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9- Nos pusieron 15 de rodillas en una balsa para cruzar el Río Bravo

Decidí callarme y aguantar, porque habría sido peor si hubiese protestado, pero no tenía derecho; nos hizo cosas feas y sentimos miedo

Ya muy cerca del río, llegaron tres o cuatro personas, uno de ellos con una balsa con capacidad como para seis personas. Nos dijeron que subiéramos quince. (CBP/Archivo)
Alejandro Mena Ortiz

01 de mayo 2022 - 15:15

En aquel matorral teníamos mucho miedo. No sabíamos qué iba a pasar, no teníamos teléfonos, pasaban los helicópteros. Si nos veían, teníamos que correr, pero... no había ni hacia dónde correr. Ahí estuvimos como tres o cuatro horas. Yo escribí con un palillo en una hoja de nopal "patria y vida" y pinté una banderita cubana. Si el día de mañana viene un cubano por aquí y ve esta hoja, va a saber que otro compatriota estuvo aquí.

A las tres o cuatro horas, vino de nuevo la camioneta y gritó la contraseña del código que nos habían dado y tuvimos que salir corriendo. En ese momento nos convertimos en 40, por lo menos, porque habían traído a otros a los que hicieron lo mismo, y ahí ya se formó el desmadre.

Todo el mundo empezó a correr a través de las espinas para intentar alcanzar un puesto en la camioneta. Menos mal que mi amigo nicaragüense me estaba agarrando, porque todo el rato pensaba que me iba a caer, sobre todo cuando el chofer aceleraba.

Ya muy cerca del río, llegaron tres o cuatro personas, uno de ellos con una balsa con capacidad como para seis personas. Nos dijeron que subiéramos quince. Yo me coloqué en el grupo de los primeros, porque pensaba que mi amiga hondureña venía en ese grupo. Sin embargo, no fue así. Cuando miré para atrás, mi amiga ya se había quedado allí y no iba a saber de ella más.

Nos explicaron cómo iba a ser el cruce: ellos iban a tirar la balsa en el río, nosotros íbamos a tener que bajar y arrodillarnos, para que cupiéramos los 15 y el señor que remaba. Y así hicimos. Nos tuvimos que mojar, hasta los tobillos más o menos, y el agua estaba muy, muy fría. Nos montamos, el hombre se subió, el guía también, en la parte de delante, y nos puso a remar a todos con las manos para demorar menos. Remamos, remamos... hasta que llegamos a la otra orilla.

Rápidamente caminamos unos metros. Yo me tiré al suelo, hinqué mis rodillas, pegué la frente al suelo y agradecí: haber llegado vivo, no haber sido estafado, no haber sido secuestrado y muchas otras cosas que desgraciadamente pasan muchísimos migrantes en su travesía hacia Estados Unidos.

Las lágrimas me salieron y llamé a mi primo para decirle que ya estaba ahí, pero no podía ni hablar, porque se me hizo un nudo en la garganta.

Hubo muchas emociones en ese momento, pero, volviendo a la realidad, los señores que nos estaban cruzando desde el otro lado del río nos gritaron: "¡Corran, corran!". Pensábamos que ya venía la migra y nos mandamos a correr. Subimos unas lomitas, bajamos unas lomitas, hasta que llegamos a un lugar y dijimos: "Vamos a quedarnos aquí, a ver si vienen los demás". Pero nunca llegaron.

Cuando llegó la migra, se paró como a unos 50 metros de nosotros. Uno, con voz mexicana, le dice: "Ven, ven, acércate, no tengas miedo". Nosotros echamos a correr de nuevo, porque pensamos que tenían que ser los mexicanos, pero al final los escuchamos hablar en inglés a los oficiales y ya nos entregamos.

Eso fue muy emocionante. Había soldados con ametralladoras AR15, pero nos hacían gestos bonitos, como de recibimiento, igual que los de la Patrulla Fronteriza, que fueron muy amables.

Nos llevaron a un estadio de pelota, donde nos tomaron los datos. Uno allí, el oficial Alvarado, nos repartió en camionetas y, por el camino, nos preguntó por nuestra situación, nuestros países y nosotros le contamos. Se solidarizó mucho.

