El principal hospital de Santiago de Cuba se cae a pedazos y sus médicos se desesperan
Las fotografías tomadas por un doctor muestran la suciedad y el estado lamentable de la unidad quirúrgica
Santiago de Cuba/El Hospital Provincial Saturnino Lora, situado en la céntrica Avenida Libertadores, es el más importante de Santiago de Cuba. Como tal, es el que más especialistas tiene, al que acuden más pacientes, el centro de referencia para los casos más graves. Su unidad quirúrgica, en concreto, es de suma importancia. A ella van a parar, por ejemplo, los heridos en accidentes de tránsito, o enfermos que necesitan operaciones difíciles.
Con esas credenciales, y atendiendo al lugar común que habla de la Isla como potencia médica, cualquiera lo imaginaría, si no moderno –fue “refundado” hace 65 años, como continuación del hospital general creado, en otra locación, en el siglo XIX–, sí cuidado. O al menos, como cualquier centro sanitario que se precie, limpio, con medidas básicas de higiene. Nada más lejos de la realidad.
Goteras recogidas en precarios recipientes reciclados de plástico o de metal, sábanas utilizadas para secar el agua que cae al piso, bombonas de oxígeno oxidadas, enchufes sin tomacorrientes, interruptores salidos del marco, con los cables colgando, como arrancados con violencia, luminarias desbaratadas, sin sus tubos de neón blanco, aparatos de aire acondicionado avejentados, que suenan como el motor de un auto antiguo, ventanas medio rotas, con trazas de pintura verde, paredes descascaradas, azulejos rajados, humedades tan graves que se acumulan en los techos negro sobre negro. El panorama que ofrecen algunas fotografías llegadas a este diario solamente de la unidad quirúrgica es escalofriante.
El suelo, de baldosas de granito, apenas camufla la suciedad en la sección hospitalaria que más impoluta debería estar, por el riesgo de infecciones a las que se exponen los pacientes en una cirugía. Nada de esto dicen las autoridades, sin embargo, al informar de la “reparación capital” a la que el Saturnino Lora está siendo sometido “desde hace varios meses”.
En una nota publicada el pasado noviembre, Sierra Maestra habla difusamente de las “labores constructivas” que se llevan a cabo en el centro. Entre ellas, la “separación de la emergencia y la urgencia”, que aunque son sinónimos en español, es explicado de esta manera por la directora del hospital, Ana Lubín García: “Ahora se podrá cumplir el código de colores: el rojo es ese paciente que tiene un peligro inminente para su vida, el amarillo es aquel que aunque haya sufrido una lesión, su vida no peligra, pero hay que atenderlo con urgencia, y el verde es el que puede llegar por sus medios y que su vida no está comprometida”.
La doctora no alude en ningún momento a la unidad quirúrgica, pero sí a “la farmacia, el banco de sangre, el área de esterilización, electromedicina y la sala de medicina ubicada en el segundo piso”, donde las obras “van avanzando, a pesar de la carencia de algunos materiales caros y de importación”.
Los pacientes conocen bien la situación calamitosa del Saturnino Lora, y pocos se callan ya las críticas, especialmente en redes sociales. En 2020, durante la pandemia de covid-19, cuando, como el resto de centros de la Isla, se vio sobrepasado, fue uno de los que concitó más quejas. A la inexistencia de medicamentos, las precarias condiciones higiénicas –incluida la falta de agua en los baños– y la pestilencia, los santiagueros han sumado en los últimos años denuncias sobre los malos tratos del personal.
Frente a ello, sin embargo, reaccionan los sanitarios rebasados. Así, un médico del propio hospital, que se desahoga con este diario a condición de guardar su nombre: “Los pacientes, en momentos de adversidad extrema, gritan: ¡negligencia médica!, y claman por que los médicos sean guillotinados o quemados en la hoguera. Pero pido que se pregunten: ¿en qué condiciones trabajan nuestros médicos? ¿Se sienten seguros trabajando? ¿Podrán darlo todo por sus pacientes?”.
Con turnos extenuantes y un salario que cubre apenas los gastos cotidianos, sin los insumos oportunos para poder atender a los enfermos, el doctor se siente tan desesperado como la población: “Años de estudio, entrega y sacrificio se tiran por la borda cuando gracias a la desatención, el maltrato y la amenaza muchos abandonan sus carreras. Pocos lo saben y los que sí prefieren callarse”. Y ruego: “La próxima vez que vean a un médico o enfermera, no los juzguen. Ellos no construyen hospitales, ni fabrican medicamentos. Dan su corazón y mucho amor, incluso poniendo su vida en riesgo”.
Lo que sucede en el Saturnino Lora, en cualquier caso, es similar a lo que se vive en el resto de centros hospitalarios del país. Hace justo un año, seis médicos del hospital Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, en Granma, fueron condenados por negligencia médica tras la muerte de un paciente. Uno de ellos, Ristian Solano, el que recibió la sentencia más severa, tres años de prisión domiciliaria, se defendió públicamente explicando que el fallecimiento era inevitable, y declarándose “decepcionado” por la falta de apoyo del Ministerio de Salud, ante el cual él y sus compañeros habían presentado numerosas quejas por la falta de medios.
El caso desató una ola de solidaridad entre los colegas del gremio y en activistas dentro y fuera de la Isla. Por ejemplo, los médicos cubanos residentes en el exterior Alexander Jesús Figueredo Izaguirre, Arnoldo de la Cruz Bañoble, Sergio Barbolla Verdecia y Jorge David Yaugel firmaron una dura carta dirigida al ministro José Ángel Portal Miranda, en la que calificaban de “vergüenza nacional” el castigo a los sanitarios de Bayamo.
“Los acusadores deberían –¿lo saben?– señalar a los verdaderos responsables de esa muerte. Esos médicos también son víctimas del conflicto entre su compromiso profesional y la imposibilidad de tener éxito en las condiciones en que los obligan a intervenir a sus pacientes”, expresaban los doctores en el texto.
Para ellos, ante los tribunales deberían haber comparecido “los responsables por desviar los recursos aportados por las brigadas médicas”. Son “miles de millones de dólares”, señalaban, que el régimen ha recibido en la última década, un dinero que “no se ha invertido en el sistema de salud cubano como se arguyó en su momento para justificar la deducción arbitraria del 70% al 90% de los salarios de los brigadistas durante todos estos años”. Con ello, aseveraban, “habría sobrado para mantener el sistema de salud en óptimas condiciones y pagar salarios dignos a los profesionales del sector”.