"¿Quién me va a traer comida si no puedo salir?"
Los jubilados con pocos recursos temen un virus que amenaza tanto su vida como la forma de ganar unos pesos con los que completar sus pensiones
La Habana/Todas las mañanas amanece frente al estanquillo de periódicos. A veces aguarda pocos minutos y otras por horas, pero Romualdo, de 79 años, explica que tiene tiempo porque está jubilado y sin familia. Tras comprar la prensa, la revende por las calles de La Habana. "Me dicen que no debo salir de la casa por el coronavirus pero si no hago esto, no como".
Compra cada ejemplar del diario oficial Granma en 0,20 CUP y después lo ofrece a los clientes que no quieren hacer la cola en el kiosko a cinco veces ese valor. Aunque parece una cifra elevada, son apenas centavos que poco significan en la encarecida cotidianidad cubana. "Hay días que hago 15 pesos y otros que tengo la suerte de encontrarme con turistas que me pagan a 1 CUC por un periódico, esos son los días de fiesta".
Con una pensión que no supera los 300 CUP mensuales, unos 12 dólares, Romualdo sobrevive de la reventa de periódicos y de hacer algunos mandados a los vecinos, como comprar para ellos los productos del mercado racionado y llevarlos hasta sus casas. Es, lo que se dice popularmente, un "mensajero" que, con esas tareas extras, a esas tareas extras logra "mal que bien comer todos los días", asegura.
"No puedo quedarme encerrado en mi casa porque si no vendo mis periódicos y hago otros encargos no puedo comer. ¿Quién me va a traer comida si no puedo salir?"
Pero ahora, su vida, que parecía haber encontrado un precario equilibrio, está a punto de cambiar. "Soy diabético y asmático, la doctora del médico de la familia me dijo que tengo que cuidarme del virus ese que ya está aquí". El jubilado está entre la espada y la pared: "No puedo quedarme encerrado en mi casa porque si no vendo mis periódicos y hago otros encargos no puedo comer. ¿Quién me va a traer comida si no puedo salir?"
El llamamiento a quedarse en casa que recorre el mundo frente a la pandemia ha llegado a Cuba a través de las redes sociales. Muchos padres han decidido no mandar a los hijos a las escuelas aunque el Ministerio de Educación todavía no ha cancelado las clases y, en los centros laborales estatales, los empleados tratan de convencer a sus jefes de que los dejen trabajar desde casa. Pero hay otros que saben que encerrados entre cuatro paredes puede tener otros riesgos.
En la actualidad el 18,3% de los 11,1 millones de habitantes que hay en Cuba tiene más de 60 años, lo que coloca al país entre los más envejecidos de América. Esta composición demográfica hace a la Isla especialmente vulnerable ante el Covid-19, como lo ha demostrado la incidencia de la mortalidad entre los ancianos en Italia y España, donde varias residencias geriátricas se han convertido en trampas mortales para decenas de internos.
El biólogo Amilcar Pérez Riverol advirtió de la gravedad del asunto en un texto publicado en su cuenta de Facebook. "Cuba tiene más de 1.125.000 habitantes entre 60-69 años (letalidad estimada del Covid-19 en esta franja de edad, 4,5%), más de 768.000 entre 70-79 años (letalidad 8,9%) y más de 392.000 de 80+ (letalidad 18%)", escribió. Esos datos arrojan un total de "más de 2.286.000 habitantes en edad de riesgo".
Rosa María tiene 72 años y vive de preparar dulces caseros en su casa del municipio Güira, en Artemisa, y venderlos a clientes en la capital cubana. Una vez a la semana toma el tren que desemboca en la pequeña estación de la calle Tulipán y ofrece sus productos en los edificios altos de la zona, donde por años algunos vecinos le han comprado cascos de guayaba, dulce de leche y mermeladas caseras.
"Soy hipertensa y hace cinco años estoy en remisión de un cáncer, por lo que estoy en el grupo de personas con más riesgos ante el virus", detalla. Viuda desde hace una década, Rosa María siempre fue ama de casa y ahora recibe la pensión de su fallecido esposo. "No me alcanza para nada, si no salgo a vender mis dulces me muero de hambre", afirma.
Esta semana, varios clientes ni siquiera le abrieron la puerta cuando tocó. "Me dijeron que no quieren dejar entrar y tener contacto con gente que viene de lejos por si trae el coronavirus", lamenta la señora. "Nada más pude vender dos de los 10 pomos de dulce que traía así que no sé qué voy a hacer en los próximos días".
"Si cancelan el tren y ponen en cuarentena al país yo voy a ser una de las víctimas pero no del virus, sino de la falta de comida y de jabón. En mi barrio en Güira hay muchos viejitos que están peor que yo porque ni siquiera se pueden valer por sí mismos. Si aquí es difícil comprar un pañal para anciano en tiempos normales imagínense ahora", detalla.
En los asilos de ancianos la preocupación crece. Una religiosa vinculada a los cuidados en el Asilo Santovenia, en el municipio habanero del Cerro, cuenta a 14ymedio sus temores.
"Somos una institución con cerca de 500 personas de la tercera edad residentes y de ellas más de 300 están internas aquí de forma permanente". La mayor parte de las labores diarias y los cuidados "los hacen las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, pero también hay personal contratado para otras labores de mantenimiento y administración. Ahora todos deben redoblar la higiene".
La Quinta Santovenia, una mansión señorial en la Calzada del Cerro, también cuenta con el apoyo del Ministerio de Salud Pública y recibe frecuentes donaciones de la Xunta de Galicia y los gobiernos autonómicos de Asturias y Canarias. Hace más de dos décadas, en el lugar se creó el comedor Betania, que presta servicio a ancianos que no residen en el centro pero están en situación vulnerable. Los que llegan reciben no solo comida, también vitaminas, útiles de aseo, ropa y atención médica.
"Debemos protegerlos de ellos mismos porque algunos llegan aquí con tremendas ganas de hablar, de abrazarse y de estar cerca porque en sus casas no tienen a nadie"
Las religiosas atienden además, a varias decenas de personas en su domicilio, les llevan medicamentos y comida, y velan por que se encuentren bien. "Muchos son viejitos que viven solos porque sus hijos emigraron o residen con familiares que no pueden brindarles la atención que necesitan por falta de recursos o de tiempo", comenta una de las monjas.
En el amplio salón se reúnen a la hora de almuerzo muchos ancianos de la zona que no solo comen allí sino que, para muchos, es la única posibilidad de tener algo de contacto social y de conversación. "Debemos protegerlos de ellos mismos porque algunos llegan aquí con tremendas ganas de hablar, de abrazarse y de estar cerca porque en sus casas no tienen a nadie", explica la religiosa. "No podemos cerrar el comedor porque sabemos que muchos de ellos no tienen recursos para lograr ni siquiera una comida al día".
"Este asilo es uno de los mejores de la ciudad porque buena parte de la gestión corre a cargo de la Iglesia y porque recibimos mucha ayuda y donaciones, pero el estado de otros centros es verdaderamente calamitoso", detalla. "En la mayoría hay problemas serios de higiene que normalmente son peligros potenciales para la vida de los ancianos pero que ahora se vuelven más graves todavía".
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