Con sus tamales, Freddy gana en tres días su antiguo salario mensual de maestro
Las calles de la ciudad de Matanzas se han llenado de vendedores ambulantes que intentan sobrevivir
Matanzas/Bajo el sol, sudado y con una bicicleta china Forever que heredó de su padre, Freddy pasea de lunes a sábado toda la ciudad de Matanzas vendiendo tamales. Lo mismo en Pueblo Nuevo que en el barrio Versalles o cerca del hospital Faustino Pérez, el matancero, de 34 años, aparece con su tanqueta blanca repleta de las masas envueltas en hojas de maíz. La bicicleta en la que pedalea con insistencia tiene un doble propósito: abarcar la mayor cantidad de clientes posible y escapar del alcance de inspectores que buscan una licencia que él no tiene.
“En esta bicicleta yo ando por toda la ciudad. Hasta que no vendo el último tamal no regreso a la casa. Hay veces que me coge la noche en esto”, cuenta a 14ymedio el joven, que antes de vender alimentos trabajaba como maestro. Después de graduarse como profesor de Historia, Freddy fue ubicado en una escuela primaria, en la que llegó a ser el director. Sin embargo, según la crisis del país fue empeorando, el matancero ya no podía sostenerse solo con su salario.
“Tengo dos hijos que mantener. Tres días de trabajo ahora me reportan el salario que ganaba en un mes completo en la escuela. Renunciar a mi profesión no fue fácil, pero no me quedó otra alternativa. Es un asunto de supervivencia”, reconoce. Antes de emplearse como vendedor Freddy hizo muchos trabajos distintos, pero ninguno estable. Ahora maneja su Forever sabiendo que en cualquier esquina pueden pararlo y ponerle una multa.
Tener licencia de trabajador por cuenta propia haría su trabajo más fácil, pero hace cuatro meses que presentó la solicitud
Tener licencia de trabajador por cuenta propia haría su trabajo más fácil, pero hace cuatro meses que presentó la solicitud en la Dirección Municipal de Trabajo, el procedimiento demora y Freddy tiene que “ganarse el pan”. La relación con otros vendedores ambulantes le ha permitido conocer algunos trucos del oficio, como los lugares con mejor clientela o los barrios a los que los inspectores no se acercan. “Lo que hago es ir por La Marina, El Kilómetro o el reparto Iglesias, zonas adonde ellos no llegan”, explica.
Según una empleada de Trabajo, la demora con las solicitudes se debe a que todas son aprobadas en La Habana, lo que impone un plazo promedio de tres meses que todos deben esperar por igual. No obstante, Freddy sabe que hay una excepción para esa regla: “Los que dejan algún ‘regalito’ tienen preferencia”.
En una situación similar está Yanelis, una matancera que ha reconvertido el coche con el que hace años sacaba a pasear a su hija en un transporte para el pan que vende. Todas las mañanas sube temprano la calle Monserrate con unas 50 bolsas del producto que debe intentar vender en el día. “Me dan el pan a 250 pesos para que venda las bolsas a 300. Si no logro venderlo de todas formas tengo que entregar el dinero al dueño de la panadería, y después es muy difícil que alguien compre un pan viejo”, por ello, cuenta, a veces debe salir también en la tarde, si logra que alguien cuide de su hija.
Hace algunas semanas, cuando no llevaba sus bolsas de pan, Yanelis caminaba cerca del estadio Palmar de Junco y vio a una inspectora detener a un anciano que vendía quincalla. “Me alegré de no ser yo, pero me molesta que persigan a los vendedores ambulantes, que intentan en su mayoría sobrevivir con lo que pueden, cuando en los grandes negocios privados es donde de verdad se hace trampa y se mueve mucho dinero”, lamenta.
Las multas, que la propia matancera ha sufrido alguna vez, van de los 2.500 pesos hasta los 10.000
Las multas, que la propia matancera ha sufrido alguna vez, van de los 2.500 pesos hasta los 10.000. “Lo peor que puede pasar es que te decomisen lo que traes, porque entonces sí debe uno asumir las pérdidas y pagarle al dueño como si lo hubieses vendido todo”, añade.
“Las personas saben que estamos pasando muchas necesidades y se aprovechan de eso. Los vendedores ambulantes tenemos que enfrentar a los proveedores por un lado y a los compradores por otro. Somos el eslabón más débil de la cadena”, reflexiona. Según Yanelis, la posibilidad de vender tampoco es segura, pues no solo depende de la clientela. “En mi caso, cuando no hay harina, no hay pan. Y cuando no hay pan, no hay trabajo”.
Si hace unos años lo común era que estos oficios los desempeñaran ancianos retirados o los propios guajiros que venían a la ciudad a vender sus productos, ahora las calles están llenas de muchos jóvenes vendedores ambulantes. No importa si llevan solo meses vendiendo, como Freddy, o años, como Yanelis, la resignación ante su situación es algo que asumen rápidamente. “Un día tienes suerte y otro no. Lo único fijo es que hay que comer”.