Puercos jíbaros, auras y 'buzos' viven de la basura en un vertedero gigante de Matanzas
Un incendio espontáneo comenzó hace cuatro meses y todavía no se ha apagado
La Habana/Desde las cámaras satelitales se ve como un manchón en las afueras de Matanzas. Quien lo recorre a pie tiene la impresión de visitar un museo de la ruina cubana en los últimos 20 años. Es el vertedero de la ciudad, fundado –si cabe la palabra– en 2003 por las autoridades en una vieja cantera a cuatro kilómetros de la Carretera Central. El diario del Partido Comunista en la provincia lo define como un “viejo retrete excavado en piedra”.
La prensa oficial publicó este sábado fotografías del lugar, donde se arrojan –según los Servicios Comunales– 700 metros cúbicos de desechos cada día. Sin ánimos de ofender, el reportaje deja que las imágenes hablen por sí solas. Auras tiñosas que descansan, satisfechas tras devorar los restos de comida, sobre un manubrio de bicicleta; puercos –“cientos de ellos”– que se refrescan en un charco de mugre; garzas de un blanco inmaculado que sobrevuelan los montículos, en busca de roedores y cáscaras de plátano.
Cuando hay combustible, los camiones de Comunales recogen la basura de Matanzas, bordean la Universidad de Ciencias Médicas y llegan al lugar, visible en Google Maps. El dato –reflexiona Girón– es inútil. A la ciudadela-basurero solo van dos tipos de personas: los que trabajan allí y los que se benefician del vertedero.
Entre estos últimos no solo hay buzos –para quienes cada montículo es una suerte de bufé: se llevan todo lo que puedan cargar–, sino guajiros que sueltan a sus animales para que ellos mismos busquen su alimento. Dan fe de ello no solo los puercos, sino también una vaca blanquinegra que, en una panorámica del basurero que publica el diario, aparece como una figura diminuta entre montañas de desechos.
La cantera era de un guajiro llamado Conrado Marrero, a quien le cambiaron el terreno por “unas hectáreas” de tierra en una zona menos áspera de la provincia. Originalmente era un boquete; ahora ha crecido y –calcula Girón– con la cantidad de basura que se arroja durante cuatro días se puede llenar una piscina olímpica.
El basurero de la Universidad de Ciencias Médicas tiene dos “hermanos menores”: uno en Guanábana y otro en Ceiba Mocha, también en las inmediaciones de la ciudad. Pero ninguno recibe tanta basura como el primero, y si ha visto un alivio en los últimos meses es porque los camiones de Comunales no tienen combustible para seguir el ritmo. La basura que falta en el vertedero, no obstante, permanece en las calles de Matanzas, que amenazan con convertirse en el cuarto y más insalubre vertedero de la región.
La enumeración de objetos que hace el periódico roza el patetismo: un “osito de peluche empercudido” junto a un anacrónico billete de CUC; ataúdes que han perdido sus clavos y forros; íntimas, preservativos, papel sanitario y cables de suero; “raspa de arroz, tomates de corteza negra, frijoles colorados con hongos blancos”; y puercos, muchos puercos.
El caso de estos animales es peculiar. El cuidador del vertedero informa de que se escapan de fincas vecinas y viven allí, jíbaros. Testimonio de ello es que su pelaje es corto y negro, su cuerpo es ágil y se espantan cuando oyen los pasos de quienes van al basurero. También hay gallinas, ratas y moscas al por mayor, además de frecuentes disputas entre “un gallo y un aura” por una porción de terreno.
También hay jejenes, que no solo “lo levantan a uno en peso”, sino que transmiten dengue, Oropouche y otras arbovirosis. El único signo humano –además de las montañas de desechos– es una caseta de madera y un buldócer que mantiene a raya los escombros. “Cuando el viento dirige la hediondez hacia las caseticas de madera donde se realiza la guardia, parece que hueles un cadáver en descomposición”, cuenta el cuidador.
A ese olor se suma la peste a quemado. Su causa también es insólita: un incendio espontáneo en el vertedero comenzó hace cuatro meses y todavía no se ha apagado por completo. El operario del buldócer ha intentado en vano cubrirlo de tierra y lo dejaron así. Es el gas de la basura lo que sigue alimentando el fuego, explica.
El peor enemigo del cuidador son los buzos. No les gusta ser vistos –señala– y él tiene instrucciones de “azorarlos” con gritos. Si no se van, cosa que ocurre a menudo, tiene que llamar a la Policía. El vigilante tenía otra tarea: clasificar desechos para Materia Prima, pero hace rato que no lo hace.
Los reporteros de Girón admiten haber salido del lugar desolados. La única autoridad en el vertedero parecen ser las auras tiñosas, que abren sus alas sobre los túmulos para advertir a los extraños quién manda en cada sector. Una de ellas –se ve en las fotos– mira con insistencia a la ciudad de Matanzas.