Rosalía, un campo olvidado en el centro de Cuba

Quienes deciden quedarse, se aferran a los cultivos y a mantener sus fincas para vivir

Una de las viviendas del olvidado campo de Rosalía, en Camajuaní. (Yankiel Gutiérrez Faife)
Una de las viviendas del olvidado campo de Rosalía, en Camajuaní. (Yankiel Gutiérrez Faife)
Por Yankiel Gutiérrez Faife

19 de marzo 2022 - 13:29

Camajuaní (Villa Clara)/Rosalía es una zona de campo en Camajuaní, pobre y en decadencia, como tantos pequeños pueblos de Cuba. Ese lugar lleno de historia, que fue próspero gracias a la actividad azucarera, se ve hoy casi abandonado por su población, pese a sus buenas tierras y su clima fresco.

En sus mejores tiempos, ese lugar de la provincia de Villa Clara tenía un centro de acopio y un ferrocarril, con su chucho, que hoy son solo ruinas; hubo una enfermería para pequeños auxilios que desapareció y hasta la escuela primaria ha recibido alarmas de desaparecer. La localidad es tan pequeña que solo tiene un camino con uno que otro pantano, que dificulta el traslado de sus ciudadanos.

El transporte se hace en carretones familiares y bicicletas, pero no todos tienen. Hace años existía un ómnibus público con varias frecuencias diarias, pero al paso del tiempo disminuyó y llegaba solo "cuando podía". Después de la pandemia se eliminó y ha dejado a los pobladores sin medios de transporte.

Cada mañana se avistan algunos niños, jóvenes y adultos en el portal de la bodega, al lado del terraplén, esperando que alguien, encarecidamente, les haga el favor de llevarlos hasta Taguayabón

Cada mañana se avistan algunos niños, jóvenes y adultos en el portal de la bodega, al lado del terraplén, esperando que alguien, encarecidamente, les haga el favor de llevarlos hasta Taguayabón, el vecino pueblo, donde están sus escuelas y por donde pasa la carretera que conecta a Camajuaní y Remedios.

Elisa es una de esas pocas jóvenes con bicicleta y a diario, a las 5:00 am, pedalea los cuatro kilómetros para llegar a la carretera, donde abordará un transporte para llegar a su labor de costurera.

Como ella, hay otras mujeres que trabajan en las afueras y que llevan a sus niños a la escuela en bicicleta.

El olvido en el que ha quedado Rosalía hace que muchos de sus habitantes piensen en migrar, aunque sea a cuatro kilómetros de distancia, a Taguayabón, donde la vida se hace más fácil.

Otros, a pesar de las carencias, apuestan por seguir manteniendo sus fincas llenas de cultivos, ganado, caballos, aves o colmenas. Es el caso de Lele, como sus vecinos le dicen cariñosamente, un hombre que desde hace 10 años es apicultor y, entre septiembre y noviembre, carga su carretón de bueyes con las herramientas para recoger la miel.

Lele entrega su producto al Estado, quien lo exportará al mercado europeo y la miel de Rosalía terminará vendiéndose en un mercado de Alemania a un precio que el apicultor no se imagina y del que recibe una mínima parte.

Juan, otro residente de Rosalía, sobrevive gracias a la pequeña finca heredada de sus abuelos y a sus cosechas de yuca, maní y, a veces, frijoles, que le ayudan a alimentar a su familia y a enfrentar las carencias generalizadas en la Isla.

En el campo, escasean aún más que en las ciudades productos como el aceite, que alcanza los 600 o, incluso, los 700 pesos cuando se encuentra.

A pesar de todas las dificultades, Lele, Elisa y Juan han tomado la decisión de seguir con su vida en Rosalía y han resistido a la tentación de mudarse a Taguayabón, como lo han hecho muchos de sus vecinos en busca de servicios ahora inexistentes en su pequeño pueblo.

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