1/11Si bien el evento tuvo poca variedad literaria y peor calidad editorial, los emprendedores hicieron su agosto con la venta de productos/Juan Carlos Fernández
2/11A falta de libros interesantes muchos se fueron de regreso a casa con un collar, un par de aretes nuevos o algún adorno/Juan Carlos Fernández
3/11El ingenio de los trabajadores por cuenta propia estuvo presente con estos carruseles para niños construidos con sus propias manos/Juan Carlos Fernández
4/11Esta enfermera buscó infatigablemente algún libro de Daína Chaviano, pero los autores exiliados apenas llegan a los anaqueles nacionales/Juan Carlos Fernández
5/11Delante de las áreas donde no se podía entrar con mochilas ni carteras, algunos improvisaron un "guardabolsos"/Juan Carlos Fernández
6/11Un improvisado mundo Disney se erigió en medio de la calle gracias a los emprendedores regionales/Juan Carlos Fernández
7/11Los pabellones de venta de libros se hicieron a partir de estructuras usadas para tapar cultivos. ¿Un guiño a nuestros campesinos o carencia de otros recursos?/Juan Carlos Fernández
8/11En el interior de uno de los improvisados pabellones, a los que afortunadamente el suave sol de marzo no convirtió en 'saunas'/Juan Carlos Fernández
9/11Para sorpresa de muchos las ediciones manufacturadas hechas por los cuentapropistas se vendieron mucho más que los libros estatales/Juan Carlos Fernández
10/11¿Feria de libros o de alimentos? se preguntaban quienes habían ido por una buena lectura y terminaron con una fritura/Juan Carlos Fernandez
11/11Los vendedores privados de alimentos sacaron la cara por todo el evento literario. Sin ellos ¿qué habría sido de la Feria del Libro en Pinar del Río?/Juan Carlos Fernández