La visita de Díaz-Canel a Sancti Spíritus deja como coda una desabastecida feria popular
En las calles, con comercios poco atractivos, no faltaron las peleas ni los empujones
Sancti Spíritus/Los viajes de Miguel Díaz-Canel a Sancti Spíritus tienen su preámbulo y su coda. Antes de que el gobernante cubano llegue es fácil detectar que se avecina la caravana presidencial: la recogida de basura, la pintura apresurada sobre las fachadas y el operativo alrededor de la casa de visita del Partido Comunista donde se hospeda lo delatan. Pero también, al partir, deja una secuela, algún retoque para transmitir el mensaje de que su presencia ha valido la pena. Esta semana el ajetreo ha tenido como colofón una feria de venta de alimentos.
En el reparto Kilo 12, este sábado se improvisaron puntos de ventas de viandas, frutas y otros productos básicos. Una mesa con galletas dulces por aquí, un kiosco con calabazas y unas yucas raquíticas por allá, junto a camiones que, sin siquiera descargarla mercancía, apuraban a los clientes para que compraran los paquetes de 2,5 kilogramos de pollo congelado a 1.580 pesos cada uno. Un famélico caballo tiraba de una carreta que llevaba plátanos burros y unas diminutas malangas. “No hay casi nada”, rezongaba una anciana que advertía: “aquellos boniatos tienen tanta tierra pegada que ni se sabe qué son”.
Una larga cola presagiaba alguna mercancía barata pero en realidad era azúcar blanca a 380 pesos, un precio ligeramente menor que los 400 que esta semana costaba el producto en las mipymes de la ciudad. En la larga fila, una mujer detalló las dificultades que encontró cuando, el viernes, quiso acercarse a Díaz-Canel para contarle los problemas habitacionales que sufre en una casa con parte del techo desplomado y sus dos padres ancianos postrados. Cuando la mujer trató de llegar hasta uno de los puntos que visitó el líder partidista, un cinturón de seguridad la paró. “Me dijeron que ya había una lista de la gente que podía hablar con él y que yo no estaba incluida”.
En la feria no faltaron las peleas ni los empujones. Una niña de unos diez años caminaba cerca de los que aguardaban para comprar y pedía, con voz apenas audible, 50 pesos para “comer algo”. Cerca del mediodía un anciano se desplomó y sufrió un ataque de epilepsia. “El pobre, lleva semanas sin poder tomarse la pastilla porque no hay en la farmacia”, explicó una joven que lo acompañaba. En ninguno de los puestos de venta estaban aceptando los pagos electrónicos así que los clientes debían desembolsar abultados fajos de billetes para llevarse los productos a casa.
Al filo del mediodía, la afluencia de público disminuyó porque en los barrios cercanos se corrió la voz de que “la feria está mala”. Los comerciantes comenzaron a recoger la cajas y los sacos con todo aquello que no lograron vender. La puesta en escena había terminado. El visitante para el que se dispuso la feria de atrezo ya está a cientos de kilómetros de distancia.