Ruina y abandono, las nuevas estampas habaneras dan pena en lugar de gracia
Las imágenes recogidas por ‘14ymedio’ muestran una capital sucia y llena de mendigos
La Habana/Mucho ha cambiado La Habana desde que, en 1837, el pintor francés Federico Mialhe llegara a Cuba a hacer fortuna con sus pinceles. Ciudad vibrante y próspera, las estampas que dejó recogidas en múltiples grabados contrastan con las imágenes que recogen los reporteros de 14ymedio: una capital arruinada, sucia y llena de mendigos.
Sin embargo, a quien recorre las calles de la ciudad le deparan cruces a menudo insólitos. Si en el siglo XIX Mialhe captó el instante en que un quitrín transportaba a tres jóvenes refinadas junto a la Fuente de la India –ubicada hoy en el Paseo del Prado–, este diario vio este martes una escena similar. Agobiados por el calor de agosto, una familia de habaneros, en camiseta y chancletas disfrutaba de un paseo análogo.
A sus espaldas, sin embargo, no eran las palmas reales y las esculturas neoclásicas lo que se advertía, sino la silueta de un edificio en derrumbe y las planchas de zinc que contienen sus escombros. El caballo tampoco recuerda al del francés, erguido y bien enjaezado; el del siglo XXI tiene más en común con el desgastado Rocinante, como él, flaco.
Incluso los mendigos han cambiado, si bien La Habana nunca ha carecido de ellos
En La Habana de Mialhe –cuyos grabados fueron recogidos y divulgados por el coleccionista exiliado Emilio Cueto– había magníficas rejas y vitrales; en la de Miguel Díaz-Canel, el enrejado es indispensable contra los ladrones y las ventanas suelen tener sus persianas rotas. En lugar de plazas amplias, con los habaneros paseando cada domingo, hay basura y calles desiertas. Más que una capital, no pocas zonas de La Habana parecen un pueblo de mala muerte.
Incluso los mendigos han cambiado, si bien La Habana nunca ha carecido de ellos. Una colección célebre como el llamado Álbum californiano –impreso en 1850– los mostraba en actitudes típicamente criollas, como fumar tabaco o explorar las frutas del mercado. Entonces, con casacas pasadas de moda, largos puros y petacas de ron, eran motivo de risa para el pintor.
No hay quien se burle hoy, sin embargo, del mendigo que arrastraba su carretilla este lunes por Centro Habana, a pocos metros de la oficina principal de Etecsa. Descamisado, en puro hueso y cargando sacos y pomos, solo tiene un elemento común con los pordioseros de La Habana colonial: su sombrero blanco ladeado, como mismo lo usaban los protagonistas del Álbum californiano antes de ofrecer “argumentos sólidos” con sus puños.
Si en los años 50, fotógrafos notables como Korda o Jesse Fernández mostraban las luces de la ciudad nocturna, hoy solo se pueden mostrar estampas de un apagón
Mirar La Habana a través de sus imágenes da mucho que pensar: en 1762 un dibujante recogió el momento en que los buques de Inglaterra entraron a invadir La Habana; este año, 14ymedio captó la entrada de varios barcos de guerra de Rusia. En 1847, Eugenio Laplante dibujó la vertiginosa rutina de un ingenio cubano; hoy la prensa oficial se cuida de mostrar el fracaso de la zafra y la precariedad de los centrales.
Si en los años 50, fotógrafos notables como Korda o Jesse Fernández mostraban las luces de la ciudad nocturna –la de Cabrera Infante, Graham Greene o Hemingway–, hoy solo se pueden mostrar estampas de un apagón. En La Habana que sobrevive a Fidel Castro y sus herederos sólo las ruinas –que conservan cierta dignidad– permiten dar crédito a los elegantes grabados de antaño.