Álvaro Pombo, un premio Cervantes que huye del activismo ideológico
Pombo es una 'rara avis' en el mundo de las letras hispánicas, donde extremar la vocinglería es casi una nueva forma del "ser intelectual"
San Salvador/El santanderino Álvaro Pombo García de los Ríos acaba de adjudicarse el más importante galardón de la literatura en español, el premio Cervantes. Aparte de merecido, el laurel colocado en sus sienes tiene, para quien desee buscarlas, profundas repercusiones filosóficas y antropológicas. A caballo entre la novela, el ensayo y la poesía, este autor de 85 años es dueño de una mirada que ha penetrado como pocas en los entresijos de la contradictoria condición humana.
Con alrededor de cinco décadas de trayectoria, Pombo es una rara avis en el mundo de las letras hispánicas, donde extremar la vocinglería o practicar el activismo ideológico es casi una nueva forma del “ser intelectual”. Pues don Álvaro no: huye de las pancartas y de las viñetas como de la peste bubónica. Para poner un ejemplo trillado en su biografía mediática, siendo (reticente pero) declaradamente homosexual, detesta la pirotecnia del “orgullo”. “Prefiero el ascetismo al exhibicionismo gay”, dijo a El País el año pasado.
¿Ascetismo ha dicho? Pues sí: como se lee. Es que la vida sexual “no tradicional”, en Pombo, se alterna ansiosamente con una estoica búsqueda de la trascendencia, que en su caso tiene los prístinos ecos del catolicismo familiar. Por este tipo de cosas, la izquierda activista española le ha acusado de todo, incluso de ejercer —¡Dios nos libre!— la “endohomofobia”, ese nuevo “pecado capital” inventado por la progresía radical para señalar al homosexual que padece homofobia. (Porque no olvidemos que los nuevos “eruditos” de las nuevas identidades son los nuevos inquisidores que envían nuevamente a la hoguera a los nuevos herejes, culpables —claro— de nuevas transgresiones a las nuevas tablas de la ley. ¡Oh! ¡Cuánta novedad se acumula en esta viejísima costumbre de terminar convertidos en aquello que antes criticamos!).
A estas alturas de su vida, lo que más le preocupa es administrarse a sí mismo como mejor pueda
Pero a Pombo los motes le tienen sin cuidado. Él conoce demasiado bien sus propias contradicciones como para detenerse a juzgar las ajenas. A estas alturas de su vida, lo que más le preocupa es administrarse a sí mismo como mejor pueda, incluyendo su muy particular forma de ser cristiano.
“Mi experiencia católica es infantil y primaria”, admitió en una entrevista con Vidal Arranz. “Yo he sido un bohemio y una calamidad toda la vida, sin duda. Pero eso es compatible con estar bien con Jesucristo. Echo de menos hoy en día hablar con alguien cristiano. No con alguien piadosito que reza mucho, hablo de una poderosa tradición. Me cuesta trabajo no ver el mundo con ojos cristianos”.
El asunto no va de broma. Para don Álvaro es inconcebible su propia obra literaria sin el ingrediente de la fe, ejercitada o no.
“Creo que el tema de Dios es de gran actualidad. Inactuales son los agnósticos, me parece a mí. El tema de lo sagrado y lo divino, y por tanto el tema de Dios y el cristianismo, es una cosa muy seria. Esto no quiere decir que yo sea un devoto o un beato practicante, pero hay una especie de fondo espiritual cristiano en mis libros”.
Como dice el matemático de Oxford, John Lennox, el problema de “quitar a Dios de la ecuación” es que los misterios sobre el mal y el sufrimiento quedan intactos; de lo que prescindimos con esta decisión, esencialmente, es de la esperanza. Pombo lo expresa a su manera:
“La conciencia de Dios evita la banalidad. También la banalidad del mal… No se trata de beaterías o de ir a misa. Se trata de la presencia de aquello que nos trasciende”. Y en otra oportunidad se atrevió a recalcar: “Hablamos de una presencia, un objeto cultural profundo, inmanente a la conciencia humana. De alguna manera, sin Dios, se achica la idea que tenemos de nosotros mismos”.
Autor de libros tan fascinantes como La cuadratura del círculo (1999), Donde las mujeres (1996) y Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey (1993), Álvaro Pombo es un consagrado del buceo existencial a través de la duda, el humor, la desesperación y hasta los giros sintácticos. Tiene del poeta lo que un narrador necesita para ser interlocutor virtuoso de la eternidad, y posee del consumado prosista la elaborada arquitectura que hace del verso una edificación de la belleza.
“Estamos viviendo en un mundo tonto e indiscreto”, le dijo a ABC hace algunos años
“Estamos viviendo en un mundo tonto e indiscreto”, le dijo a ABC hace algunos años. Tan realista como intenta ser siempre, le cuesta entender cómo se puede ligar la felicidad a este fogoso “paréntesis” que se produce entre el nacimiento y la muerte: “Pienso que la felicidad no debe ser un proyecto de vida. Es un proyecto romántico”. Y agrega: “Creo en los instantes felices, pero no que la felicidad sea un proyecto que convenga tener demasiado presente. Tenemos vidas llevaderas… Los humanos somos seres limitados y finitos”.
Álvaro Pombo sabe que le queda poco tiempo. Sigue escribiendo, sin embargo, y nos sigue sorprendiendo. Este año el Cervantes se le adjudicó a un hombre que contempla el colosal firmamento sin dejar de poner sus ojos en las míseras estrellas. A un escritor, en definitiva, que ha bajado a las entrañas del alma humana y ha extraído de sus rocas ígneas —las más profundas— pepitas de oro que ahora brillan entre las mejores producidas por la novela o la poesía castellanas.
Nada mal para un creador que ha sido muy sencillo en sus pretensiones sobre la huella que desearía dejar en este mundo: “Me gustaría ser recordado como poeta y escritor de algunos relatos y poemas. Me gustaría ser recordado por mi elocuencia, pero sobre todo por mis amigos. No olvido nada, recuerdo a las personas que quise y a las que no quise. Me he reído mucho, me he divertido mucho y he hecho reír a muchos. Me gustaría ser recordado porque he tenido buen humor”.