Los migrantes cubanos suspiran por un "milagro" para quedarse en Panamá

Este reportaje se ha realizado con el auspicio del Pulitzer Center on Crisis Reporting

Mario J. Pentón

29 de junio 2017 - 11:26

Ciudad de Panamá/En la radio se escuchan temas del momento que son amplificados por decenas de altavoces ubicados en comercios y hogares. Temas de salsa, reguetón y merengue retumban en calles estrechas junto a edificaciones de mediados del siglo XX. Podría parecer La Habana, pero Rita María Triana sabe que no lo es.

La capital cubana –en la que nació Triana– queda a 1.500 kilómetros de distancia. En Ciudad de Panamá decenas de cubanos como ella viven indocumentados y trabajando de forma clandestina tras el fin de la política estadounidense de pies secos/pies mojados en enero pasado.

"Fue bien feo aquello, bien duro, bien triste. La desesperación del cubano con tal de lograr la libertad hace que uno haga cosas incluso contra la salud", dice Rita María mientras rememora el recorrido por las selvas del Darién, donde se fracturó dos costillas cuando cruzaba un río caudaloso.

Triana es gastroenteróloga y psicóloga. Tiene 57 años y durante 35 trabajó en un hospital en Cuba, pero tuvo que renunciar por el parkinson de su madre.

Como buena parte de los cubanos que emprenden el viaje a través de las rutas continentales para llegar a Estados Unidos, la médica vendió cuanto tenía en la Isla para reunir el dinero del viaje

"Comencé a trabajar como sirvienta ganando 15 dólares al mes. Con ese dinero iba ahorrando lo que podía para ayudarla en sus necesidades", cuenta.

Como buena parte de los cubanos que emprenden el viaje a través de las rutas continentales para llegar a Estados Unidos, la médica vendió cuanto tenía en la Isla para reunir el dinero del viaje y partió junto a su hija y su yerno hacia Trinidad y Tobago.

Después viajó a Guyana y en una lancha llegó a Venezuela. Cruzó Colombia a base de sobornos y se adentró en la selva. En el albergue de Cáritas recibió la noticia del fin de la política de pies secos/pies mojados.

El 12 de enero de este año Estados Unidos y Cuba firmaron un nuevo acuerdo migratorio que eliminó la política especial de refugio que concedía a todos los cubanos que pisaban territorio norteamericano la posibilidad de residir legalmente en ese país hasta su posterior regularización bajo la Ley de Ajuste Cubano.

"Estados Unidos en lo adelante aplicará a todos los ciudadanos cubanos, de conformidad a sus leyes y normas internacionales, el mismo procedimiento y normas migratorias aplicados a los ciudadanos de otros países", decía la declaración conjunta firmada por ambos Gobiernos.

"El recibimiento que le dimos a Obama fue muy por encima de lo que él hizo después. Defraudó a los cubanos", dice con tristeza. "Nos hemos quedado varados todos por una cosa que nadie esperó de él", lamenta Rita María.

Triana vive ahora en la casa de un colombiano que ha acogido a varios cubanos de manera desinteresada, aunque, en agradecimiento, la médica realiza las labores hogareñas. Llegó ahí tras rechazar la propuesta del Gobierno panameño que buscaba relocalizar en mejores condiciones a unos 300 cubanos que se encontraban en el albergue de Cáritas.

Aquellos cubanos que decidieron acogerse al programa del Gobierno fueron llevados a Gualaca, en el occidente del país, a la espera de que se tome una decisión sobre su futuro (deportarlos, acogerlos o enviarlos a un tercer país).

Más de la mitad de los migrantes se quedaron como indocumentados en Ciudad de Panamá. Tanto Rita María como sus familiares permanecen ocultos por miedo a ser detenidos

Más de la mitad de los migrantes rechazaron la opción de las autoridades y se quedaron como indocumentados en Ciudad de Panamá. Tanto Rita María como sus familiares permanecen ocultos por miedo a ser detenidos por las autoridades migratorias y deportados a Cuba.

"Estamos esperando a que el presidente [Juan Carlos] Varela o el encargado de Migración [Javier Carrillo] se compadezcan de nosotros. Solo pedimos que nos dejen estar aquí para trabajar honradamente", dice.

