APOYO
Para ayudar a 14ymedio

Ante la terrible crisis que sufre el país, los obispos cubanos optan por el silencio

La jerarquía católica ha perdido la autoridad moral que tuvo antes de la Revolución y en los años siguientes

De izquierda a derecha: los obispos Juan Gabriel Díaz, Juan García, Dionisio García, Marcos Pirán y Arturo González, actual presidente de la Conferencia. / Arzobispado de Santiago de Cuba
Juan Izquierdo

21 de diciembre 2024 - 13:19

La Habana/El mensaje de Navidad publicado este jueves por la Conferencia Episcopal cubana da la medida de cuánto ha bajado el tono a la hora de interpelar al Gobierno. Autoridad moral indiscutible en épocas pasadas, bastión de libertad expresiva en un país que se sumergió progresivamente en la censura, la Iglesia católica solo se atreve a aludir ahora –con extrema timidez– a las “difíciles realidades” de Cuba.

La alegoría y los largos circunloquios, además de no dirigirse nunca de forma directa a las autoridades, marcan cada mensaje de los obispos cubanos desde las protestas del 11 de julio de 2021. Este jueves, el texto apenas se atrevió a lamentar las “demasiadas” dificultades y a advertir que la Iglesia solo puede brindar un “servicio”: rezar, además impulsar “iniciativas caritativas y solidarias”. 

No enfrentar al Gobierno –que podría complicar o suspender la entrada de ayudas y dinero para la Iglesia, quitar al clero sus licencias de importación de ciertos insumos, su asignación de materiales y combustible, o entorpecer el desarrollo de las celebraciones públicas– parece ser el manual de conducta de la jerarquía católica en la Isla. El tono de cautela que define cada comunicación y la docilidad de algunos altos cargos eclesiásticos, como el secretario de la Conferencia, Ariel Suárez, a la hora de encontrarse con funcionarios del Partido Comunista, lo demuestran. 

La diferencia es notable si se compara un mensaje como el de este jueves con, por ejemplo, el mensaje de Navidad del arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes, el 24 de diciembre de 1958. Este prelado, nacido en España en 1883, fue quien protegió a Fidel Castro después del asalto al cuartel Moncada y veló por que su vida y derechos fueran respetados. 

Pérez Serantes, guiado por otro sacerdote, durante el Congreso Nacional Católico de 1959, al que asistió Castro. / Ernesto Fernández/On Cuba

“En esta provincia de Oriente venimos soportando los horrores de una guerra civil hace ya largo tiempo, sin que, al parecer, se hayan enterado debidamente nuestros hermanos en gran parte del territorio nacional, pese a ser Oriente la tercera parte de la población de Cuba”, afirmaba el mensaje de Pérez Serantes. “No quiera nadie seguir divirtiéndose despreocupadamente, mientras millones de cubanos se retuercen y gimen en angustias de intenso dolor y de miseria”. 

El obispo, que criticó sin tapujos a Fulgencio Batista, fue luego uno de los más fieros opositores del régimen revolucionario. Lo acompañaban en la Conferencia Episcopal otros prelados no menos “incómodos” para las nuevas autoridades, como Evelio Díaz, Eduardo Boza Masvidal –detenido y desterrado en 1961– o Adolfo Rodríguez. 

Ante los primeros pasos del régimen de Castro, Pérez Serantes y sus compañeros comprendieron rápidamente la dirección que tomaría el país e intentaron alertar sobre la pérdida de los valores democráticos y el desmantelamiento de la sociedad libre.

Hubo choques y polémicas en todos los grandes temas de la época: la reforma agraria, la nacionalización de la enseñanza, la confiscación de bienes y propiedades, y el viraje comunista de la Revolución, que hizo que los obispos multiplicaran sus diatribas contra Castro. Las circulares y cartas pastorales de la época, con títulos tan sugestivos como “Roma o Moscú”, “Ni traidores ni parias” o “Problemas del momento”, fueron compiladas durante el Período Especial en La voz de la Iglesia en Cuba. 100 documentos episcopales, editado en México y distribuido en las parroquias cubanas. 

Una frase de Pérez Serantes encapsula el ambiente de los 60 en las iglesias: “Con el comunismo, nada, absolutamente nada”

Una frase de Pérez Serantes encapsula el ambiente de los 60 en las iglesias: “Con el comunismo, nada, absolutamente nada”. Todavía entonces la Conferencia Episcopal –que se identificaba con “la Revolución que tanto ha costado”– pedía al Gobierno el diálogo y no la imposición de una ideología. 