En el estadio nos quitaron los cintos y los cordones de los zapatos y nos llevaron a un lugar en McAllen, Texas, donde nos clasificaron, nos tomaron huellas digitales y fotos. Nos revisaron y tiraron casi todo a la basura, salvo lo imprescindible. Después nos metieron como 24 horas en unas celdas que llaman hieleras, más de 66 personas. Horrible, apretadisimos.

Algunos cubanos trataron de pedir paso para que me acercara, pero no podíamos, no cabíamos ahí. Al final, gracias a ellos, pude sentarme en una orillita y hacer sitio a mis amigos nicaragüenses. Uno de los cubanos era de Holguín y el otro de Cienfuegos. Me contaron que normalmente se está ahí unos tres días y luego sale con un teléfono para poder estar en contacto todas las semanas con un oficial de migración al que hay que mandar una foto actual y la ubicación del dispositivo. O sea, como si tuvieses un grillete, porque no puedes alejarte del área delimitada.

La comida era bastante buena, así que yo pensé que se aguantaría fácil, pero la felicidad en casa del pobre dura poco. A nosotros no nos sacaron con un teléfono y ya: nos metieron en un bus, a casi 60, hasta otra hielera. Y el oficial de la Patrulla Fronteriza nos intimidó. En un español bastante machucado, dijo: "¿Quiénes son los cubanos aquí?". Levantamos la mano casi 20. Entonces apostilló: "Ok, deben saber que a mí me caen mal los cubanos y yo soy el jefe de esto. Los cubanos piensan que esto es Disneyworld, así que al que haga alguna gracia conmigo le voy a poner la cara contra el piso".

Hay guardias fríos o indiferentes, pero como este, ninguno. A él le tocó revisarme y me dio incluso una patada en un tobillo para que abriera más los pies todavía. Decidí callarme y aguantar, porque habría sido peor si hubiese protestado, pero no tenía derecho; nos hizo cosas feas y sentimos miedo. A un nicaragüense le estrelló contra el piso y le hizo una llave porque le fue a preguntar algo. A un señor mayor, que se sentía mal y pidió ir a la enfermería, le dijo: "Muérete".

El día de mi cumpleaños fue el que me sacaron de esa 'hielera'. Me sentí muy mal porque nos esposaron, y a mí nunca me habían esposado, ni en Cuba

En esta prisión, en esta hielera, estuvimos cinco días que a mí me traumatizaron. La dieta era exigua: un burrito por la mañana, un juguito y unas galleticas a mediodía, otro juguito y otras galleticas a las seis de la tarde, otro burrito a las diez de la noche y se acabó. Bajé 17 libras, pero otro muchacho que estuvo nueve días, perdió 20. Esto lo sabemos porque al otro lugar donde llegamos nos pesaron. El cambio fue increíble.

En este otro lugar había bastantes cubanos y un día escuché a uno debatiendo con un venezolano, al que le decía: "Tú puedes criticar cualquier cosa de mi país, pero la educación no, porque es la mejor del mundo". Yo, lentamente, me giré hacia donde estaba ese muchacho y me enfrenté a él. Le dije que eso era mentira, que cómo podía decir eso después de haber huido de una dictadura, tan adoctrinado estaba.

Muchos ahí me apoyaron y, en fin, discutimos, pero solo debate, nada violento.

El día de mi cumpleaños fue el que me sacaron de esa hielera. Me sentí muy mal porque nos esposaron, y a mí nunca me habían esposado, ni en Cuba. Me pusieron esposas en las manos, en los pies y en la cintura: nos encadenaron y nos hicieron salir hacia un bus en el que nos llevaron a una prisión cerrada. Yo eso no lo entendí, no lo esperaba y esto era, parece, por el volumen tan grande de migrantes que había.

Allí nos sentimos presos, pero con mejores condiciones. Mucho mejores. Teníamos un dormitorio de 80 camas, en literas. También duchas con agua caliente y televisores de 55 pulgadas en el dormitorio. Además, los guardias daban un trato muy bueno. Muchos no hablaban casi español, pero yo hacía de intermediario.

En ese lugar ya pude llamar a mi primo y decirle: "Brother, estoy preso, hermano, estoy preso", y no pude hablar más, porque me rajé a llorar.

Mañana

Capítulo final: Unos días de cárcel en Texas y el sabor desconocido de la libertadUnos días de cárcel en Texas y el sabor desconocido de la libertad

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