Los traficantes, prostitutas y 'yarinis' de Holguín tienen su base de operaciones en la Marqueta
En el llamado “callejón del mercado” se suceden, de Mártires a Gómez, el Rhino’s Bar, el Benjuly, el Gato Negro y el Destellos Café, todos privados
Holguín/La calle Mártires y tres avenidas con nombres de próceres –Martí, Máximo Gómez y Luz y Caballero– encuadran la flamante zona roja de Holguín: la Plaza de la Marqueta. En el viejo mercado colonial, restaurado hace varios años, se dan cita las prostitutas, sus clientes, millonarios locales, estafadores de diversa calaña y varios yarinis, llamados así en honor al mítico proxeneta habanero, que no pierden de vista a sus empleadas.
Hace una década, los inquilinos de la plaza –el centro de la vida holguinera en tiempos republicanos– eran muy distintos. “Mendigos que orinaban y defecaban”, recuerda Heriberto, empleado en uno de los bares de los que hoy disfruta la Marqueta, aprovechándose del abandono y la ruina. El cambio de refugio de “deambulantes” a “puticlub” no parece haber sido demasiado radical, opina.
Antaño hubo en la Marqueta comercios, fondas, carnicerías y pescaderías. Ahora, sin embargo, la cartografía de la plaza está compuesta casi exclusivamente de bares y restaurantes “de categoría”, en cuyas mesas nadie se sienta sin saber a lo que va. “Ellas”, dice Heriberto aludiendo a las prostitutas –que “siempre van acicaladas y bien vestidas”– “hacen que sus clientes se sienten en algún bar y consuman”.
La cartografía de la plaza está compuesta casi exclusivamente de bares y restaurantes “de categoría”
El precio, dependiendo de los servicios que pida el cliente, oscila entre 3.000 y 5.000 pesos. Beber algo en el bar, explica Heriberto, es una suerte de rito de paso o “contraseña” para cerrar el trato. “No sé si los dueños de los locales tienen algún negocio con los yarinis, pero siempre es así”, añade.
La Policía lo sabe, claro. De los barrios rojos de La Habana –los mismos que hicieron famoso a Alberto Yarini, cuyas guerras con chulos rivales le costaron la vida en 1912– hasta los de Santiago o Camagüey, pasando por los recovecos de El Condado santaclareño, la Policía siempre sabe y no se mete. “Es un territorio complicado”, zanja Heriberto, y no solo porque todo ocurre a pleno sol y en un lugar concurrido, sino porque la prostitución es solo la punta del iceberg de la delincuencia.
En la Marqueta recalan también los marihuaneros y sus traficantes, cada uno con sus señales y tarifas bien definidas; los tarjeteros, que conocen las técnicas para robar divisas de las tarjetas en MLC (moneda libremente convertible) a clientes despistados o borrachos; negociantes que prefieren discutir sus ventas cerveza en mano; y, de vez en cuando, una recua de turistas, que se acercan a las sillas y barras sin la más mínima sospecha de lo que allí tiene lugar.
Dispensada y una versión cubana de las tapas, esa es la comida disponible en las “mesitas” de la Marqueta. En el llamado “callejón del mercado” –la columna vertebral de la plaza– se suceden, de Mártires a Gómez, el Rhino’s Bar, el Benjuly, el Gato Negro y el Destellos Café. Todos son, dice Heriberto, administrados por privados.
Cada uno cuenta con un grupo de guardias fornidos, que se turnan para vigilar las inmediaciones de la plaza. La seguridad es indispensable, como han demostrado varios negocios en La Habana, expuestos no solo a clientes problemáticos sino también a niños “ninja”, que roban para sobrevivir. A veces los negocios se salen de control y estalla una pelea. “No ha habido muchas broncas, pero las que hubo fueron sonadas y tuvieron que intervenir los ‘muchachones’”, señala Heriberto. A los jefes no les gusta que el conflicto los agarre desprevenidos y por eso tienen vigilancia constante. “Algunos tienen hasta cinco guardias trabajando”, cuenta.
Sobre el dueño del Benjuly, Julio César Paredes –un “joven y emprendedor propietario”, según su web– pesa un rumor: su presunta amistad con Lis Cuesta, esposa de Miguel Díaz-Canel, a quien se atribuye ser “madrina”, o bien dueña, del bar. Esa protección es lo que mantiene su funcionamiento libre de obstáculos, supone Heriberto, que asegura que sobre el Bodegón Holguín, un negocio ubicado en la Carretera Central, existe la misma protección de arriba.
Lo que empezó aquí ya se ha extendido a otras zonas, como Pueblo Nuevo, y se han detectado casos de compraventa de drogas
Lo que empezó aquí ya se ha extendido a otras zonas, como Pueblo Nuevo, y se han detectado casos de compraventa de drogas y negocios “extraños” en dos secundarias: la Alberto Sosa y la José Miró Argenter. Pero el centro del huracán sigue siendo la plaza.
Cuando el sol baja y las calles de la ciudad no resultan tan calurosas, los jóvenes de Holguín también acuden a la Marqueta. Emperifolladas y con cuidado de no invadir el territorio ajeno, las prostitutas ocupan sus asientos. Los yarinis sorben su trago y los tarjeteros se ponen en acción. Arrinconados e intentando ser discretos, los adictos empiezan a prender sus pitillos. “Lo único que falta es que llegue ‘el químico’”, lamenta Heriberto, aludiendo a la droga de moda en La Habana. “Es solo cuestión de tiempo”.