La nostalgia adquirida
La Habana/Los habituales de la Fábrica de Arte Cubano (FAC) apenas tenían detalles sobre los integrantes del Grupo Afrobeta, anunciado en el programa de este viernes como “un dúo musical de Miami”. Aunque su música se mueve en las atrevidas cadencias del electro-funk, lo más interesante de su trabajo es la historia de identidad cubana conservada en el exilio que acompaña a estos jóvenes.
Tony Laurencio y Cuci Amador llegaron horas antes de su presentación nocturna a la sala Santiago Feliú de la FAC. A nadie le sorprendió que aquellos dos miamenses hablaran español con inconfundible acento cubano, pero al ver cómo se movían y conversaban era casi obligatoria la pregunta sobre la fecha en que partieron de la Isla.
“Nacimos en los Estados Unidos y esta es la primera vez que estamos en Cuba” responde Cuci con una sonrisa que le ocupa todo el cuerpo. “Mi padre salió con 14 años en la operación Pedro Pan y fue allá donde conoció a mi madre que se fue en 1966”
La creadora detalla que su familia nunca perdió las raíces ni desaprovechó una ocasión para hablarle de este país. “Por eso me identifico como cubana, por la forma en que siento la cultura, la manera de comer, de hablar… la música, todo. Cada vez que alguien me pregunta de dónde soy le respondo que vengo de aquí”.
En su primera semana en Cuba, Tony ha podido cotejar casi todas las versiones que había escuchado sobre la Isla, desde las paradisíacas hasta las infernales. “Estamos en una casa en Centro Habana y eso nos ha permitido conocer la voz de la gente del pueblo, sus ilusiones y su dolor”, apunta, aunque reconoce que todavía tienen “muchas preguntas”.
“Aunque nos definen como intérpretes de música electrónica, en realidad hacemos una mezcla donde incluimos bailables y hasta temas folklóricos”
Hace más de ocho años que Cuci y Tony forman una pareja en la vida y en el arte. El joven es un músico de amplio espectro. Toca el piano, la batería, el bajo, la guitarra y además compone. “Aunque nos definen como intérpretes de música electrónica, en realidad hacemos una mezcla donde incluimos bailables y hasta temas folklóricos”.
Al filo de la medianoche una voz llama al camerino de la pareja y avisa que va a comenzar el concierto. Minutos después Tony manipula un teclado y bajo la luz rojiza que cubre el escenario comienza el espectáculo. Cuci canta, baila y salta, mientras le saca notas a un instrumento que es un híbrido entre una tableta electrónica y una guitarra. Desde el público alguien ironiza que se llama una Tabletarra o guitableta.
Cuando la cantante anuncia que “ahora viene algo de Celia Cruz” se desata una animación especial en el público con una pizca de inquietud. A Cuci le parece normal mencionar a la inmortal sonera, hasta hace poco innombrable en Cuba. Más allá de la profesionalidad, de la calidez interpretativa, del acertado repertorio, hay algo que magnetiza a los espectadores. Algo vinculado a la libertad.
Al concluir la función, sudados como si hubieran cortado un campo de caña, vuelven al camerino. “Nadie sabe lo inmenso que es el orgullo que tenemos de ser cubanos”, reitera la joven y enumera nombres como Pitbull y los Estefan. “Tengo el sueño de interpretar a Gloria en su espectáculo biográfico que presentan en Broadway bajo el título On your feet”, fantasea.
Poco antes de la inevitable despedida, la cantante explica que hasta ahora había sentido por Cuba “algo que pudiera llamarse nostalgia adquirida”, pero después de este viaje “será nostalgia de la otra, de la que hace sufrir y llorar”.