Cualquier parecido con la realidad cubana es mera coincidencia
La serie 'The Americans' cuenta la vida de una pareja del KGB infiltrada durante 15 años en EE UU
Madrid/Dos agentes de la Seguridad del Estado interrogan a una funcionaria. Han llegado casi a la cúspide de una trama de corrupción que consigue reservar productos de primera calidad a las élites a base de sobornos mientras las tarimas lucen vacías.
"Así funciona el país entero. Así se alimenta la gente. Eso no va a cambiar", responde la secretaria impasible enfrentada a los libros de cuentas. "No soy solo yo. Todos los funcionarios, supervisores, encargados de tiendas. Ustedes los del KGB creen que están por encima de todo porque no tienen que preocuparse de esas cosas.. Tan poderosos..."
¿El KGB? Sí. Este podría ser el relato de cualquier nota informativa en este diario. La historia podría estar ocurriendo (y quizá así es) este final de marzo en una estación policial cubana. Pero esto es solo una escena del episodio 11 de la quinta temporada de The Americans, una serie ambientada en los estertores de la Guerra Fría que pasó sus seis años de vida en la lista de las diez mejores del American Film Institute Awards.
La ficción relata a lo largo de sus 75 episodios la vida de los Jennings, una familia que sintetiza el ideal americano
La ficción, cuyas seis temporadas pueden verse de forma íntegra en Amazon Prime Video, relata a lo largo de sus 75 episodios la vida de los Jennings, una familia que sintetiza el ideal americano, formada por el perfecto matrimonio de Philip y Elizabeth, dos guapos emprendedores dueños de una agencia de viajes en Washington que viven en una bonita casa ajardinada a las afueras de la ciudad junto a sus dos hijos, Paige y Henry.
Los dos niños son una de las pocas verdades de esta historia. En realidad, la pareja está formada por Mikhail y Nadezhda, dos agentes de campo del KGB infiltrados en EE UU que en el cuarto de la colada de su sótano descifran códigos y cuando se despiden de sus hijos para ir al trabajo por una llamada urgente posiblemente se dirijan a matar a alguien.
Durante 15 años, la tapadera ha funcionado de forma impecable, pero la serie arranca en 1981, el año en que los Jennings cruzan la calle para ofrecer un pastel a su nuevo vecino, Steve Beeman, un agente de la contrainteligencia del FBI que tiene entre sus principales cometidos localizar y neutralizar a los miembros del Directorio S, los "ilegales" rusos. Un poco por la posibilidad de aumentar su acceso a las entrañas del Gobierno de Reagan y otro poco por supervivencia, el matrimonio -muy especialmente Philip- forja una relación de estrecha (y a ratos honesta) amistad con su vecino que transcurre en paralelo al juego del ratón y el gato al que sus trabajos obligan.
Matthew Rhys y Keri Russell han sustentado The Americans construyendo a dos seres humanos que generan un constante dilema moral. Son los héroes de la serie, seguimos sus andanzas a lo largo de casi siete años, su relación de pareja, sus conflictos con los hijos, sus amistades, sufrimientos y decepciones, las durísimas infancias en plena Segunda Guerra Mundial que les llevan a poner toda su fe y voluntad en un país que ya es apenas un lejano recuerdo. Empatizamos con ellos y queremos que sus misiones salgan bien y el FBI no les dé alcance. Pero a la vez contemplamos cómo son capaces de los actos más viles que se puedan imaginar.
Los Jennings son soldados en guerra. Si deben ganarse la confianza de sus fuentes hasta destrozarles la vida y el corazón, lo harán. Si deben exponer a personas con las que han compartido momentos de amor y amistad a un grave peligro mortal, no lo cuestionarán. Si deben apretar el gatillo, por deleznable que les parezca la orden, no dudarán. La lista de víctimas, vivas y muertas, es interminable a lo largo de los años. Está la adorable Martha, a quien Clark -uno de los disfraces de Philip- llega a involucrar de manera completamente involuntaria en graves delitos que le permitirán pocas o ninguna salida. O Young-Hee Seong, la primera amiga sincera que Elizabeth gana a lo largo de su vida y a quien, sin embargo, debe traicionar para obtener la información que necesita de su marido. Incluso los Morozov, un matrimonio ruso exiliado en EE UU al que los Jennings deben convencer de que regrese a la URSS aunque tengan que poner en peligro la vida de su único hijo.
