4- Susto en Guatemala: a los cubanos nos miraban con mala cara

El policía apuntaba con la ametralladora y yo pensaba: "Se van a entrar a tiros aquí y no sé qué va a ser de nosotros"

Hoy incluimos un video del recorrido desde Nicaragua a EE UU

Los agentes, según nos habían dicho, ya estaban pagados, pero nos habían sugerido llevar encima un billete de 20 dólares, por si las moscas. (14ymedio)
Los agentes, según nos habían dicho, ya estaban pagados, pero nos habían sugerido llevar encima un billete de 20 dólares, por si las moscas. (14ymedio)
Alejandro Mena Ortiz

26 de abril 2022 - 13:03

Aquel día nos levantaron a las cuatro de la mañana y nos juntaron como si fuese un matutino, colocándonos por grupos y distribuyéndonos: unos en carro, otros en camionetas. A mí me tocó un camión cerrado, muy hermético, donde íbamos 27 personas. Yo me dije: "¡Dios mío, no puedo creer que me van a meter en una cosa de estas cerrada tanto tiempo!". Pero afortunadamente el recorrido fue de diez minutos. Y entonces, en un monte: "¡Corran, corran!". Así hasta que nos montamos en una coaster con rumbo a Santa Elena.

En ese grupo venían muchos niños. Con nosotros, venían cinco: un bebé de un año y otros de entre 7 y 10 años. A los dos kilómetros de salir, nos paró la Policía. Los agentes, según nos habían dicho, ya estaban pagados, pero nos habían sugerido llevar encima un billete de 20 dólares, por si las moscas. Eran 20 dólares por 27, imagínense.

Entonces se bajó el guía, habló y el policía le dijo: "Ok, sigue". No habíamos avanzado ni 500, 600 metros, cuando vino la patrulla detrás de nosotros a toda velocidad, con la sirena encendida, pitando para pararnos. En ese momento dijimos: "Bueno, esto se jodió", porque uno de la patrulla se subió, con mucho aspaviento y una ametralladora, y le dijo al guía: "Tú eres un mentiroso, debería meterte un tiro en la cabeza". Los niños se pusieron a llorar, una mujer a gritar... y los dos discutiendo:

– ¡Oye no, mira el patrón...

– Que no quiero hablar con tu patrón, que eres un mentiroso.

Al parecer, el hombre le había dicho que el jefe de la policía sabía, pero el otro decía que no. No sé si es que le habían dado poco dinero.

– Que no voy a hablar con nadie, echa para un lado, que me los llevo a todos presos. Da la vuelta.

Normalmente los guías dicen que si nos cogen presos, ellos se encargan, pero la fe estaba un poco perdida en ese momento. No habíamos avanzado para atrás ni siquiera un kilómetro y apareció una camionetona negra grandísima, con el famoso patrón. Se atravesaron en medio y se bajaron. El policía apuntaba con la ametralladora y yo pensaba: "Se van a entrar a tiros aquí y no sé qué va a ser de nosotros".

En ese momento dijimos: "Bueno, esto se jodió", porque uno de la patrulla se subió, con mucho aspaviento y una ametralladora, y le dijo al guía: "Tú eres un mentiroso, debería meterte un tiro en la cabeza"

Pero lograron arreglar la situación pasándole un buen pisto, que es como dicen los guatemaltecos al dinero, y el policía nos dejó continuar, con la camioneta negra adelante de nosotros todo el trayecto abriéndonos paso. Así, cada vez que pasábamos por un patrullero, los de la camioneta negra estaban ahí y nos hacían con la mano la señal de avance.

Llegamos a un restaurante en el medio de un pueblo. Eran las 10 de la mañana, muy temprano para comer, pero había que comer. Nos dieron jugo de naranja, una tortilla, queso, frijoles, carne de res, muy rica, con cebolla... Nos decían que donde nos parábamos a comer, lo hiciéramos, porque uno nunca sabía más adelante cuándo podía volver a hacerlo.

