El exilio cubano en La Habana
'Departure' es una 'performance' que nos conduce por una memoria nacional de la que no se habla aunque está entre nosotros
La Habana/Desde el comienzo lo invadirá una sensación de que algo falta, se removerá incómodo en el asiento de la pequeña sala de la sede de El ciervo encantado aunque quiera parecer tranquilo. Tras una larga versión del Amazing Grace, estará lo suficientemente descolocado para recibir lo que sigue. Se ilumina la escena y, ante nosotros, casi como un espejo, aparece otro lunetario ocupado por fotografías y una mujer. La actriz Mariela Brito nos conducirá por una memoria nacional de la que no se habla pero que está entre nosotros, los cubanos, con presencia casi física.
Mariela, en tono coloquial, nos cuenta por qué se fueron muchos de los que se fueron, historias muy similares a las que tenemos en la familia, entre los amigos y conocidos. Pero por encima de las historias contadas, como balsas vacías flotan las otras, las de los que no vivieron para contar y que son, de alguna manera, los protagonistas. Esa ausencia puede llenarla el asistente con sus propios recuerdos.
La puesta en escena, deliberadamente lenta, nos permite digerir, metabolizar hechos, momentos que marcan uno de los grandes dramas de nuestro país: la fractura familiar y social. Como si no fuera suficiente, una pantalla recorre las sucesivas partidas de los últimos 58 años. Cicatrices que llevamos y que –la performance se encarga de recordárnoslo—no terminan.
Al final de la representación, se invita al público a acercarse al proscenio e interactuar con las fotos, leer los textos en forma de breves cartas que acompañan a muchas de las imágenes, confirmar, ya más cerca, que son efectivamente Celia Cruz, Jorge Valls, Cabrera Infante o Ana Mendieta, junto con María, Juan o Manuel. Los asientos vacíos parecen decirnos: no olvidar. No olvidar, con ese peligroso olvido selectivo que tanto daño hace a la sociedad y que la Historia necesita recomponer.
Inevitablemente, lo visto actúa como un revulsivo. El balance de este período iniciado en 1959 lleva a preguntarse si un proyecto edificado a costa del sacrificio, del exilio y de la muerte de los que están más allá de la performance en escena de El ciervo encantado, de los que están por ausencia, ha valido la pena. Pero esta es una breve crónica. De eso se ocuparía una reflexión muy larga.