Reabren los restaurantes de La Habana con precios exorbitantes y aforo completo
La reapertura, sin embargo, no cautiva por igual a los propietarios privados
La Habana/En Rey & Gaby todo está reservado. Hasta noviembre es imposible conseguir una mesa para sentarse en este restaurante privado de El Vedado que antes de la pandemia siempre tenía mesas vacías y ahora, con la reapertura de la gastronomía en La Habana se ha convertido en un local codiciado. Y eso a pesar de los precios. "La pizza Rey está a 150 pesos, que serían como seis CUC, y antes costaba tres", calculaba al vuelo una clienta que miraba la carta en la entrada este fin de semana.
El caso no es único. La cocina de Esteban, ubicada en el mismo barrio, también está hasta arriba con las reservaciones. Aunque el local es grande y planean dar mesa a quien se coloque en la cola, la expectación de los habaneros ante la reapertura de los restaurantes desde el pasado 24 de septiembre sigue desbordando todas las previsiones y alcanza, incluso, a los locales del Estado.
En la pizzería de la calle I, esquina con 23, la cola era de cinco personas la tarde del viernes. "Puedes marcar y, si hay espacio disponible, pasas pero es por reservación", dice una empleada del local estatal, y apunta con el dedo a una tablilla con precios. "Todo ha subido muchísimo. Antes, con seis o diez pesos aquí te comías una pizza, y ahora vale 40", se queja un hombre de unos 60 años que espera su turno junto a sus dos nietas adolescentes.
"Todo ha subido muchísimo. Antes, con seis o diez pesos aquí te comías una pizza, y ahora vale 40"
La reapertura, sin embargo, no cautiva por igual a los propietarios de restaurantes o cafeterías. Bárbaro Domínguez ha pasado una cuarentena que, asegura, le enseñó "muchas cosas de cómo hacer negocios". Por eso no se plantea poner de nuevo en marcha la venta de pizzas y comida rápida en el portal de su casa, próxima a la Vía Blanca.
"Cuando cerré había 1.000 casos de covid por día en todo el país y me parecía mucho, ahora nos dicen que podemos abrir y no creo que mi familia vaya a estar segura en estas condiciones", reconoce. "Nosotros vivimos aquí. La cama donde duerme mi hija tiene una ventana que da al mismo portal donde despacho las pizzas. Si alguien estornuda afuera se le mete el coronavirus debajo de la sábana".
Domínguez sí planea seguir con la venta a domicilio, que considera mucho más segura. "Me va mejor con eso, dudo que antes de fin de año esté otra vez detrás del mostrador en el portal", advierte, aunque no todos los cambios los atribuye a la pandemia. "Mi negocio está asociado a varios sitios digitales en los que la gente de fuera de Cuba compra comida en dólares para sus familiares que viven aquí. Pagan en moneda de verdad".
La cafetería de Domínguez se ha transformado, con los nombres de Mercadito XL o Hasta tu casa, en un pequeño supermercado que lleva hasta la puerta de la vivienda del destinatario desde un paquete de salchichas a una bolsa con diez panes precocinados o una caja de cerveza. "Me quito de encima un montón de problemas, el borracho que viene a molestar en mi portal y los inspectores que siempre quieren más y más dinero".
"A todos esos que han abierto terrazas la gente se les está quejando con los precios, porque, claro, venden en pesos cubanos y tienen que convertir un dólar a 70 o hasta 80 pesos. Todos los días tienen que escribir los precios en la tablilla porque no hay seguridad de nada. Yo solo vendo en dólares, mi mercancía la compra el que tiene fulas", insiste.
Domínguez ha puesto a remate varios productos de su cafetería. "Vendo barra, refrigerador con puerta de vidrio para muestras, banquetas altas de madera y un fregadero con escurridor para labores de cocina", detalla el anuncio publicado en varios sitios online.
Pero una cerveza no sabe igual en casa. Al menos eso piensan Dayana y Mónica, una pareja de jóvenes cubanas que lleva "un año sin estar frente a frente en la mesa de un restaurante". Nada más levantarse las restricciones, se fueron al Máximo Bar, un local privado cercano a la entrada de la bahía de La Habana.
"Entre las dos gastamos más de 3.000 pesos, pero no solo pagamos por los productos, sino por la oportunidad de estar en un lugar público compartiendo comida y bebida", reconoce Dayana. Las jóvenes se conocieron en marzo de 2020 y su relación ha estado marcada por la pandemia, por lo que disfrutan pudiendo estar juntas al fin en un restaurante.
"Entre las dos gastamos más de 3.000 pesos, pero no solo pagamos por los productos, sino por la oportunidad de estar en un lugar público compartiendo comida y bebida"
"Sí, es caro, pero estamos dispuestas a pagar por el momento, llevamos meses pensando en esto y aunque nos hubieran pedido un lingote de oro... lo hubiéramos conseguido, aunque no sé si mañana estaré dispuesta a hacer lo mismo. Hoy, porque es hoy y es la primera vez, pero ya la próxima vengo revisando los precios y tal vez tenga que conformarme con otro lugar", admite.
También están los que se asustan con los ceros que crecen en las cartas de los restaurantes. En el muro del Malecón, algunos llevan su termo con café o té, su escondida caneca de ron casi oxidada después de meses sin usarse. "Aquí, antes, los problemas eran otros: eres cubano o turista; pagas o no pagas... pero ahora todos tenemos miedo. Nadie se acerca a empinarse un trago de una botella ajena", advierte Lázaro, un pescador de las cercanías de La Punta.
"El borrachín que venía todos los días murió por covid en marzo y el pescador con el que compartía calandracas se partió en julio. Solo me he quedado yo en esta zona y, si antes tenía que espantar a los molestos, ahora tengo ganas de que la gente se me acerque, pero no lo hace. Ni pican los peces ni se acerca nadie".
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