Volvimos a salir y, cuando llegamos a la intersección de un río, nos separamos. Yo iba para Santa Elena y los otros iban para un lugar llamado El Naranjo, en la frontera con México, más al norte, porque ellos iban con dirección a Cancún, para resolver la famosa visa falsa y poder volar hasta Mexicali a cruzar la frontera. Desgraciadamente, no sé de ellos, y tampoco de Lauren. Ese fue el último lugar donde nos vimos. Espero que hayan llegado bien a su destino.

Cuando cruzamos el río, el guía de la camioneta negra me dijo: "Venga, cubano, que tú te vas para otro lado". Y entonces habló con un hombre en una combi, que hacía la ruta a Santa Elena, y me llevó con él. Yo le dije: "¿Oye, tú me vas a dejar solo?". Y él me contestó: "No te preocupes, que si ese hombre te entrega a alguien que no sea a quien yo le estoy diciendo, nos lo cargamos. A él y a la familia completa". Así mismo me lo dijo.

Al hombre le dio 40 dólares y le dijo: "Fíjate lo que te voy a decir: me lo entregas ahí, procura que no le pase nada. Y si sale bien, voy a tener más trabajo para ti". Así que el hombre me llevó a un pueblecito, de esos típicos que tienen muchos mercadillos fuera de las casas –había una fruta tan linda, melones, naranjas, uvas, hasta fresas–, y yo no lo entendía.

El hombre me llevaba a mí solo, pero al final montaron unas cinco personas más, y yo tuve que ir escondiendo mi nacionalidad, porque, según decían, te miraban con mala cara si veían que eras cubano.

Finalmente el hombre me dejó en Santa Elena. Justo antes de llegar contacté con la persona que me tenía que recoger y le mandé mi ubicación por WhatsApp. Él me estaba esperando, se le metió adelante a la camioneta y dijo: "Bájame al cubano", como si yo fuera un saco de papas.

De ahí, me llevó a un motel, un hotelito muy humilde, sencillo, pero realmente fueron unos días que utilicé para descansar de toda la travesía, que había sido hasta entonces bastante estresante. De hecho, me sentí muy seguro en Santa Elena, en Guatemala.

"Fíjate lo que te voy a decir: me lo entregas ahí, procura que no le pase nada. Y si sale bien, voy a tener más trabajo para ti"

Conocí a Juan y a Juana, el encargado del motelito y la cocinera, una anciana muy gentil, muy amable. Ella había perdido a su esposo en la pandemia y tuvo que venderlo todo para ir a vivir con un hijo, pero se estaba construyendo una casa gracias al trabajo que le dio el encargado.

A ese señor, a pesar de ser lo que era, porque era un traficante de personas, lo vi ayudar a varias personas en los cuatro días que estuve ahí. El primer día vi a una pareja de cubanos, él se llamaba Yasmani y trabajaba en la isla como ambulanciero. El 11 de julio, él salió a las calles a protestar, pero después se decepcionó tanto... Lo curioso es que me contó que al día siguiente les estaban dando palos para defender el lugar de parqueo de las ambulancias, para golpear a los cubanos en la calle. "¿Pero cómo es posible?", me decía. Así que él llegó y dijo: "Oye, la ambulancia está rota, no puede salir hoy". Y se volvió a su casa.

"Hermano, después de aquello que yo viví el 11 de julio, la represión, los golpes y a los que estaban presos, me dije: 'yo no puedo seguir en este país'", me contaba. Pidió ayuda a sus familiares, sacó un dinerito que tenía reunido de un negocio y arrancó para Nicaragua.

A él y a la chica los iban a llevar primero a Los Naranjos y luego a Cancún y Mexicali. Les estaban cobrando 7.000 dólares a cada uno, aparte del pasaje. Por cierto, tuvieron que viajar primero a Barbados, después a Jamaica, una escala en Panamá y de ahí a Nicaragua. Tremenda vuelta que tuvieron que dar. No los vi más, pues salieron de madrugada. Y esos fueron los últimos cubanos que vi en un buen tiempo.

Mañana:

En la frontera con México, si no pagas el 'impuesto' te caen a balazos

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