Proliferan los mendigos en las calles de Cuba, réplicas vivas de San Lázaro

Foto del Día

Muchos se hacen acompañar de una pequeña estatuilla del santo y una caja de cartón para depositar los quilos

Las miradas, siempre al suelo o perdidas en algún punto de la calle, lo dicen todo.
Las miradas, siempre al suelo o perdidas en algún punto de la calle, lo dicen todo. / 14ymedio
Juan Diego Rodríguez

17 de diciembre 2024 - 21:44

La Habana/En Cuba, todo rincón tiene su San Lázaro. Encorvados, apuntalados por muletas o moviendo su silla de ruedas, vestidos con el yute que caracteriza al santo o con los andrajos de Babalú Ayé, no hay que ir al célebre santuario habanero para encontrarse, frente a frente, con un anciano, un enfermo o un mendigo.   

La gente no sabe bien si este 17 de diciembre se celebra al santo católico que se levantó y anduvo, al pordiosero de los perros o al orisha yoruba. Lo único que está claro es que Lázaro –un nombre que las madres cubanas ponen con frecuencia a sus hijos si el embarazo fue difícil– es sinónimo de sufrimiento, y eso nunca falta.  

Desde la época colonial, cuando los esclavos africanos mezclaron su tradición con la que sus amos les imponían, San Lázaro fue el santo más cercano a lo terrenal y, por tanto, el más venerado; a veces incluso por encima de la Virgen de la Caridad (Ochún) o Santa Bárbara (Changó). Los tambores de su “velorio”, como en la canción de Bola de Nieve, se escuchan desde la noche del 16 de diciembre en cualquier parte del país y las alcancías de las iglesias se colman de monedas recogidas durante todo el año en los hogares.

Silenciosos y en compañía de estos símbolos, rara vez los pordioseros cubanos piden realmente.
Silenciosos y en compañía de estos símbolos, rara vez los pordioseros cubanos piden realmente. / 14ymedio

Al cubano de a pie le importan poco las fronteras teológicas entre el orisha y el personaje bíblico. No hay mendigo en la Isla que no se haga acompañar de una pequeña estatuilla del santo y una caja de cartón para depositar los quilos, pesetas y pesos, y a veces algún billete. 

Silenciosos y en compañía de estos símbolos, rara vez los pordioseros cubanos piden realmente. Se los ve –como el que había este martes cerca del Parque de la Fraternidad–, jorobados, con jabas de nailon alrededor, un pomo con un poco de refresco y alguna pieza violeta, el color de Babalú. 

Reducido a puro hueso, un pordiosero lava sus pies en una zanja de la calle Reina.
Reducido a puro hueso, un pordiosero lava sus pies en una zanja de la calle Reina. / 14ymedio

Las miradas, siempre al suelo o perdidas en algún punto de la calle, lo dicen todo, como la de la anciana que –carrito en mano, sayón de yute, y una cajita con San Lázaro– vendía aceite sentada cerca de una cola. 

En la calle Rodríguez, un “buzo” explora con su muleta un gigantesco vertedero. Reducido a puro hueso, otro pordiosero lavaba sus pies en una zanja de la calle Reina. Basta seguir caminando por La Habana para que la enumeración continúe. 

En la calle Rodríguez, un “buzo” explora con su muleta un gigantesco vertedero.
En la calle Rodríguez, un “buzo” explora con su muleta un gigantesco vertedero. / 14ymedio

En el país de los lázaros, choca el anuncio gigantesco sobre los andamios que rodean el viejo cine Payret, frente al Capitolio. La exposición fotográfica Abuelas y abuelos prestados, de Monik Molinet, es el reverso exacto de la realidad. Rozagantes, apacibles, en casas de placa y con caras de felicidad, los ancianos “prestados” poco tienen que ver con el maltratado Babalú Ayé ni con tantos cubanos que se le parecen.

También te puede interesar

Lo último

stats