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Los custodios le ganan la partida a los artistas

Cubo azul. (LuzEscobar/14ymedio)
Luz Escobar

08 de junio 2015 - 07:33

La Habana/La Bienal de La Habana está a punto de entrar en su tercera semana y las piezas que componen la popular muestra Detrás del muro han terminado por distanciarse de su objetivo original. Si en un principio se buscaba que el público interactuara con las obras y las integrara en su cotidianidad, ahora son los custodios los que deciden a cuántos centímetros se puede estar de una instalación y han rodeado a varias de ellas con carteles de "No pasar la línea".

Hace algunos días que al hermoso Cubo Azul, que desde dentro nos muestra una Habana de intenso color celeste, le han establecido horarios de acceso al público. "Solo abrimos de seis a ocho de la tarde", le gritaba este sábado el custodio a una señora disgustada porque debía esperar dos horas bajo el sol a que se permitiera la entrada. "Yo vengo por mi hija, porque la verdad es que para hacer cola ya tengo bastante con la del pollo por pescado", bramaba con molestia la mujer, mientras pedía el último entre los interesados.

Otros, como Juliana, una estudiante de Historia del Arte de la Universidad de la Habana, se cuestionaban si los artistas tenían idea de que tales restricciones se han impuesto alrededor de sus instalaciones. "Esta pieza está pensada para ver la ciudad a través del vidrio azul", refiere la joven que reconoce que "los detalles se pierden si ya oscureció". Los custodios, sin embargo, han optado por disminuir el tiempo de los curiosos dentro del cubo y para lograrlo gritan todo el tiempo la frase imperativa "¡Vamos, apúrense que se va el sol".

Otro tanto le ha ocurrido a la polisémica obra de las sillas y los sillones unidos por alguna de sus partes que brotan por doquier en la acera frente al Malecón. Ahora cuentan de forma permanente con un vigilante que advierte en tono rudo a quienes se aproximan: "Esto es no es para sentarse y tampoco se puede tocar". El pequeño autoritario que tantos llevan dentro está de fiesta por estos días, prohibiendo, impidiendo y racionando la relación de los transeúntes con las piezas artísticas en el litoral habanero.

Delicatessen, la obra de Roberto Fabelo que tanta curiosidad había despertado los primeros días, está acordonada y escoltada por un hombrecito que se sienta a su sombra e impide que nadie la toque. La figura humana parece un añadido intencional a esa enorme cacerola hincada por tenedores que la gente ya había rebautizado popularmente como la pieza "del hambre" o "la cazuela del Período Especial".

Algunos, acostumbrados a las terceras y cuartas lecturas en cualquier hecho cultural que ocurra en Cuba, especulan que tanto exceso de celo forma parte de un mensaje que envía toda la exposición. En fin de cuentas ya el propio título Detrás del muro había provocado muchas preguntas, especialmente porque las obras se ubican delante de este... a menos que se miren desde el mar.

Los custodios ‒sus jefes en realidad‒ vienen finalmente a reforzar la idea del muro como símbolo de la censura, el miedo y la intolerancia.

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