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Los arqueólogos canadienses desentrañan los misterios de los taínos de Los Buchillones

Las figuras, labradas en madera de guayacán y ébano, fueron creadas entre los siglos XIII y XVII

Los Buchillones también es el yacimiento arqueológico más significativo de arte indocubano. / Patrimonio Ciego de Ávila/Facebook
Xavier Carbonell

26 de octubre 2024 - 13:01

Salamanca/Han tenido que pasar casi 30 años para que más de 150 piezas de arte aborigen del yacimiento de Los Buchillones, en Ciego de Ávila, fueran descritas y datadas correctamente por los arqueólogos. El mérito, sin embargo, no es tanto de los historiadores de la Isla como de la Universidad de Toronto, en Canadá, y del Museo Real de Ontario, que tuvieron a su cargo el estudio científico de las figuras. 

Pese a la importancia del descubrimiento, que enriquece notablemente la visión que se tiene de la Cuba precolombina, la prensa oficial apenas se ha hecho eco del suceso. El pasado jueves, no obstante, Invasorexplicó los avatares de las piezas encontradas en 1995 en Los Buchillones, que se habían atribuido incorrectamente a “grupos aruacos agricultores y ceramistas”. 

Gracias a los científicos del laboratorio universitario Isotrace se sabe ahora que las figuras, labradas en madera de guayacán y ébano, fueron creadas entre los siglos XIII y XVII de nuestra era, más precisamente entre el año 1220 y 1690. La comunidad permaneció allí tras la Conquista.

Los objetos fueron creados en una antigua salina conocida como La Laguna, que forma parte de Los Buchillones. En cuanto a su tipología, corresponde a las formas artísticas que se conocen de los aborígenes cubanos. Se trata de cemíes –dioses–, los asientos denominados dujos, espátulas y bandejas. Pocas de las Antillas Mayores cuentan con tantas piezas representativas del arte aborigen y, en el contexto cubano, también marca un hito: Los Buchillones también es el yacimiento arqueológico más significativo de arte indocubano.

Cuenco de ébano encontrado en el yacimiento. / Patrimonio Ciego de Ávila/Facebook

De las esculturas, destacan ocho cuyas características ayudan a comprender mejor el imaginario y la cotidianidad de los aborígenes. Son de color oscuro, talladas en madera de guayacán y ébano, cuya altura oscila entre los 10,5 y los 34 centímetros. Se nota en algunas de ellas la cabeza y las extremidades –con énfasis en los genitales masculinos y femeninos– de una divinidad, y otras tienen forma de animales sin sexo. 

Son, a juzgar por su forma y cuidadosa simetría, ídolos vinculados a la fertilidad y ese es el nombre que ha recibido la escultura más notable, de 18 centímetros de altura, y de la cual Invasor facilitó un boceto. Además del simbolismo sexual, contiene elementos –la representación de un esqueleto y una especie de aureola, a la manera de los santos católicos– que remiten al paso de la vida a la muerte y a la noción del tiempo que poseían los taínos. 

Se cree que las vasijas y cuencos también tienen un carácter ritual y fueron utilizados por los taínos en sus ceremonias religiosas. Según Invasor, Canadá recomendó “desarrollar un estudio estilístico de estos objetos” y continuar la investigación, que encabeza el arqueólogo cubano Jorge A. Calvera Rosés.

Del pasado aborigen de Cuba no quedan sino fragmentos. Los pocos estudios arqueológicos que se han publicado en el país han dado pocas claridades sobre los diferentes grupos que formaban el ámbito indocubano, y la mayoría de los cubanos tiene nociones erróneas o anticuadas sobre su vida, costumbres y rituales. 

Un paso decisivo para comprender la religión de los taínos lo dio, en 1947, el etnólogo y polígrafo cubano Fernando Ortiz con su libro El huracán, su mitología y sus símbolos. Publicado por el Fondo de Cultura Económica e imposible de conseguir en las librerías de la Isla –es raro, incluso, en sus bibliotecas–, el meticuloso estudio de Ortiz sobre varias piezas similares a las encontradas en Los Buchillones permitió entender el universo sagrado de los taínos. 

El meticuloso estudio de Ortiz sobre varias piezas similares permitió entender el universo sagrado de los taínos. / Patrimonio Ciego de Ávila/Facebook

Ortiz centró su investigación en un conjunto de esculturas enigmáticas, formadas por un tronco humano con su cabeza, en cuyo pecho había otra criatura, con los brazos en aspa. Aunque las formas de las “curiosas figurillas” era variable, estos elementos eran el factor común y apuntaban a una concepción sagrada del ciclón, Padre de los Vientos para los aborígenes. 

Su conclusión fue que el ídolo del huracán era “la figura más típica de Cuba”, pues no había encontrado ejemplares en ninguna otra isla caribeña. Para explicarlo, compuso una obra que busca las huellas del culto al huracán desde las esvásticas hindúes hasta las danzas andaluzas, describiendo un itinerario mítico prácticamente virgen en los estudios históricos cubanos. 

Pese a las carencias, el campo de los estudios indocubanos ofrece al investigador un terreno lleno de novedades y toda una bibliografía de pioneros como Ortiz, que en su época llegó a estar a la altura de clásicos de los estudios mitológicos como James Frazer o Joseph Campbell. Su colección personal, absorbida –con poco cuidado– por la Biblioteca Nacional y otras instituciones estatales, es un buen punto de partida para el investigador.  

“Todo objeto arqueológico es por sí un conjunto en busca de una expresión inteligible. Es como un ente muerto y desenterrado al cual hay que devolverle el nombre y la vida”, dijo entonces Ortiz antes de, efectivamente, dotar de sentido a su descubrimiento. Las más de 150 piezas de Los Buchillones siguen, como hace 100 años predijo el autor del Contrapunteo, en busca de quien sepa hablar en su “lenguaje propio”. 

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