'Debajo de la mesa', el mejor sablazo de Juan Abreu contra el fantasma de Cuba
La ira y la ternura son el tema de este libro; lo demás es literatura
Salamanca/Se supone que el epitafio de José Lezama Lima iba a ser una frase de Flaubert –“Todo perdido, nada perdido”– que acabó sustituyendo por versos propios. Cuando un cubano lee Debajo de la mesa (Ladera Norte), de Juan Abreu, el optimismo del Buda de Trocadero se esfuma: todo está requeteperdido, hasta la nada, hasta la tumba donde se iba a colocar el epitafio.
Nadie ha escrito con tanta libertad como Abreu. ¿Qué más le van a quitar? Sus palabras salen de una cara fruncida por la rabia, una rabia que él mismo ofrece a los lectores como garantía de la verdad. Habla porque está encabronado, y está encabronado porque es libre y la libertad sale a veces de las entrañas y el dolor. Al que no le guste, que cierre el libro.
Una prosa tan insolente solo podía nacer de la ternura. La ira y la ternura mueven a Abreu y son el tema de este libro. Lo demás es literatura. Desde joven, Abreu se obsesionó con la idea de la obra –narrada, pintada, cantada, vivida– y del sacrificio total que le exige a un creador. Si existiera para él una religión, sería esa. Si existiera un dios, sería Reinaldo Arenas, que hace su entrada como la omnipotente y ubicua divinidad de los libros.
Fidel Castro, puritano y alérgico al relajo habanero, tomó la ciudad para destruirla desde dentro
Arenas, la tensión extrema, templete con miles de parejas –sin importar sexo, color o posición del Kamasutra–, criatura mitológica en los bosques del Parque Lenin, escribió un libro del que Debajo de la mesa es una contraparte. Si Antes que anochezca es la infancia y juventud de un cubano del campo, lo que cuenta Abreu es cómo se vivía a los pies de una ciudad trepidante como La Habana.
Según Abreu, ambos universos –el campo y la capital– estuvieron y estarán en perpetua pugna. Fidel Castro, puritano y alérgico al relajo habanero, tomó la ciudad para destruirla desde dentro. Para destruir la alegría sencilla de las familias, las cenas de navidad, los carros bordeando la bahía, los rascacielos enanos, la lujuria de las blancas, las negras, las mulatas, las chinas, las mulatas chinas, las mujeres “grandes y soberbias, de chochos peludos, pieles ahumadas y cuerpos macizos pero elegantes… ¿dónde fueron esas diosas?”.
Todo perdido. De abajo de la mesa se sale para jugar a lo que todos los niños cubanos –incluso después de la Gran Pérdida– han jugado: a los balines, a cazar lagartijas, a empinar chiringas, a mirar huecos y a lo que, ya adolescente, constituyó para Abreu un amuleto contra todo tipo de diablos (y diablas): “la afición de la paja”, que solo la sexualidad desaforada de los 60 y 70 pudo complementar, jamás sustituir.
Si la primera parte del libro es la de la infancia, los padres y primeros amores, en la segunda ya no es posible no hablar del mundo de Castro
Si la primera parte del libro es la de la infancia, los padres y primeros amores, en la segunda ya no es posible no hablar del mundo de Castro. Distopía, asfixia, represión, por desgracia nada de eso pertenece al pasado de Cuba. A pesar de que el Comandante cyberpunk no logró –que sepamos– congelarse en un sarcófago criogénico, la Cuba de hoy es el resultado de lo que creó.
Contra esa masa de odio, complejos y fango propagandístico que llamamos castrismo se puede y se debe luchar, pero no a costa de uno mismo. Patria para qué, se pregunta varias veces Abreu. ¿Para qué sirve y qué beneficios trae? El éxodo del Mariel fue la gran apuesta de los cubanos por la vida real. Irse antes que morir. Si hay que elegir entre patria o muerte, mejor ninguna de las dos.
En Cuba había –y nada ha cambiado– demasiada muerte. La imagen de Arenas, cuando vivía como un mendigo en el Parque Lenin y la Seguridad del Estado lo andaba cazando, es el mejor ejemplo: “Emerge de la oscuridad precedido por dos enormes ratas asustadas por sus movimientos. Cuando lo veo me entran ganas de llorar. Está ya preparado para dormir. Lleva toda su ropa puesta y la cabeza envuelta en diversos trapos”.
"Menos mal que este periódico al fin es útil para algo que no sea su uso oficial como papel sanitario"
De las mangas salen, estrujados, trozos de Granma. Con ellos se protege del frío. “Menos mal que este periódico al fin es útil para algo que no sea su uso oficial como papel sanitario”, dice Arenas. Es el escritor perseguido por excelencia, observa Abreu. Es el escritor homosexual por excelencia. Y el de mayor estatura moral en toda la literatura cubana, en la cual tan pocas excelencias hay.
La complicidad de Serrat con el régimen cubano –dejó que apalearan a disidentes durante un concierto–; los sucesos de la Embajada de Perú en 1980; las campañas contra los que se querían ir por Mariel; las chivaterías; la frustración de tener a Fidel a tiro de AKM y no poder disparar; el progresivo desangramiento de Cuba; el exilio de Arenas, el de Abreu, el de toda la familia, el exilio de una idea de país.
Ya que nos quitan todo, que se queden también con la patria. La memoria –lo que pasa debajo de la mesa, con un libro en la mano, mientras los adultos conversan– no hay quien se la lleve.