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Prostitución, venta de drogas y otros tráficos se han apoderado del Parque de la Fraternidad, en La Habana

Cuando sale el sol y las sombras que habitan el lugar se retiran, lo que se ve es una plaza caída en desgracia

Nada más avanzar desde la calle Reina, cualquiera se percata de que está entrando en un territorio con otras reglas / 14ymedio
Natalia López Moya

03 de agosto 2024 - 19:52

Hay un mapa para cada Habana que se quiera buscar. Si se intentan evitar peligros, zonas inseguras y cuchillos en la garganta, el callejero es uno; pero si el objetivo es el azar, el riesgo y las relaciones furtivas, en plena oscuridad, entonces habrá que consultar otro atlas. El Parque de la Fraternidad está en todos ellos, en los timoratos y en los atrevidos, en los que guían para llegar hasta una esquina iluminada donde tomar un taxi colectivo y también en los que señalan los abismos de una ciudad donde la Policía se hace de la vista gorda cuando quiere.

Nada más avanzar desde la calle Reina, cualquiera se percata de que está entrando en un territorio con otras reglas. De las lámparas que una vez iluminaron ese trozo de jardines y pasos peatonales a un costado del Capitolio de La Habana apenas quedan algunas que enciendan. “Esto se pone oscuro como boca de lobo”, asegura un anciano que duerme en los portales del Palacio de Computación, un inmueble que antaño alojó un amplio mercado de la cadena Sears y que ahora languidece ante la falta de jóvenes que lo visiten y por la llegada del servicio de navegación web a los móviles.

La función de los pedazos de madera que aún no han sido arrancados de la estructura de los bancos puede ser tan amplia como la imaginación lo permita / 14ymedio

El hombre, que se quedó sin un hogar hace más de una década, asegura que antes pasaba las madrugadas sobre un banco del Parque de la Fraternidad pero ahora “el que no está roto está en uso para otras cosas, cuando cae la noche”. La función de los pedazos de madera que aún no han sido arrancados de la estructura de los bancos puede ser tan amplia como la imaginación lo permita. Lo mismo se trafica cualquier tipo de moneda o sustancia que se intercambian favores sexuales. “A partir de cierta hora ya no se debe entrar ahí”, advierte el sin techo. 

Cuando sale el sol y las sombras que habitan el parque de la Fraternidad se retiran, lo que se ve es una plaza caída en desgracia, con hermosos árboles, pero sin casi lugares donde sentarse y una zona de césped cada vez más descuidada. La fila de una cercana parada de ómnibus serpentea entre las raíces de los laureles pero la gente debe apelar al contén de la acera para descansar porque “aquí de cada tres bancos, dos están rotos”, sentencia una anciana que aguarda por la guagua que va hacia Marianao.

Las razones de tanto deterioro son tan variadas como posibles mapas tiene la capital cubana. A la falta de inversión que ha afectado a toda la zona, especialmente tras la muerte del historiador de la ciudad Eusebio Leal, se suma una crisis económica que hace que el vandalismo y el robo de cualquier elemento público se conviertan en formas de apuntalar la sobrevivencia. Si además se añade que muchos de los que pernoctan o se ganan la vida en el parque no están interesados en que los intrusos puedan quedarse, cómodamente a mirar lo que ocurre, completan los motivos para tanta ruina.

Las razones de tanto deterioro son tan variadas como posibles mapas tiene la capital cubana / 14ymedio

Si a finales del siglo XVIII la zona se convirtió en un campo de ejercicios militares, ahora en sus predios se libran otras batallas. La prostitución, la búsqueda furtiva de pareja por solo una noche, los cuerpos que se venden, incluso por debajo de los 16 años, que en Cuba es la mayoría de edad, y el canje de divisas o la venta de drogas han cambiado la razón de ser de una plaza que una vez estuvo a poco de albergar un jardín zoológico.

Sus varias parcelas de diferentes tamaños y sus elementos ornamentales son actualmente el escenario de un país en crisis. En el centro del conjunto, se erige una ceiba, el “Árbol de la Fraternidad Americana” que fue abonada con tierra de cada una de las repúblicas que participaron en 1928 en la VI Conferencia Panamericana. Las leyendas populares han atribuido esa mezcla a un ritual que condena a toda la Isla a la infelicidad eterna hasta tanto no se extraiga lo que supuestamente se enterró en las raíces del árbol.

Sin embargo, no han hecho falta hechizos ni encantamientos malignos para que el entorno de la señorial ceiba se muestre cada día en peor estado. El sortilegio ha sido de otro tipo y se parece más al descuido y a la desidia que a cualquier embrujo centenario.

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