Yuniel Mesa, también migrante, conoció a Triana en el albergue de Cáritas en Ciudad de Panamá. Desde entonces no se han separado. Villaclareño de origen, cuida uno de los locales de su anfitrión colombiano, que prefiere permanecer en el anonimato.

"Mi recorrido comenzó en Guyana y luego seguí por Brasil, Colombia y Panamá", dice Mesa, de 36 años, quien era cuentapropista en Cuba y atendía una finca y varios negocios. En Panamá trabaja como albañil "por la izquierda".

"Trabajo por una miseria, pero tengo que hacerlo para comer y salir adelante", dice mientras espera "un milagro" que le permita legalizarse en Panamá o acogerse a la condición de refugiado en un tercer país. En Cuba tiene a su hija y a su madre, quienes le proporcionan las fuerzas para levantarse cada día, según cuenta.

El migrante dice que no fue a Chiriquí por temor a ser deportado. "Cerca de ese lugar hay un aeropuerto y pensamos que era una trampa", agrega.

Lo peor para Mesa es el miedo con el que cada día va a trabajar. "En cualquier momento te puede descubrir la policía migratoria y deportarte a Cuba. Esa es nuestra principal preocupación", explica.

"Ya no esperamos nada de Trump, queremos legalizar nuestra situación aquí para trabajar. A Cuba no voy a regresar porque no hay futuro alguno. El Gobierno no quiere que haya cambios y mientras tanto el pueblo es el que sufre", añade.

El pasado 16 de junio el presidente de EE UU, Donald Trump, presentó su nueva política hacia Cuba en el teatro Artime de Miami. En su discurso dijo que no restaurará la anterior política migratoria "para evitar que los cubanos arriesguen sus vidas en viajes ilegales a Estados Unidos".

Las autoridades panameñas, por su parte, han dejado claro que para aquellos migrantes cubanos que no aceptaron ir al campamento de Gualaca, en la provincia de Chiriquí, la única opción viable es la repatriación.

"Mientras no sea nada de política, de cualquier otra cosa podemos hablar", advierte Otoniel Tápanes Fleites, chófer y mecánico de profesión que salió de su ciudad natal, Santa Clara, con rumbo a Guyana para buscar una ruta hacia Estados Unidos.

"Por mar son como 8.000 o 10.000 dólares y yo no tenía tanto dinero. Escasamente pude comprar el pasaje a Guyana. Luego trabajé en Brasil por más de un año como mecánico, intentando reunir el dinero para continuar el viaje", relata.

Tras cruzar Venezuela y ser extorsionado por la Policía Nacional Bolivariana, fue deportado por las autoridades colombianas hacia Brasil. En ese país tuvo que trabajar nuevamente para reunir el dinero necesario para seguir su camino. Atravesó Perú, donde enfermó de malaria y fue curado por los indígenas. Una vez recuperado, cruzó Ecuador y volvió a entrar a Colombia clandestinamente.

Finalmente, tras atravesar el conocido Tapón del Darién (una zona de selva fronteriza con Panamá y de difícil acceso), se enteró de que la política estadounidense de admisión de los migrantes cubanos había cambiado.

"En todas las esquinas hay un retén. En todas las esquinas tienes que estar escondido. Estamos como las ratas"

"En todas las esquinas hay un retén. En todas las esquinas tienes que estar escondido. Estamos como las ratas", dice sobre su condición actual de emigrante indocumentado.

Tápanes ha improvisado un taller de mecánica en el portal de una casa.

"Esta gente es como mi familia y la viejecita como mi madre. Me han ayudado con las herramientas y con el espacio para que trabaje. Ya hasta tengo alquilado mi propio espacio para vivir", dice orgulloso.

Al santaclareño no le falta trabajo porque como cubano está acostumbrado a buscarse la vida con las herramientas que tiene y además cobra menos que la competencia.

"Yo no puedo estar trancado", dice refiriéndose a los 126 cubanos que se encuentran en el campamento de Gualaca, en Chiriquí.

"Si Trump no acaba de decidir lo que va a hacer con nosotros, lo único que espero es que nos permitan trabajar honradamente", añade ilusionado.

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Este artículo forma parte de la serie “Una nueva era en la migración cubana” realizada por el diario 14ymedio, el Nuevo Herald y Radio Ambulante con el auspicio del Pulitzer Center on Crisis Reporting.

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