Viajar, cueste lo que cueste
La Habana/"Dame la maleta que me voy p'al campo", dice el estribillo de una tonada que durante las vacaciones escolares cobra fuerza en La Habana. Muchas familias visitan a sus parientes en áreas rurales, viajan a lugares turísticos en otras provincias o pasan unas jornadas en bases de campismo lejos de sus casas. El transporte interprovincial colapsa con la alta demanda de julio y agosto, mientras las críticas de los clientes también suben de tono.
Bajo un techo de tejas de metal que convierte el local en una sauna gratuita, cientos de personas aguardaban este fin de semana para viajar desde la terminal de "última hora" o "lista de espera", en la Avenida del Puerto en La Habana Vieja. Algunos ya no recuerdan cuándo llegaron allí, porque las horas se han sucedido unas tras otras, sin escuchar la buena nueva de que su número en la fila podrá abordar el próximo ómnibus.
La amplia nave es un lugar de tránsito en el que se pasa mucho tiempo. Allí se crean amistades, algunos juegan a las cartas y otros aprovechan que nadie los mira para darse un trago de ese alcohol que les hará olvidar el cansancio. Los más impacientes terminan pagando un auto privado que los lleve hacia su destino por 10 veces el precio del boleto oficial.
Iliana trabaja en el local desde que se inauguró la nueva terminal de "última hora" y sabe que en estos meses de verano las provincias más demandadas son las del oriente del país. Una situación que se repite "a finales e inicio de año, en algunas fechas especiales, como el Día de las madres, las semanas de receso escolar y la etapa veraniega", explica.
Algunos ya no recuerdan cuándo llegaron allí, porque las horas se han sucedido unas tras otras, sin escuchar la buena nueva de que su número en la fila podrá abordar el próximo ómnibus
Cerca de la empleada, una mujer dormita sobre un maletín, un niño llora porque tiene calor y un comerciante furtivo de maní logra vender parte de su mercancía. Todos están atentos a los monitores donde se anuncian los números de la lista de espera que podrán abordar el próximo ómnibus, pero por varias horas ningún carro "tiene capacidad".
Un murmullo de inconformidad se extiende entre los pasajeros que tienen los primeros números en los listados de las rutas que llegan más lejos, hacia el este de la Isla. "Eso es porque los propios choferes y los conductores revenden las capacidades libres antes de llegar aquí", se queja un padre con tres niños.
El hombre sostiene que desde que los ómnibus salen de la terminal central de Astro, en las cercanías de la Plaza de la Revolución, y hasta que llegan a la lista de espera, "los propios empleados venden los asientos que no están ocupados y aquí solo llegan uno o dos, para cumplir con la formalidad". Ningún otro pasajero se une a la queja del indignado cliente, algunos miran hacia el suelo y otros se abanican con automatismo y ojos perdidos.
Los viajeros más precavidos no están en este local. Han comprado tres meses antes los boletos en el sistema de ómnibus interprovinciales estatales, pero una decisión así lleva mucho de previsión y otro tanto de riesgo. "Solo estuve seguro de poder ir a Morón después de que mi mujer confirmó que tendría vacaciones en su trabajo", asegura Raudel, un avileño radicado en La Habana desde hace dos décadas y que este fin de semana deshojaba la margarita de la espera en el local de "última hora".
Los más impacientes terminan pagando un auto privado que los lleve hacia su destino por 10 veces el precio del boleto oficial
Dos jóvenes en una esquina de la nave toman la decisión de no esperar más. "Voy a comprar el pasaje por fuera, porque tengo que estar en la boda de mi hermana en Palmarito del Cauto y, si no salgo ahora, no llego a tiempo", cuenta uno de ellos a varios clientes que están sentados cerca. El joven sumará a los 169 pesos cubanos que cuesta el boleto hacia Santiago de Cuba, unos 15 pesos convertibles para lograr irse.
"Eso no falla", dice y se declara un conocedor del "mecanismo" que hace aparecer las capacidades incluso cuando la pizarra anuncia que están agotadas. "Pago y me monto en la guagua a unas cuadras de aquí", explica. "Nadie me ve y queda como un acuerdo entre el chofer y yo".
Algunos que lo han escuchado lo llaman a tener cuidado. "Los inspectores están por todas partes", le advierte una mujer que va rumbo a Trinidad. "Hay mucha vigilancia, pero eso no arregla el problema del transporte, lo que tienen que hacer es importar más carros y bajar los precios de los pasajes que están bastante altos", opina.
En la recién concluida Asamblea Nacional, los parlamentarios criticaron las constantes violaciones en el itinerario en el transporte urbano e interprovincial en el país. La corrupción en la venta de pasajes en algunas terminales, irregularidades en las unidades de control al vehículo y la mala calidad en la reparación de las vías también ocuparon parte del debate.
Los diputados volvieron a mencionar la falta de confort de los ómnibus Yutong que hacen las rutas interprovinciales de la empresa estatal Astro, la ausencia de información a los pasajeros, las discrepancias entre el precio del pasaje y el servicio, la sobrexplotación de los equipos y la deficiente limpieza de los medios. Pero eso solo es un eco lejano para los viajeros que por estos días padecen en carne propia los rigores de desplazarse por la Isla.
La noche empieza a caer en la terminal de "última hora" y algunos se acomodan en una esquina e intentar dormir sobre su propio equipaje. "Hago esto dos veces al mes, así que este lugar es como mi segunda casa", cuenta una joven que estudia en el Instituto Superior de Arte. La lluvia suena sobre las tejas de metal y el altavoz emite los números de los afortunados que subirán al próximo ómnibus.