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Presos cubanos trabajan sin salarios y en pésimas condiciones en un hospital de Matanzas

Los empleados de la limpieza no disponen de guantes adecuados y tienen los dedos "carcomidos por el ácido"

En el hospital hay 13 presos trabajando, y los identifica una gigantesca P roja, trazada sobre un pulover raído. / Girón
14ymedio

13 de abril 2025 - 07:05

La Habana/Las manos de los conserjes cubanos lo dicen todo sobre la situación higiénica de los hospitales. Pese a sus esfuerzos –más que evidentes en los callos, llagas y quemaduras químicas de sus dedos– no hay manera de que la situación sanitaria levante cabeza. El precio de su misión imposible lo paga su salud, como admiten varios entrevistados en una crónica publicada este sábado en la prensa oficial de la provincia de Matanzas.

Hacia el final del reportaje, se descubre la razón de sus pésimas condiciones: son presos. Hay 13 de ellos trabajando –sin salario, según da a entender el periódico Girón– en el hospital de Colón. 

Una gigantesca P roja, trazada sobre un pulover raído, señala a los entrevistados por Girón. El periodista se pregunta por el significado de la inicial, y concluye que podría significar “Pedro” o “Pablo”, pero su verdadero significado es “preso”. Es un comentario que marca el tono de la nota, en extremo acerba tratándose de un medio oficial. 

Lo más demoledor del reporte son sus fotos. Sombras –no acceden a identificarse, por miedo a las represalias de los directivos– que avanzan por los pasillos de los hospitales matanceros, manos que empuñan un trapeador gastado, brazos y pies sin protección, y la mayoría en edad de jubilarse o ya muy gastados, por la dureza de su labor. 

Dos de las fotos muestran los dedos “carcomidos por el ácido”, sin uñas. / Girón

Dos de las fotos muestran los dedos “carcomidos por el ácido”, sin uñas. “Los guantes que nos dan no sirven para nada”, dice uno de los dos presos conserjes del hospital de Colón que, “curiosos” por la oportunidad de contar su historia, se dejan entrevistar. “Los que necesitamos son gruesos, de los que llegan hasta el codo. Hace poco hablé con mi sobrino, a ver si me consigue un par. Aquí hasta el nasobuco tengo que ponerlo yo”. 

“Somos muy pocos”, lamenta uno de ellos. Obsesivo con su trabajo, pese a la carencia de medios, y con miedo a que el reportaje describa el estado del centro médico y eso le cueste un castigo, pregunta una y otra vez: “¿Los viste limpios?”. Se refiere a los baños. 

La respuesta –negativa– le sirve al conserje de pie forzado para justificar la suciedad: no solo son pocos, sino que todos tienen la salud destruida por una tarea que, a todas luces, los rebasa. El hospital Mario Muñoz es inmenso. Cuenta con 235 camas y muchas más “problemáticas”, como todos los edificios cubanos. Se construyó para atender las necesidades de una zona amplia y, por ende, su proyecto original incluía una cantidad considerable de baños. 

Su directora dice –"siendo sincera"– que no tiene cómo conseguir guantes. Su alternativa: no limpiar con ácido todos los días. La sustancia ha causado daños a los que apenas llevan allí dos semanas de servicio, dice uno de los reclusos. 

Ahora, décadas después de su fundación y sin el menor mantenimiento, se espera de los reclusos limpiadores que mantengan en buen estado un lugar al que no le basta agua y detergente para eliminar la mugre acumulada durante años. 

La reacción de los pacientes y del personal hospitalario al ver llegar a los periodistas oficiales es reveladora. Cuando se acercan, tapan sus caras “con un pañuelo”. Superado el recelo inicial, hablan hasta por los codos. “El problema es el baño ese, que está en candela”, dice sin tapujos una paciente con una hernia. 

Los reclusos son solo una parte del drama que vive el hospital. / Girón

El baño, en teoría, es limpiado por un recluso por la mañana y por la tarde, según explica una anciana. Cuando la escucha otra paciente a su lado, le espeta: “¡No digas mentiras! El baño no se limpia todos los días”. 

Los reclusos son solo una parte del drama que vive el hospital. A menudo llegan, según su directora, “casos sociales” graves. Se refiere a los mendigos con enfermedades mentales. Uno de ellos lleva “cabellos desgreñados, barba de días, un abrigo inmenso y la pernera derecha de su pantalón remangada hasta la rodilla, dejando ver la piel en carne viva”.

“Las trabajadoras sociales vienen, los ven e identifican sus necesidades: jabón, toalla, cuchara, vaso, etc. Eso que ves es una úlcera. Él puede hacer el tratamiento en su casa, pero nosotros somos muy sensibles con estos casos y casi siempre decidimos ingresarlos, para cuidarlos nosotros mismos”. Ese, como todos los comentarios de la directora, es utópico, como dan a entender los presos. 

Algunos intentan escapar, admite Girón. Una enfermera se encarga de vigilarlos y alguna vez logran huir, porque tampoco hay suficientes enfermeras. 

En el Mario Muñoz, alegan sus dirigentes, nadie se queda sin atención… a la larga. Hay una lista de prioridades que tiene en primer lugar a las embarazadas, en segundo a los niños, y en tercero a los funcionarios del Gobierno. La enumeración deja atónito al periodista, pero la directora del hospital lanza una justificación jocosa: “Un administrador público no puede estar desdentado, ¿no crees?”.

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