San Juan camagüeyano, la tradición maquillada
Camagüey/En los primeros cinco minutos de conversación, un camagüeyano le hará saber que nació en la tierra de Ignacio Agramonte, que allí se habla el mejor español de Cuba y que entre sus ilustres apellidos están Varona, Loynaz e Hidalgo. También le hablará del San Juan, esa fiesta popular que comenzó hace casi tres siglos en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
El propio orgullo regional llevará a ese camagüeyano a ser muy parco a la hora de juzgar cómo se ha transformado su principal fiesta anual. Sin embargo, en este año en que se cumplen cinco siglos desde la fundación de la tercera villa cubana, vale la pena recapitular sobre su principal festejo popular, puesto que es una de las pocas festividades de origen religioso y europeo que logró salvarse de los extremismos ideológicos del último medio siglo.
El paseo de las beldades locales en carruajes y coches de caballo ha sido sustituido por un recorrido de carrozas más modernas, pero no por eso más hermosas. Desde la calle Avellaneda hasta la Plaza de la Caridad, van ahora las comparsas que intentan mimetizarse con los carnavales habaneros o con las congas santiagueras. A toda la digna representación de época que caracterizaba al San Juan camagüeyano, le han ganado la partida la simpleza y cierta dosis de vulgaridad.
La estandarización se ha impuesto. No sólo en el paseo de las carrozas y las comparsas. Los productos alimenticios, ajustados a la llamada "carta gastronómica", han terminado por ser idénticos en cualquier carnaval a lo largo de todo el país: pollo frito, mariquitas de plátano o boniato, arroz congrí o pan con lechón. La zona ganadera de Camagüey, con sus orgullosos granjeros de antaño y sus reses para admirar, apenas se perciben en una receta con queso, leche o un buen filete. La vanagloria local ha sufrido bastante en ese sentido.
A toda la digna representación de época que caracterizaba al San Juan camagüeyano, le han ganado la partida la simpleza y cierta dosis de vulgaridad
La música que se escucha, los discursos políticos que inauguran los festejos y la excesiva presencia policial durante la noche de celebración, le dan definitivamente un carácter homogéneo al San Juan camagüeyano con respecto a otros carnavales que se realizan actualmente en distintas provincias. La diferencia con la capital cubana es que aquí el San Juan –en ausencia de un muro del malecón- es de las pocas opciones recreativas que aún está al acceso de la mayoría.
Es cierto que quienes tienen pesos convertibles lo pasan mejor, pero caminar por las calles en las noches sanjuanescas todavía es gratis y eso se agradece. También las restauraciones arquitectónicas por el quinto centenario de la villa le han dado a la edición actual del carnaval un contexto especial, cuidado y bello. Sin embargo, se agolpan las quejas por la manera arbitraria en que han convertido la calle República en un bulevar a fuerza de establecer prohibiciones y talanqueras y sin el beneplácito de los vecinos.
Poco a poco se va perdiendo también el carácter familiar y masivo de estos festejos. Si antes toda la familia, hasta los más pequeños, se preparaban para salir a la calle y disfrutar de las festividades, ahora va quedando más como un escenario de adultos, como un territorio de sombras donde el alcohol es protagonista en la mayoría de los momentos. Del 24 al 29 de junio, las calles camagüeyanas se vuelven sitio para el contoneo y la animación, lo que culmina –vaya contraste- con el simbólico entierro de San Pedro en su última jornada.
Los congueros de Los Comandos se hicieron sentir la primera noche de paseo del carnaval, pero después todo se ha ido desarmando y perdiendo fuerza. Eso sin contar los intentos de secuestrar desde entidades políticas lo que nace de la idiosincrasia cultural de la región. Tal es el caso del ajiaco en el barrio, que los Comités de Defensa de la Revolución han convertido más en un acto de fe ideológica que en un momento para degustar la sazón de este plato típico.
El disfraz constituye una de las grandes pérdidas en estas celebraciones. El uso de antifaces o "tapaderas" por parte de la gente que asistía a los festejos se perdió en medio de la paranoia policial y la falta de recursos. Aquel "ensabanado" de nuestra infancia, que aparecía cubierto en medio del baile y que podía ser nuestro propio padre, abuelo o tío... ya es historia. "¿Qué es eso de no querer mostrar la cara? ¿Qué esconden?" decían los más extremistas que aniquilaron la tradición del disfraz allá por los lejanos años sesenta del pasado siglo.
"¿Qué es eso de no querer mostrar la cara? ¿Qué esconden?" decían los más extremistas que aniquilaron la tradición del disfraz
Si algo positivo aún guardan nuestras jornadas de San Juan, es la implicación en ellas de personalidades de la cultura local que no han permitido que los burócratas se adueñen totalmente de los festejos. Artistas del patio, personalidades que le dan cuerpo y alma a nuestra cultura local, siguen apostando por unas festividades que los camagüeyanos esperamos cada año, aunque después no nos dejen un sabor tan agradable como esperábamos.
Las tradiciones, afortunadamente, tienen la capacidad de sobrevivir a contextos económicos, límites políticos y remilgos ideológicos. Un día, cuando mostrar una res hermosa en la plaza no provoque en quienes la miran el deseo de cometer el delito de "sacrificio de ganado mayor", el San Juan regresará con todos sus bríos. Cuando las muchachas inteligentes y hermosas de esta tierra sientan que ser elegidas para estar en una de esas carrozas es un premio y no algo un tanto vergonzoso, habrá motivos para el optimismo.
Si te encuentras con ese camagüeyano orgulloso de su buen español, de sus apellidos ilustres y de su estirpe histórica y le brillan también los ojos al hablarte del San Juan, entonces no esperes para compartir con nosotros unas jornadas donde la alegría y la tradición volverán a mezclarse.