Diccionario de la lengua española: ¿guardián o notario del español?
Poner el 'Diccionario' al día es una de las tareas fundamentales de los académicos. Se han de documentar los usos léxicos consolidados y armonizar sus criterios lingüísticos
Madrid/Tratándose de "la obra lexicográfica académica por excelencia", según la misma Real Academia Española, y tanto para criticarla como para elogiarla, cualquier hispanohablante medio reconoce el Diccionario de la lengua española como el referente del español por antonomasia.
Sin embargo, la mayor parte de sus consultores no suele ser consciente de qué tipo de diccionario es, su funcionamiento y proceso de elaboración, los criterios con que se incorporan nuevas palabras y acepciones, o si su carácter es prescriptivo o descriptivo.
Poner el Diccionario al día es una de las tareas fundamentales de los académicos. Se han de documentar con rigor los usos léxicos consolidados y armonizar sus criterios lingüísticos con la doctrina filológica del resto de obras de la institución. Obras que son tanto normativas como descriptivas: la Ortografía, la Nueva gramática, el Diccionario de americanismos y el Diccionario panhispánico de dudas.
En este proceso es clave decidir qué palabras y acepciones deben incorporarse o corregirse, y cómo definirlas. Cuestión debatida por sus responsables y disputada por diversos sectores sociales cuando salen las novedades. La Academia sostiene que su inclusión o enmienda depende de la constatación objetiva de los usos reales de la lengua, de los que pretende ser notaria.
Para ello se basa en el Banco de Datos del Español, con 300 millones de formas. Sobre todo, en el Corpus del Español XXI. A ese banco se suman cada año 25 millones de formas nuevas. Estas son tomadas de la literatura, la prensa, la ciencia, la política o la economía. En un 70 % proceden de América y Filipinas, y en un 30 %, de España.
También se tienen en cuenta otros estudios sobre léxico y la Unidad Interactiva del Diccionario, canal democratizador del proceso que es también fuente de pintorescas ocurrencias, como cuenta Darío Villanueva en Morderse la lengua.
Antes de incluir una voz nueva, la Academia suele someterla a unos cinco años de cuarentena. Es un principio con excepciones; por ejemplo, covid fue incorporada en 2020. Pero no es imprescindible que una palabra aparezca muchas veces para considerarla asentada en el idioma.
A pesar de reservas y críticas se sigue otorgando a su 'Diccionario' un papel normativo, canónico por antonomasia
A pesar de reservas y críticas, al tener a la Academia como autoridad máxima sobre la corrección idiomática, se sigue otorgando a su Diccionario un papel normativo, canónico por antonomasia. Un exceso de credulidad en su autoridad lleva a uno de los binomios más absurdos: si una palabra no aparece en él, no existe o es errónea.
Pero de este tópico no es responsable la Academia, sino quien le concede una ascendencia absoluta o desconoce el tipo y carácter del Diccionario.
Algo similar ocurre con su papel normativo. En el pasado conllevó de manera más deliberada una intención rectora sobre la lengua, incluso censora. Sancionaba qué voces eran correctas y cuáles inapropiadas o, al menos, desaconsejables. Directa o indirectamente, seguía criterios puristas en lo lingüístico y conservadores en lo moral, tanto en la selección de voces como en definiciones problemáticas por su ámbito temático o ideológico.
En el presente la voluntad es que sea, sobre todo, descriptivo. Es decir, notario o escaparate de la realidad sociolingüística. Lo normal es que, en mayor o menor grado, ambas funciones estén presentes en un diccionario, como caras de una misma moneda. Esto se debe a que, al refrendar usos y significados sociales extendidos, el público los toma como normativos.
Hay quienes reclaman mayor imposición normativa, frente a quienes defienden que la lengua es del pueblo y, por tanto, todas las palabras son igual de válidas
Desde la edición de 2014 es notable el esfuerzo de la Academia por modernizar y abarcar el vocabulario general hispanohablante, aplicando criterios lexicográficos rigurosos e implicando múltiples perspectivas sociales y geográficas.
A pesar de ello, normalmente con la coyuntura de su actualización, se ve cuestionado parcialmente por polémicas en que participan tanto especialistas en la materia, que reprochan tal o cual aspecto metodológico, como sectores populares sin otro aval para la crítica que sus personales ideas lingüísticas.
Las objeciones más frecuentes a las decisiones tomadas suelen resultar contradictorias entre sí. Y los motivos son también variopintos y encontrados.
Hay quienes reclaman mayor imposición normativa, frente a quienes defienden que la lengua es del pueblo y, por tanto, todas las palabras son igual de válidas. Hay quienes urgen a la Academia para que sea más audaz y rápida con las novedades, frente a quienes rechazan la avalancha de extranjerismos. Hay quienes aplauden la feminización léxica y quienes la consideran superflua. Hay quienes abogan por lo políticamente correcto y achacan a los redactores académicos que contribuyen a la perpetuación de realidades injustas o desagradables al mantener ciertas palabras y acepciones. Y hay quienes se molestan personalmente por algunas de sus definiciones u objetan que no comprenden toda la realidad que expresan las palabras (por ejemplo, madre).
Sería deseable que el sistema educativo y la sociedad en su conjunto conocieran mejor qué es realmente un diccionario y cómo funciona
Por una parte, se suele caer en la vieja confusión entre cosas y palabras (signos), como si fueran lo mismo. También en el prejuicio de que reconocer determinadas acepciones es tanto como consentir con lo que expresan.
Por otra parte, a pesar del rechazo de un papel censor por parte de la Academia, ciertas explicaciones de Diccionario parecen ser tomadas por muchas personas como reglas de obligado acatamiento (almóndiga, güisqui; toballa, madalena, etc.) o una rémora para superar las realidades negativas expresadas por el uso social de ciertas acepciones (bollera, cateto, chapero, gitano, maricón, etc.). Y ello a pesar de las numerosas marcaciones en el Diccionario que previenen sobre tales usos y de la doctrina académica entre lo científico y lo políticamente correcto.
Teniendo en cuenta que se trata de un instrumento lingüístico y objeto cultural tan importante, que nunca ha gozado de tanta popularidad e influencia como ahora, sería deseable que el sistema educativo y la sociedad en su conjunto conocieran mejor qué es realmente un diccionario y cómo funciona, y, en particular, el Diccionario de la Lengua Española, con todo lo que implica cognitiva, ideológica y culturalmente.
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Nota de la Redacción: Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se reproduce con licencia Creative Commons. El autor, Enrique Balmaseda Maestu, es Profesor Titular de Lengua Española en la Universidad de La Rioja.