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1- La ruta de los volcanes: temblaba de angustia, sentía que dejaba a todos atrás

No entendía por qué en mi país no había estas cosas, por qué tenemos que pasar tanto trabajo para comprar un pedazo de pollo congelado para poder comer

Mi viaje comenzó un día a las 6:30 de la mañana, cuando me vino a buscar un taxi que me dejó en la terminal de Managua. Allí abordé un bus hasta Ocotal, en el norte del país. (14ymedio)
Alejandro Mena Ortiz

23 de abril 2022 - 13:15

Nunca en mi vida había salido de Cuba, así que migrar fue la decisión más difícil que he tomado nunca. Tuve que despedirme, con dolor, de la gente que quiero, de mis hijos, de mi abuela, de mi madre, de mi padre, de mi esposa, de mis hermanos. Solo hay una razón para haberlo hecho: la desesperanza.

Gracias a un familiar afuera, logré gestionar un pasaje para viajar a Nicaragua. Mi plan era, como el de tantos otros, atravesar después Honduras, Guatemala y México, hasta llegar a Estados Unidos. Antes de partir, muchos sentimientos chocaron dentro de mí. Por un lado, me sentía muy triste y desilusionado con mi país, pero a la vez, estaba deseoso de poder tener la oportunidad, finalmente, de labrar un futuro para mis hijos.

Durante el viaje al aeropuerto, temblaba de angustia: sentía que dejaba a todos atrás y que tenía un futuro muy incierto por delante. En el José Martí había una cola de 150 personas. Hasta para escapar de este país hay que hacer colas.

Pasé un momento muy estresante en Inmigración, cuando, al chequear mis datos y el pasaporte, me pidieron que esperara. Tras unos minutos que me parecieron eternos, una funcionaria me miró y me dijo con desprecio: "Ah, él es de Archipiélago".

Yo había dado mi nombre en los inicios, cuando Yunior García Aguilera formó el grupo, pero no pensé que eso me fuera a dejar marcado. Los oficiales me decían que estuviera tranquilo, pero los pasajeros de mi vuelo ya estaban en la sala de espera y yo seguía allí. Finalmente, me dejaron ir: "Que tengas buen viaje", me dijo la funcionaria con indiferencia. Después he oído más testimonios similares: ellos mantienen la incertidumbre hasta el final. Hasta que el avión no despegó, no tuve claro que no me bajarían.

La gran mayoría de pasajeros hablaba de lo mismo: por dónde pensaban salir, cuánto les cobraban sus 'coyotes', con quiénes viajarían...

La gran mayoría de pasajeros hablaba de lo mismo: por dónde pensaban salir, cuánto les cobraban sus coyotes, con quiénes viajarían... Nadie a mi alrededor iba a Nicaragua como destino final. Era el éxodo masivo delante de mis ojos.

El trato no fue muy bueno al llegar a Nicaragua. Nada más llegar, me estafaron, al comprar una tarjeta telefónica de la compañía Claro por 20 dólares que, supuestamente, iba a tener 13 GB de datos y redes sociales ilimitadas, entre otros beneficios. Al día siguiente, ya la tuve que recargar por 100 córdobas, unos tres dólares.

Observar Managua desde el avión, toda alumbrada, me impactó. En el aeropuerto y camino al hotel, muchos anuncios, cafeterías, restaurantes. El hotel no era nada del otro mundo, pero sí acogedor y tenía piscina. Sin embargo, nadie se bañaba; hace calor en Managua y ningún cubano se baña, porque todos saben a qué van allí.

El primer día salí con un muchacho al que había conocido y pasamos por una gasolinera. Mi impresión fue enorme al entrar a esa gasolinera pequeñita y ver la inmensa variedad de productos que vendían, todo tipo de chicles, chocolates, refrescos, hotdogs... Y eso que aún no llegaba al Walmart. Aquí ni siquiera puedo describir lo que sentí cuando vi toda esa abundancia, todo ese espacio tan enorme, con tanta y tanta mercancía, tan variada. No sabía ni para dónde caminar.

Entonces me sentí muy triste. No entendía por qué en mi país no había estas cosas, por qué tenemos que pasar tanto trabajo para comprar un pedazo de pollo congelado o un picadillo o unos huevos para poder comer. Al volver al hotel conversé con mi familia por WhatsApp y se me hizo un nudo en la garganta, sentí mucha impotencia de poder tener todo eso aquí y que ellos no lo tuvieran allá.

Los coyotes vinieron a recoger aquí a muchos cubanos durante el primer día y medio que estuve ahí. Conocí a dos de ellos. Uno era estudiante de Medicina en Cienfuegos y me decía que tenía que aprovechar la oportunidad, porque el tercer año los regulan y no pueden salir de Cuba. El muchacho tiene familia fuera y pagó 6.000 dólares para que lo dejaran en la frontera. Estaba nervioso e intenté calmarlo dándole ánimos.

Uno era estudiante de Medicina en Cienfuegos y me decía que tenía que aprovechar la oportunidad, porque el tercer año los regulan y no pueden salir de Cuba

El otro se llamaba Lazarito, un muchacho un poco despistado, habanero. Su padre está en EE UU y le pagó el pasaje, además de los 7.000 dólares del coyote. Él estaba más nervioso todavía, porque los coyotes tenían que venir a recogerlo a las 6 de la mañana. A las 8 llegaron y, finalmente, se fue con ellos.

Mi viaje comenzó un día a las 6:30 de la mañana, cuando me vino a buscar un taxi que me dejó en la terminal de ómnibus de Managua. Allí abordé un bus hasta Ocotal, en el norte del país.

Fue un viaje muy tranquilo, muy bonito, los paisajes me llamaron mucho la atención, los campos de Nicaragua sí están sembrados, no como los de Cuba. Conversé en el camino con Brenda, una nicaragüense de 38 años que vive en Ocotal pero trabaja en Managua, y me contó que tiene tres hijos. Trabaja en casa de un hombre que es rico, según me dijo, cuidando a los niños, y solo descansa cuatro días al mes. Esos cuatro días toma un bus, atiende a su familia y regresa, y un mes más trancada en aquella casa. Lo hace desde hace 5 años, dice, para asegurar un futuro a sus hijos.

Me bajé en Ocotal, que a pesar de ser un pueblo pequeño tiene muchas cosas, algo que sigue impresionándome allá donde voy. Allí me llamó la atención algo que no vi en Managua: mucha propaganda sandinista. Llegué a casa de mi guía, donde descansé y pude probar la cerveza nicaragüense La Toña, muy rica, muy parecida a la Cristal cubana, que me trajo muchos recuerdos. Ya en la tarde, partimos hacia la frontera, un recorrido bastante largo pero en una camioneta muy cómoda.

Era de noche cuando llegamos al punto fronterizo, que conecta al municipio de Jalapa, en Nicaragua, con un poblado muy pequeño que se llama Trojes, en el sur de Honduras.

Allí, nos bajamos del carro en medio de un campo y tuvimos que atravesar una zona de cultivos que tenía una extensión como de 400 metros en medio de una oscuridad total. No se veía prácticamente nada y tuvimos que caminar rápido para que la Policía no nos cogiera. Al otro lado había una cerquita de púas y estaba esperándome un hombre con una moto. El tipo la aceleró a millón y hacía frío. La frente se me congeló, pero en solo tres minutos, ya estaba en Trojes.

Mañana:

Caravana por Honduras: íbamos 30 motos, con 30 cubanos montados

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