El Gobierno no se quedó de brazos cruzados. En noviembre de 1960, en la carta Vivamos en paz, los obispos lamentaban la “falta de urbanidad” de algunos grupos revolucionarios, que irrumpían a gritar consignas en los templos si algún sacerdote leía una circular contra el comunismo.  

Para 1961, y pese a las protestas dirigidas a las instituciones gubernamentales y al propio Castro, los obispos eran considerados –en palabras de Pérez Serantes– como “pastores de los conjurados contra el pueblo” y protectores de los “agentes de la contrarrevolución y del pillaje”. Esta carta abierta es el último documento episcopal que recoge La voz de la Iglesia en Cuba hasta 1969. 

Hostigado por la Seguridad del Estado y sin medios que publicaran sus cartas, Pérez Serantes había muerto el año anterior. 

En los años 70 comenzó a llegar una nueva generación de obispos –mentores, en su mayoría, de los que hoy ocupan el cargo–, que cambió la tónica con el ya todopoderoso Gobierno personal de Castro. Las reglas del juego habían cambiado definitivamente y los nuevos prelados habían comprendido, siendo curas, lo lejos a lo que estaba dispuesta a llegar la policía política. 

El cardenal Jaime Ortega presidiendo el sepelio de Oswaldo Payá junto a otros altos dignatarios de la Iglesia en La Habana. / EFE

El mensaje de la Navidad en 1969 –muy similar en tono al publicado este jueves– es una muestra de recelo ante el discurso libre. Se pedía una “mejor comprensión entre las generaciones diferentes y entre los distintos modos de pensar”. Eso fue todo. 

Acomodados ya al silencio a la hora de tratar asuntos políticos, los obispos sólo se refirieron al país en 1973, con una condena –No al terrorismo– al atentado contra el llamado Avión de Barbados. En aquel momento, el papa Pablo VI también envió sus condolencias a las familias de las víctimas. 

En 1978 apoyaron el Diálogo con la Comunidad Cubana en el Exterior, una iniciativa del Gobierno para atraer a aquellos que habían huido de la Revolución y que estuvieran dispuestos a volver a la Isla. En aquel momento, los obispos aprovecharon para pedir a Castro la liberación de los presos políticos y una mejoría de la situación de los excarcelados, que habían sido marginados de la sociedad aun cuando hubiera cumplido su condena. 

Una nota privada del arzobispo de Santiago –en ese momento, Pedro Meurice, no menos combativo que su antecesor y maestro– recomendaba en 1980 a los sacerdotes y religiosas apoyar a las familias que decidieran emigrar por el puerto de Mariel. 

En la búsqueda de un “clima”, no exento de tensiones ni dificultades, transcurrió todo el Período Especial

Desde 1990, y en particular desde mediados de esa década –con el nombramiento como cardenal del arzobispo habanero, Jaime Ortega–, la tónica de las relaciones consolidó su naturaleza diplomática. En la búsqueda de un “clima”, no exento de tensiones ni dificultades, transcurrió todo el Período Especial. 

En 1989, Castro dijo a Prensa Latina que estaba dispuesto a recibir a Juan Pablo II, un papa que se honraba –siempre en términos “humildes”– de haber hecho de su pontificado una guerra a muerte contra el comunismo de su Polonia natal y de la Unión Soviética.

La prueba de fuego de la Conferencia Episcopal fue, en las últimas décadas, el fusilamiento de Arnaldo Ochoa y otros tres militares. Para ese momento, Ortega era quien llevaba la voz cantante y podía hablar a título personal. Su condena de la pena de muerte fue total e incómoda. 

Solicitada a finales de los 80, la visita de Juan Pablo II a Cuba tuvo que esperar una década. / Arzobispado de Santiago de Cuba

Volverían a la carga en 1992, a propósito de la irrupción de las Brigadas de Respuesta Rápida en las celebraciones litúrgicas en las que participaban opositores. El amor todo lo espera, la gran carta pastoral de la época, en 1993, fue también la última crítica a la estructura general del país. Acusados de llamar a un “baño de sangre”, la carta les valió “una fuerte dosis de agresividad” en Granma, lamentaron. 

Con ese “clima”, la tan ansiada visita del Papa tuvo que esperar casi diez años, hasta 1998.

“¿Qué hacer entonces? ¿Alzar nuestras voces? ¿Serán escuchadas?”, preguntaban los obispos cubanos en los años 80. Su respuesta: no guardar silencio. Relativamente inmune –por su carácter internacional– a un ataque a gran escala por parte del régimen, la Conferencia Episcopal actuaba con aplomo y se sabía dueña de una voz. Ahora, callar es sobrevivir.

24 Comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último