Bisutería y mucha ideología, la Feria del Libro de La Habana no levanta cabeza
A la ausencia de jóvenes, casi todos emigrados, y las caras de decepción de los niños, se suma el desgano de los lectores
La Habana/La Feria Internacional del Libro de La Habana de 2023 es menos un evento literario que una vitrina de las alianzas políticas del régimen. Dedicada a Colombia y con la presencia de la vicepresidenta de este país, Francia Márquez, la fortaleza de La Cabaña alberga hasta el 19 de febrero, además, un ostentoso pabellón de Rusia y varios recintos dedicados a la propaganda de Irán, Venezuela y Bolivia.
Después de pagar los 15 pesos reglamentarios para acceder a la antigua fortaleza que funciona como sede del evento, los lectores deambulan en vano por las galerías y pabellones. Los libros que podrían ser de interés se venden a precios abrumadores –4.500 pesos cada uno de los siete tomos de Harry Potter, en una edición barata– y los demás son, en su mayoría, biografías de líderes comunistas, ensayos económicos o reflexiones de Fidel Castro, como los de la lujosa editorial Ocean Sur, volúmenes que nunca compran los cubanos pero que atraen a los extranjeros admiradores del régimen.
Solo dos cosas parecen omnipresentes este año: los puestos de venta de bisutería y comida, y los ejemplares que llevan años guardados en los almacenes del Instituto Cubano del Libro, carcomidos por el polvo y la humedad.
Muy pocas novedades hay este 2023 tras muchos meses de parálisis editorial, por la escasez de papel y la apatía del Gobierno hacia la cultura y la producción literaria. En el interior de La Cabaña, algunas editoriales extranjeras intentan exhibir su catálogo, pero se trata de casas independientes cuya afinidad con el régimen cubano las trae a La Habana para vender, como en el caso de la británica Pathfinder, que ofrece libros nada menos que del espía Gerardo Hernández, Ricardo Alarcón o Vilma Espín.
Colombia tampoco ha sido entusiasta con su participación. Los cubanos, que van en busca de nuevas ediciones de Gabriel García Márquez, no han podido encontrar sino El fabricante de historias, una biografía de Alberto Medina, o historietas sobre la vida del Nobel colombiano, a 500 pesos. Los otros volúmenes que se pueden adquirir en el pabellón de honor de este país tienen títulos tan poco atractivos como Estadísticas del libro o Léxico de la Violencia en Colombia.
En cuanto a las casas editoriales cubanas, Casa de las Américas solo vende bolsos y carteles, Prensa Latina atiborró sus estantes con biografías de Castro y Che Guevara, y los kioscos del Instituto del Libro se pusieron a disposición de libreros, que son los únicos que venden algún título interesante, aunque sea de uso. Del núcleo de pabellones "oficiales" sorprende la ausencia de Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador, que anunció un programa paralelo en La Habana Vieja, bajo la dirección de Magda Resik.
El precio de libros clásicos, aportados por editoriales extranjeras, se ha "actualizado" de acuerdo al ambiente económico cubano: El principito cuesta ya 1.500 pesos, Los miserables alcanzan los 2.500 y 1984, la novela de George Orwell desterrada durante décadas de las librerías cubanas, asciende a los 1.600 pesos.
Pero quizás lo peor de la 31 edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana es el factor humano. A la ausencia de jóvenes, casi todos emigrados, y las caras de decepción de los niños, para quienes hay muy poca oferta más allá de los cuadernos de dibujos y juegos de mesa, se suma el desgano con que llegan los lectores a la Cabaña, más interesados en la oferta gastronómica que en la literaria.
La única constante, dentro y fuera del castillo, de uniforme o vestidos de civil, fumando en una esquina o vigilantes en la patrulla, son los centenares de agentes de Policía que vigilan, sin la menor intención de leer, el trasiego de la Feria.
Hambrientos y con muy pocos ejemplares en el bolso, quienes se han tomado el trabajo de subir hasta el recinto ferial acuden a las carpas de comida antes de hacer la cola para transportarse de vuelta a La Habana. Con una completa de arroz amarillo y carne de cerdo a 480 pesos, un refresco a 150 y un café aguado al mismo precio, lo más sensato es ayunar hasta volver a la ciudad.
A medida que abandonan la vieja fortaleza, el reguetón y los gritos de los niños –"¡Nos engañaron!", dice uno entre risas–, los lectores que no alcanzaron la guagua se sientan sobre la hierba a contemplar un panorama tan sereno como inalcanzable: despacio, un crucero cargado de turistas va entrando a la bahía de La Habana.
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