cuadra, vendido no solo en el timbiriche del mulato sino también por la procesión de ancianos y mendigos de Carlos III.
Bien embolsado en la mochila, tocará a las madres y padres cubanos, armados con su arsenal de trucos, diagnosticar cuál es el método que más conviene para cocinar picadillo.
Bien embolsado en la mochila, tocará a las madres y padres cubanos, armados con su arsenal de trucos, diagnosticar cuál es el método que más conviene para cocinar picadillo
De nada de esto se entera, sin embargo, el siempre optimista periódico del Partido. Como si describiera el paraíso, Granma destierra este viernes cualquier temor de los lectores: se prometen, quizás en tiempo, "las entregas de arroz, frijoles, azúcar, sal y aceite", además de los huevos, el café y algún que otro paquete de cigarros.
"Está garantizada" –palabra predilecta del diario– "la leche para los niños, dietas para embarazadas y enfermedades crónicas de la infancia, y en un grupo de territorios se respalda el consumo con leche fluida".
Para los que disfruten un buen baño después de preparar un banquete con los ingredientes normados, no faltará un buen "jabón de tocador por composición de núcleos, la crema dental bimestral y el jabón de lavar".
Desde luego, Granma no ignora que el terror mayor de la población es la escasez de harina, por lo cual garantiza –una vez más el término– la necesaria para "el pan de la canasta familiar". Eso sí, no se responsabiliza con los "corrimientos de los horarios de venta por afectación del fluido eléctrico o transportación de la materia prima".
El cubano que llegue a su casa con la "mercancía" despachada por el mulato bodeguero y lea esta nota del órgano oficial del Partido Comunista tendrá, inevitablemente, que sonreír: de haber sabido que todo –desayuno, almuerzo y comida– estaba garantizado, no habría desperdiciado 65 pesos en el picadillo inmundo de Carlos III.
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