Un festival de cine anclado en el pasado
La Habana/El hecho de que se haya ofrecido la primera proyección digital en Cuba no es suficiente para concluir que el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano regresa renovado y vital este diciembre. El evento, que antaño provocaba verdaderas multitudes a las afueras de las salas, se halla hoy ante el dilema de trascender el propio concepto sobre el que fue creado. Ni el cine de América Latina es "nuevo", ni puede mantenerse al margen del entretenimiento y el carácter comercial de muchas de sus producciones.
Anoche, durante la inauguración de la edición 36 del Festival, chocaron esas dos visiones encontradas. Por un lado, toda la solemnidad y la carga ideológica que caracterizó al certamen en sus inicios y que cobró cuerpo en un homenaje —demasiado sobrio— a Gabriel García Márquez en el que se intentó "validar" la figura del escritor con un testimonio de Fidel Castro. Por otro, cierto toque de trivialidad y sentido mercantil que se expresó a través de dos pantallas donde se mostraban los rostros de los famosos que entraban a la sala del teatro Karl Marx y los detalles simpáticos del momento.
En la competencia por el Coral se encuentran este año 21 largometrajes de ficción, otro tanto de óperas primas, mediometrajes y cortos de ficción. Además, 30 documentales, 23 animados, 25 guiones inéditos y 11 carteles compiten en sus respectivas categorías. Sin embargo, el mayor reto de esta cita es erigirse como un certamen para los creadores y ganar verdadero peso en el circuito de eventos similares.
Los organizadores de esta fiesta cinematográfica no han logrado renovar el discurso y la estética
Los organizadores de esta fiesta cinematográfica no han logrado renovar el discurso y la estética. Basta escuchar su tema musical, la melodía En la Aldea, de José María Vitier, que ha acompañado por demasiado tiempo al Festival, para confirmar su tibieza a la hora de efectuar cambios. Aunque en nuestra memoria están indisolublemente ligados esos acordes a un diciembre de cines y corales, ya es momento de actualizar musicalmente la presentación. Un cambio de nombre también sería bienvenido, para simplemente llamar a la cita como el Festival de Cine de La Habana y poder ampliar así sus horizontes. Lo mismo ocurre con parte de la propuesta estética y la propia elección de las cintas en competencia.
Entre la obligada renovación y el rédito obtenido de su pasado, se encuentra hoy el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Ya no son los tiempos en que La Habana se convertía por un par de semanas en el epicentro creativo de la región, con directores, estrellas del celuloide y osados guionistas. Ahora vienen algunos, pero sin mucho tiempo, con las horas contadas y en la agenda otras muchas citas cinematográficas tan o más importantes que esta.
El Festival tiene que competir y no está muy preparado para hacerlo. En parte porque su nacimiento estuvo indisolublemente ligado a un concepto ya superado. De la misma manera que no se consiguió el "hombre nuevo" en Cuba, tampoco se logró un "cine nuevo" en Latinoamérica para acompañar las utopías sociales y la lucha descarnada contra el capitalismo. Al final el Festival ha tenido que hacerle mil y una concesiones al mercado, aunque sin proclamarlo, negando la propia esencia austera y cuasi guerrillera con la que fue creado.
Además, como toda obra demasiado vinculada con la figura de un individuo, el Festival ha padecido la desaparición física de Alfredo Guevara. No logra sacudirse esa reverencia obligada a quien fue su cara más visible, por lo que muchas de las declaraciones de sus organizadores vienen precedidas por el recordatorio a los difuntos, que fueron los impulsores del evento anual. Como una viuda eternamente asomada al féretro del fallecido amante, esta fiesta del séptimo arte mira demasiado hacia el pasado.
Su principal contrincante es el consumo “a la carta” de audiovisuales y filmes a través del conocido “paquete”
Sin embargo, no es ni su torpeza para adaptarse a las nuevas realidades cinematográficas, ni su discurso demasiado anclado en los años setenta lo que más afecta al Festival de La Habana. Su principal contrincante es el consumo "a la carta" de audiovisuales y filmes a través del conocido "paquete". Gracias a los discos duros externos y las memorias USB, los cubanos están cada vez más actualizados sobre los estrenos cinematográficos.
El Gobierno y las autoridades culturales acusan al paquete de banalización y mala calidad artística, pero lo cierto es que hay tantos paquetes como individuos, pues cada cual puede conformar a su manera el menú audiovisual que consumirá. De ahí que muchas de las películas que se proyectarán durante estos días en las salas de cine capitalinas ya han sido vistas y distribuidas. Incluso, algunas copias piratas de los esperados estrenos cubanos ya circulan de mano en mano.
Es cierto que la experiencia de la sala oscura, la gran pantalla y el público que aplaude, llora o calla, es imposible de lograr frente a una computadora o en la proyección doméstica de una película. Pero algunos están dispuestos a momentos menos grandilocuentes con tal de poder elegir qué ver. El Festival se enfrenta a un nuevo momento, en el que tiene que competir con otras opciones recreativas, una mentalidad más lúdica a la hora de acercarse al cine y la saturación ideológica ante los temas políticos y sociales. Le corresponde ahora demostrar que puede adaptarse a estos tiempos.