Restaurada con fondos de origen desconocido, la iglesia de Reina, en La Habana, cumple 100 años

Los encargados de la obra alegan no estar autorizados para ofrecer detalles sobre el proyecto

Construida hace un siglo por la entonces todopoderosa orden jesuita en Cuba, la iglesia recibió el apadrinamiento de importantes familias. (14ymedio)
Construida hace un siglo por la entonces todopoderosa orden jesuita en Cuba, la iglesia recibió el apadrinamiento de importantes familias. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

22 de noviembre 2023 - 20:50

La Habana/Altares sin polvo, pintura reciente y vitrales luminosos. La iglesia del Sagrado Corazón de la calle Reina, uno de los edificios más emblemáticos de Centro Habana, llega a su centenario tras una reparación capital. La retirada de los andamios y la pulcritud del interior del templo dejan, sin embargo, numerosas preguntas. ¿Quién financió el arreglo? ¿Cuánto costó? ¿Puso alguna traba el Gobierno a la orden jesuita –que administra el lugar desde su consagración en 1923–, con la cual ha tenido varias fricciones en los últimos años?

El hermetismo de Jorge Luis Rojas, el sacerdote encargado de las obras, es absoluto. Preguntado por este diario, el clérigo prefirió no dar detalles sobre el proyecto y alegó no estar autorizado para revelar quién pagó por la obra o si esta recibió asesoría o financiamiento de la Oficina del Historiador de La Habana.

No obstante, la calidad de la restauración y su rapidez –duró menos de tres años, a tiempo para el centenario– sugieren que fue la propia Iglesia católica, a través de sus asociaciones financieras, además de la orden jesuita, quienes desembolsaron la cantidad necesaria.

Dos de estas organizaciones, que pagan habitualmente por las construcciones de la Iglesia católica en la Isla, son las alemanas Adveniat y Kirche In Not, que se definen como "instituciones benéficas mediadoras basadas en donaciones". Sin embargo, 14ymedio tampoco pudo obtener confirmación de los jesuitas habaneros sobre la intervención de estas organizaciones en la obra de Reina.

"Se hace con el dinero de la Iglesia", dijeron a este diario, lacónicamente, las vendedoras de estampitas que trabajan en la entrada del templo.

Lo que sí es seguro es que la orden religiosa necesitó, en todo momento, los permisos y recursos del Gobierno para llevar a cabo una obra de ese calibre. De momento, los últimos pasos del arreglo se dan en el exterior: la emblemática torre, una de las estructuras más altas de la capital, permanece todavía cubierta por andamios y mallas protectoras.

La iglesia de Reina –como la conocen los habaneros– no solo es uno de los templos más suntuosos de la ciudad, sino uno de los que primero se atrevió a colocar adornos navideños de forma semipública, durante el Período Especial. Los niños y adolescentes de Centro Habana (Los Sitios, Pueblo Nuevo, Cayo Hueso y otros barrios) se habituaron a entrar en busca del belén o nacimiento –la maqueta que representa el poblado donde nació Cristo– y el inmenso árbol de navidad, decorado con guirnaldas.

Construida hace un siglo por la entonces todopoderosa orden jesuita en Cuba, la iglesia del Sagrado Corazón recibió el apadrinamiento de importantes familias republicanas. Un sacerdote, Luis Gogorza, y un arquitecto, Eugenio Dediot, fueron los encargados de su ejecución.

Durante la República y los primeros años de la Revolución, en Reina se dieron cita varias organizaciones que Fidel Castro –alumno, él mismo, de colegios jesuitas– persiguió y disolvió. Es el caso de la Agrupación Católica Universitaria, fundada por el jesuita Felipe Rey de Castro en 1927. La Agrupación se convirtió en un dolor de cabeza para Fulgencio Batista, tras publicar una encuesta sobre el deterioro del país durante su mandato, y luego para el régimen de Castro, pues muchos de sus miembros protestaron –y tomaron las armas– contra la deriva comunista de la Isla.

Poco de ese pasado se recuerda, sin embargo, en el antiguo templo neogótico. En medio de una crisis que afecta cada aspecto de la vida cotidiana, los habaneros entran a Reina para dejarse impresionar por los vitrales y, quizás, para olvidar que el resto de La Habana, con excepción de una parte del centro histórico, no tiene benefactor que la restaure.

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