Los Jennings son soldados en guerra. Si deben ganarse la confianza de sus fuentes hasta destrozarles la vida y el corazón, lo harán
Su compromiso con el Centro [el KGB] se va desmoronando de manera muy desigual, lo que también provoca desavenencias en una pareja que se enamora muchos años después de ser concebida para el engaño. Philip es, de forma muy evidente, el primer desencantado; tanto que ya desde la temporada 1 el reproche más frecuente de Elizabeth a su marido es: "Tú siempre has querido ser uno de ellos". Jennings apenas recuerda su triste infancia. A lo largo de las temporadas, algunos recuerdos van brotando de su memoria y lo llevan a plantearse si algo se rompió en él, en su moral y su conciencia, para haber acabado dedicando su vida a una organización a la que ya solo obedece por amor a su esposa, por miedo a las represalias y porque es terroríficamente bueno en su trabajo.
Elizabeth es otra cara de la moneda. Guarda muy fresca en su mente una niñez de pobreza, enfermedad y guerra que la llevaron a buscar desde muy joven la manera de dejar de tener miedo siendo implacable. Su fe en el comunismo se mantiene inquebrantable, incluso cuando reconoce que lleva tantos años sin pisar su tierra que no tiene la menor idea de cómo marcha el país y apenas duda cuando en la segunda temporada se plantea uno de los grandes conflictos que vertebran la serie: la idea del KGB de crear una generación de espías nacidos en EE UU a través de los hijos de sus agentes ilegales. Ese drama, que se convierte en una pugna de la pareja por lo que significa convertir a sus hijos en herederos involuntarios de sus decisiones, se completará con Paige, la hija mayor del matrimonio, que debe afrontar el impacto y las consecuencias de descubrir que sus padres son dos agentes de élite del enemigo.
Pero hay una trama fundamental en The Americans a través de la que Joe Weisberg, creador de la serie, no hurta al espectador las sombras de la inteligencia estadounidense. En su persecución, los estadounidenses también dejan algunos cadáveres por el camino, en sentido real y figurado. Nina Krilova es uno de los personajes que mejor ilustran las dificultades de intentar sobrevivir en una época de tal violencia subrepticia. Funcionaria de segunda en la rezidentura de Washington, su personaje cobra una importancia trascendental cuando Steve Beeman la amenaza con revelar a la URSS sus escamoteos de poca monta si no se convierte en colaboradora de FBI. Krilova aprende así a ser una especie de Mata Hari que da origen a un triángulo amoroso rematado por Oleg Burov, hijo del ministro de Transportes soviético y destinado en Washington como experto en ciencia y tecnología. Nina y sus peligrosas andanzas como agente doble terminarán dando origen a la extraña relación entre Burov y Beeman, dos hombres tan separados como unidos, capaces de engañar, extorsionar y hasta matar por sus países, pero también dos honestos idealistas que lucharán hasta el último aliento por construir la paz y el cambio en el mundo hostil que les ha tocado en suerte.
En su persecución, los estadounidenses también dejan algunos cadáveres por el camino, en sentido real y figurado
The Americans se emitió en EE UU entre 2013 y 2018 sin acabar de gozar de una popularidad extrema entre el público a pesar de tener la rendición de la crítica. La serie supo compensar un presupuesto modesto con la inteligencia de sus guiones, una cuidada ambientación y un estilo muy cinematográfico en el mejor de los sentidos. Apartándose del cliffhanger (suspenso) trepidante, The Americans se asemeja más a los clásicos de espías de John Le Carré y prefiere un cocinado lento en el que los personajes necesitan un desarrollo tenso, donde la contención es más asfixiante que la acción hipertrofiada; algo sin duda mucho más en consonancia con los tiempos que recrea.
La prensa especializada llegó a decir de ella que "incluso en sus peores momentos es mejor que cualquier otra serie" y, aunque los grandes premios se le resistían, en 2018 consiguió, entre otros, el broche que necesitaba: el Globo de Oro a la mejor serie dramática.
La última temporada, que cierra con un décimo episodio memorable, coloca a varios de los personajes principales en una escena crudamente sincera en la que uno de ellos dirá a otro: "Todo era joder a la gente para... ya no sé ni para qué". Han pasado casi 25 años, pero en Cuba podría seguir siendo hoy.
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