Antes de su sesión de quimioterapia, Clara aguarda en la cola del pollo por un "par de muslitos"
Una larga fila alcanza más de una cuadra en la avenida San Lázaro, cerca de la calle Infanta, en Centro Habana
La Habana/A Clara, de 79 años, le espera un día difícil. Inmersa en un tratamiento de quimioterapia debido a un cáncer de seno, esta contable jubilada tendrá la tarde de este lunes una de esas sesiones hospitalarias que la dejan agotada y muy débil. En la mañana, en lugar de descansar y prepararse para el desgastante proceso, ha tenido que hacer desde muy temprano la cola para comprar el pollo del mercado racionado. "Vivo sola y no me puedo permitir regresar a la casa después de la quimio y no tener nada que comer", cuenta a 14ymedio.
La larga fila alcanza más de una cuadra de la avenida San Lázaro, cerca de la calle Infanta, en Centro Habana. "Me avisaron que había llegado el pollo para ancianos y niños", explica la mujer. "No me puedo dar el lujo de perderlo, así que vine nada más me enteré". Cuando finalmente logre comprar "el par de muslitos" que le corresponde por la cuota, entonces irá a su vivienda: "prepararé todo lo que necesito para irme al oncológico". Después del tratamiento tendrá que "regresar a pie porque los carros están muy caros".
La fila "parece un hospital, aquí el que no tiene reuma tiene gastritis", ironiza Clara. "Si no compro el pollo antes del mediodía me voy a tener que ir para el hospital y ver si lo alcanzo mañana"
La situación de los pacientes de cáncer es una de las que más se ha agravado en Cuba en los últimos años. A la inestabilidad en los fármacos, hay que añadirle que muchos de estos enfermos deben seguir lidiando con los problemas cotidianos de la escasez, el colapso del transporte y la falta de insumos básicos. Los que tienen familia en el extranjero logran sortear con mayores posibilidades estos obstáculos, pero una gran parte de estas personas enfrentan en solitario y con muy pocos recursos una enfermedad que ya, por sí sola, es un inmenso desafío.
Clara no era la única paciente que aguardaba en la cola la mañana de este lunes. Sentado en una maceta, con un solitario árbol, el único en muchos metros, Pascual, de 81 años, ha llegado directo desde el policlínico donde tuvo que ir a inyectarse un medicamento para "bajar la presión" arterial que la tenía "por las nubes". Ahora, cuenta mentalmente a todas las personas que tiene delante. "Calculo que hago el número 50 o 55", dice con pesadumbre. "Pero no puedo coger lucha, que me vuelve a subir la presión", advierte. Cerca, una mujer en muletas se recuesta en una pared y un anciano da pequeños pasitos para que no se le duerman las piernas.
La fila "parece un hospital, aquí el que no tiene reuma tiene gastritis", ironiza Clara. "Si no compro el pollo antes del mediodía me voy a tener que ir para el hospital y ver si lo alcanzo mañana". En unas horas, los sueros que podrían salvarle la vida entrarán a su torrente sanguíneo, pero si no logra alcanzar la preciada cuota de pollo su cabeza estará en otra parte, calculando si este martes le dará tiempo a ir a la carnicería y si su cuerpo le responderá para comenzar la nueva cola.
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