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En Taguayabón no hay apagón

En medio de la crisis energética hay lugares aparentemente a salvo de los cortes programados por la Unión Eléctrica

Taguayabón y Rosalía parecen formar parte de esos puntos “intocables” en la cartografía cubana del apagón. (14ymedio)
Yankiel Gutiérrez Faife

23 de agosto 2022 - 22:24

Taguayabón (Villa Clara)/Un apagón en la ciudad no es lo mismo que uno en el campo. Cuando se va la corriente en un centro urbano, incluso en los pueblos más pequeños, el zumbido de las voces comienza a romper el silencio, el calor hace que la gente hable, grite, saque sus muebles al portal y, si se puede, fume y escuche un radio portátil.

Por el contrario, en un caserío –a la vera de una autopista o en un viejo central– el apagón es más absorbente e inhóspito. Es la oportunidad ideal para ladrones locales, merodeadores nocturnos y bandoleros que conocen bien la geografía siempre accidentada del poblado.

Pero en medio de la crisis energética hay lugares aparentemente a salvo de los cortes programados por la Unión Eléctrica. Los poblados de Taguayabón y Rosalía, entre Camajuaní y Remedios, en Villa Clara, parecen formar parte de esos puntos "intocables" en la cartografía cubana del apagón.

Los vecinos, acostumbrados a que en la Isla nada obedece a la lógica, saben que en cualquier momento perderán el "privilegio" de la electricidad. De momento, explican el milagro alegando que ambos poblados se encuentran cerca de un sector que el Gobierno considera clave para el funcionamiento, aunque precario, de la provincia.

En una suerte de circuito "excepcional", ambos caseríos se encuentran próximos al Hospital General Docente 26 de Diciembre, en la entrada de Remedios, y a la empresa empacadora de cárnicos Osvaldo Herrera, en el consejo popular de Vega de Palma, camino a Vueltas.

La población de cada uno de estos núcleos es modesta, por eso no representan un gasto excesivo de electricidad: Taguayabón tiene 3.308 habitantes; Rosalía, 235 y Vega de Palma, 238. No se podría "salvar" del apagón a Vueltas, Camajuaní o Remedios, que cuentan con varias decenas de miles de residentes.

"Nosotros estamos bien", dice a 14ymedio un vecino de Taguayabón, "pero eso no significa que no sepamos nada de los apagones y las protestas en otros lugares. En Camajuaní y Remedios están quitando la corriente seis o doce horas seguidas, pero los pueblos de por aquí hace un mes que estamos sin apagón. Hay quien bromea diciendo que este es el nuevo Marianao y que se quieren mudar para acá".

Un recorrido en la infernal "guagua del Matadero" –que transporta a los trabajadores desde Salamina, cerca de Santa Clara, hasta Vueltas– basta para entender la importancia de la empacadora de cárnicos de Vega de Palma. El destartalado vehículo, cargado de estudiantes universitarios, viajeros trasnochados y empleados de Cárnicos Villa Clara, corre lentamente por la carretera a Camajuaní y se desvía hacia Salamina.

Ese matadero, junto a otros dos –el Lorenzo González, de Sagua, y el Chichi Padrón, en Santa Clara–, tienen la responsabilidad de proveer de materias primas a la empacadora de Vega de Palma. La guagua sigue el mismo rumbo de la carne: una vez rebasado Camajuaní penetra en la accidentada carretera a Vueltas, dejando atrás el Entronque, otro caserío pobre.

Una parte de la producción se envía a los hoteles de la cercana Cayería Norte; otro porcentaje no desdeñable de los "tubos" de embutido acaba en el mercado informal

La empacadora Osvaldo Herrera depende del Ministerio de la Industria Alimentaria. Emplea cerca de 250 trabajadores y produce croquetas, enlatados y embutidos, incluyendo las desagradables versiones cubanas de la mortadela, cuyo consumo raciona el Gobierno. Una parte de la producción, la de mejor calidad, se envía a los hoteles de la cercana Cayería Norte. Otro porcentaje no desdeñable de los "tubos" de embutido acaba en el mercado informal o disponible –previo pago en dólares desde el extranjero– en los portales digitales de venta de comida.

La producción en Vega de Palma requiere también de la harina que se envía desde Cienfuegos y la soya de Santiago de Cuba –indispensable para elaborar picadillo, otra pesadilla gastronómica del cubano–, mientras que otras empresas aportan el nailon, el cartón y los conservantes para empaquetar los productos.

En Vega de Palma hay dos máquinas embutidoras, un molino de carne y uno de masa deshuesada, cinco hornos de vapor con capacidad para cocinar 1.500 kilogramos, ventiladores, duchas para limpiar la carne y neveras.

Yolanda, una trabajadora de la empacadora, cuenta a 14ymedio que a su empresa le falta hace tiempo una planta eléctrica para emergencias. "Depende totalmente del sistema eléctrico nacional", asegura, "y aunque nadie nos confirma que por eso no hay apagones, nosotros lo sabemos. ¡Todo se echaría a perder!".

Si un apagón detuviera el ciclo, los hoteles se quedarían sin embutidos, las carnicerías sin la ración mensual de mortadela y el Gobierno añadiría otra crisis a su larga lista de problemas sin resolver.

No obstante, ni siquiera el fluido eléctrico ininterrumpido es garantía para el buen funcionamiento de la empacadora. Ernesto, otro de sus empleados, asegura que la empresa no labora todos los días.

"Algunas veces el trabajo se interrumpe porque no hay combustible para los camiones que traen la carne desde Salamina. Otras, lo que falta es la materia prima. Se acaba la harina de trigo y es imposible elaborar croquetas. Entonces hay que hacer picadillo o mortadela, por lo menos mientras dure el suministro de cerdo o pollo", concluye el hombre.

Los vecinos suponen que el Gobierno ha hecho sus cálculos: mantiene el suministro eléctrico porque le saldría más caro gastar combustible para hacer funcionar los grupos electrógenos de ambos centros

El otro "ángel de la guarda" contra los apagones de los poblados rurales es el hospital de Remedios. Con 480 trabajadores, de los cuales 67 son médicos y 138 enfermeras, a este centro de salud se remiten todos los pacientes graves de los municipios cercanos, incluyendo Camajuaní, que solo cuenta con un policlínico.

En el viejo pero efectivo hospital hay salas de pediatría, obstetricia, ginecología, anestesiología, cirugía general, terapia intensiva, laboratorios clínicos y otras dependencias. Un corte eléctrico prolongado sería fatal durante una intervención quirúrgica o para aquellos pacientes que dependen del acoplamiento a equipos para mantenerse vivos.

Desde luego, ni la colosal empacadora ni el hospital remediano son garantías a largo plazo. Los vecinos suponen que el Gobierno ha hecho sus cálculos: mantiene el suministro eléctrico porque le saldría más caro gastar combustible para hacer funcionar los grupos electrógenos de ambos centros.

Nadie alberga demasiada esperanza en que la situación se mantenga estable, desde luego. Si los pueblos pequeños del campo villaclareño no han resultado afectados en demasía por el apagón, es precisamente por su pequeñez. El Gobierno cubano y su burocracia energética saben dónde cortar la electricidad y por cuánto tiempo. De ello depende el malestar popular, cada vez más incontrolable, y su consecuencia directa: la protesta nocturna.

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