San Antonio de los Baños, del humor al horror

El paso del huracán Rafael por Artemisa y otras provincias occidentales atizó el desespero del pueblo donde estalló el 11J

La escasez de gas licuado, los prolongados apagones y un aumento considerable en el costo de la vida son los problemas que más atormentan a los ariguanabenses.
La escasez de gas licuado, los prolongados apagones y un aumento considerable en el costo de la vida son los problemas que más atormentan a los ariguanabenses. / 14ymedio
Yankiel Gutiérrez Faife

08 de diciembre 2024 - 14:35

San Antonio de los Baños/La protesta del 11 de julio de 2021 sigue presente en la memoria de San Antonio de los Baños, en la provincia de Artemisa. Fue un grito desesperado frente a una acumulación de problemas que aún permanecen sin resolver. Los habitantes de la que alguna vez fue la “Villa del Humor” –el título no es poca cosa en un país tan guarachero– ahora solo pueden enumerar pesares.

Fundado por emigrados canarios, en San Antonio vivieron o expusieron sus obras caricaturistas de la talla de Eduardo Abela y René de la Nuez. De tiempos mejores dan testimonio el Museo del Humor Gráfico, fundado en 1948, una Bienal del Humor que se celebra desde 1979, y la Escuela de Cine y Televisión, que todavía goza de cierto prestigio en el extranjero. 

La vida real, sin embargo, va por otra parte. Los cerca de 50.000 ariguanabenses que allí viven aún han choteado el título de antaño y lo han sustituido por uno nuevo, Villa del Horror, más a tono con los edificios derruidos, las calles desoladas y la expresión fúnebre de sus habitantes. 

En los mercados de San Antonio, el precio de las viandas se ha disparado, alcanzando cifras que algunos consideran impensables.
En los mercados de San Antonio, el precio de las viandas se ha disparado, alcanzando cifras que algunos consideran impensables. / 14ymedio

Tania, una profesora del pueblo, ha confeccionado una pequeña cronología del desastre: durante el Período Especial, las condiciones fueron muy difíciles, entre los apagones y el cese de la vida nocturna y cultural; a partir del año 2000 hubo una tregua; pero después la pandemia se ha “visto y vivido lo que nunca antes”. 

No son problemas que el resto de Cuba desconozca, pero el paso del huracán Rafael por Artemisa y otras provincias occidentales atizó el desespero de la gente en el pueblo. El ciclón arrancó techos, dejó calles inundadas y numerosas instalaciones maltrechas. Muchos hogares han tocado fondo. 

Lo sabe bien Delia, un ama de casa de 52 años que ve cómo, cada día, una procesión de vecinos sale con sus cubos a cargar agua desde el río Ariguanabo. "Conseguir una pipa de agua cuesta 2.500 pesos, y yo no tengo dinero para estar comprando dos pipas a la semana. Así que, cuando no hay más opción, voy a lavar ropa al río también", afirma, señalando la serie de prendas húmedas que cuelgan de un cordel en su patio. 

Los cerca de 50.000 ariguanabenses que allí viven aún han choteado el título de antaño y lo han sustituido por uno nuevo, Villa del Horror.
Los cerca de 50.000 ariguanabenses que allí viven aún han choteado el título de antaño y lo han sustituido por uno nuevo, Villa del Horror. / 14ymedio

Delia lleva cuatro meses cazando una bala de gas. Está anotada en una interminable lista cuya característica básica es contar siempre con más solicitantes que balitas. Queda el mercado negro, donde un depósito cuesta alrededor de 32.000 pesos o bien –si se aporta el recipiente metálico– unos 12.000. “Hay otras alternativas igual de funestas para el bolsillo: fogón de petróleo y carbón. Conseguirlo es, además de caro, una odisea", sentencia. 

El padre de Delia escucha la conversación. Antaño, la mujer gustaba de cocinarle al anciano sus platos preferidos sin tanto tormento por el costo de la comida y de su elaboración. La exigua jubilación que cobra el padre le sirve para adquirir “algo de combustible”. “A veces, simplemente, no puedo cocinar”, exclama, asegurándose de que dos vecinos que pasan frente a su portal la oigan. 

Sus mañanas se han convertido en una búsqueda y captura de carbón, que se le ha vuelto impagable. “En la tienda La Salud, mi esposo consiguió un poco más barato, pero aun así 1.000 pesos es mucho cuando el resto de los alimentos son también tan caros”, confiesa.

Luisa, madre soltera de dos hijos, divide su tiempo entre atender a su familia y conseguir algo de gas para cocinar. “A veces, cuando me veo acorralada, he tenido que recurrir a mis vecinos para poder prepararles la comida a mis hijos”, se queja Luisa. “La vecina muchas veces me ha dado carbón del que ellos compran, y con eso he podido cocinar cuando no me da tiempo adelantar y quitan la luz”. 

“Los enfermos necesitan una dieta especial y los niños necesitan comida adecuada", lamentan los habitantes de San Antonio.
“Los enfermos necesitan una dieta especial y los niños necesitan comida adecuada", lamentan los habitantes de San Antonio. / 14ymedio

“Los enfermos necesitan una dieta especial y los niños necesitan la comida adecuada para su crecimiento y desarrollo. Yo eso no se lo puedo dar”, añade. “A veces, sólo puedo ofrecerles arroz con algún caldo porque los frijoles no los podemos comer todos los días. Apenas puedo encontrar legumbres, todo ha subido de precio y no tengo dinero para comprar más”, lamenta, mientras sus niños juegan en la calle.

En los mercados de San Antonio, el precio de las viandas se ha disparado, alcanzando cifras que algunos consideran impensables. “El arroz a 180 pesos por libra; los frijoles a 300; la libra de malanga a 120; la  de tomates a 1.000 pesos. En 150 un litro de leche; el azúcar a 500. Solo puedo comprar lo básico y a veces me las veo apretada”, se indigna Luisa, que sale de su casa con la balita de gas en un pequeño carro. 

Como si el desespero fuera poco, los largos apagones vienen a rematar el malestar. “Son cinco horas sin electricidad y luego cinco con luz. Durante ese tiempo la vida aquí se detiene. Las dependientas de las tiendas sacan las butacas al portal y los trabajadores del banco van a dar un vuelta y a conversar en el parque. La gente está en las calles, pero no se ve alegría, solo frustración”, explica Jorge, un joven que antes se dedicaba al comercio. Ahora se sienta con sus amigos en cualquier espacio público y, para mitigar la desolación, se cuentan chistes. 

Como cualquier pueblo de Cuba, la estampida migratoria forma también parte del paisaje

“El saco de carbón ha llegado a costar hasta 2.000 pesos y hay días en que uno de esos camiones entra al pueblo cargado y, en apenas 30 minutos, se vende todo. Esto no se puede sostener”, dice Pedro, de 68 años.

Como cualquier pueblo de Cuba, la estampida migratoria forma también parte del paisaje. “Mi hermano se fue para Estados Unidos hace seis meses y, aunque intenta ayudarnos desde allá, aquí la situación se complica cada día”, relata Ana que, harta de esperar por la corriente, se sienta a las afueras del Banco de Crédito y Comercio –todavía cerrado– para ver si logra sacar los 3.000 pesos que permiten extraer. 

En torno a Ana, varias mujeres comentan cómo las cosas siguen igual tres años después de las protestas. Apagones, miseria, gente que ha dejado el país, familias que se han dividido por la búsqueda de un futuro mejor.  “La gente salió a las calles porque este no es el país que queremos”, opina Dariana, una joven estudiante. Como están las cosas en San Antonio de los Baños, otro 11J podría ocurrir mañana. 

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