La guerrilla innecesaria
Extracto del último libro de Luis Nieto en el que el exguerrillero tupamaro cuenta su paso por Cuba
Uruguay/En 1969, inspirado por la figura del Che Guevara, Luis Nieto (Uruguay, 1945) se incorporó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, donde tuvo distintas responsabilidades hasta su detención en 1971. Poco después de su puesta en libertad, en 1973, viajó a Cuba para recibir entrenamiento militar.
En un libro publicado en 2011, Las pesadillas de Fidel Castro, el autor señalaba que las muertes de Camilo Cienfuegos y del general Arnaldo Ochoa, la condena de Huber Matos a 20 años de prisión, el abandono del Che en Bolivia y muchos otros acontecimientos consolidaron el poder dictatorial de Fidel Castro.
Nieto acaba de publicar La guerrilla innecesaria (Planeta, Montevideo), donde habla de sus largos años de exilio en Argentina, Chile, España y Cuba, pero sobre todo de lo que pasó en su país con la guerrilla a la que perteneció y "la renuncia a seguir por aquel camino loco". Reproducimos aquí un extracto de la novela donde el autor recuerda su paso por la Isla, las pretensiones de la revolución y algunas ensoñaciones de Fidel Castro.
La guerrilla innecesaria
Viví en Cuba durante tres años y medio, encontré gente muy noble, como en cualquier otro país, y gente muy ruin, también lo mismo. Nuestra casa en Boca Ciega quedaba a dos casas por medio de Antonio Núñez Jiménez, un científico cubano que se enganchó con la revolución cuando el Partido Comunista (PSP), al que pertenecía, vio que el 26 de Julio iba a derrotar a Batista sin su participación. Núñez Jiménez se fue a la Sierra Maestra cuando las columnas del Che y Camilo estaban prontas para avanzar por el centro de la Isla en dirección a La Habana. Lo destinaron a la columna del Che, y siguió junto a él, planificando en secreto la Reforma Agraria, hasta que tomó estado público y se creó el Instituto Nacional de Reforma Agraria, del que fue director. Dos intelectuales que tenían todo claro, salvo el desastre que terminó siendo la reforma estrella de la Revolución.
La isla de Cuba es un lugar extraño para un rioplatense. Federico García Vigil volvió de la Isla porque dice que extrañaba la melancolía del Río de la Plata. A mí me pasa más o menos lo mismo. Incluso me cuesta estar en la frontera con Brasil, donde todo es altoparlantes, y no hay almuerzo o cena en que no haya que luchar contra la música para poder oír al otro. Pero Cuba es extraña para nosotros porque el cielo es distinto, me costaba ubicar el Este o el Oeste, y me intimidaba que el territorio estuviese rodeado por un mar lleno de tiburones. Dos veces intenté llegar a un barco hundido que estaba frente a la playa de Boca Ciega, las dos veces, como si se tratara de la misma alimaña, una barracuda se me acercó de frente, que adentro del agua se ve el doble de grande, y las dos veces hice lo que no se debía hacer: le di fuerte a las patas de rana, observando por el costado, con desesperación, que la barracuda nadaba al lado mío.
Pito era un muchacho del balneario. Su historia me la contó Betty, la vecina. Pito tenía una cámara de camión a la que le había puesto una bolsa de arpillera, donde se metía en caso de que aparecieran los tiburones. Se acostaba boca arriba en el bote improvisado y se impulsaba con los brazos, como remos, para llegar al barco hundido. Todas las semanas hacía el mismo ejercicio. Un día Pito desapareció. Nadie preguntaba mucho pero Pito había dejado de ir a la playa, y su cámara inflada ya no estaba en el horizonte. Pasó mucho tiempo, un día llegó la noticia a casa de Betty. Alguien había hecho llegar un mensaje desde Estados Unidos para transmitir al teléfono de nuestra vecina Betty: "Pito pitó, firmado Pito". Fue lo más cerca que estuve de los balseros, que tan bien lo presentó David Trueba, en su película de ese nombre. Jaime Roos lo dijo muy bien en su memorable Los Olímpicos: "El que se fue no es tan vivo, el que se fue no es tan gil".
María Antonia, la leyenda, estaba ahí enfrente, en su sillón de hamaca, una espléndida princesa revolucionaria, representante genuina de la clase social que se había levantado en armas contra el dictador Batista
Cuba es distinta, muy distinta. Estuve en la casa de María Antonia González, con el telón de fondo de la Sierra Maestra, una hacienda donde todo era de pedigrí. Uno de los enormes toros Brahman se llamaba Manso, el otro Macanudo, este último lo había bautizado así en honor al Che.
Tomando café bajo la baranda de su casa no podía dejar de repetirme la frase de Guevara en su carta de despedida de Fidel Castro: "Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia". Esa mujer había sido decisiva para que Fidel Castro pudiese cumplir con su plan de invadir la Isla en un yate, minúsculo para los ochenta y dos expedicionarios, y con eso atravesar un furioso Golfo de México.
María Antonia explicaba los avances genéticos de la ganadería cubana bajo la baranda, rodeada de sus pastores alemanes, todos iguales, todos brillantes; era la misma que había mandado a la Sierra doce relojes Rolex, uno para cada expedicionarios de los que habían conseguido escapar de la matanza, con la ayuda invalorable de los militantes del 26 de Julio. María Antonia, la leyenda, estaba ahí enfrente, en su sillón de hamaca, una espléndida princesa revolucionaria, representante genuina de la clase social que se había levantado en armas contra el dictador Batista. Mis recuerdos de la Isla no pueden eludir volver al paisaje que hice mío durante casi tres años; a los días de la temporada de lluvias, cuando salía en mi yegua zaina a recorrer el campo, y los rayos caían cerca, en las palmas, que parecían azotadas por un látigo. Cuba es intensa, tan removedora, que hasta el peligro es parte de la experiencia. El cielo es azul intenso, la vida de la gente parece hamacarse bajo un huracán. Si hay otro lugar en el mundo más bonito que el Valle de Viñales no lo conozco.
Administraba un tambo en un plan asociado a las investigaciones genéticas del Valle de Picadura. Tenía que administrar personal, por supuesto. Aquel tambo era casi la totalidad de una propiedad que había expropiado la Reforma Agraria. Unas 160 hectáreas. Al propietario de ese "latifundio" le habían dejado la casa y un equivalente a unas 15 hectáreas. Era todo lo que le había quedado a un matrimonio ya mayor, con tres hijos grandes y varios nietos. Sus hijos: Máximo, Maximino y Leonilde. Máximo era militante del partido, Maximino era un gordo bueno, con una hija única, casada con un teniente que estudiaba en la Unión Soviética; y Leonilde, el más callado, había quedado en casa de los padres con su señora y sus dos hijos. Los seis viviendo de lo que dieran las 15 hectáreas, seis meses de lluvias diarias, a menudo torrenciales, y seis meses sin una gota de agua. Siempre hablaba con Leonilde, era un tipo serio, católico, las camisas planchadas como las de todo buen cubano; como su hermano Maximino economizaba sus opiniones, nada que pudiera señalarlo como gusano.
La lucha armada por el socialismo no se planteó en América Latina, al menos en Uruguay y Cuba, en otro terreno que no fuera el moral y cultural
Yo quería que trabajase en el tambo, la casa de los viejos estaba a cien metros de la sala de ordeño. Por fin, aceptó, pero sólo mientras estuviese yo. Le tomé la palabra y empezó a trabajar. Era muy buen trabajador, mejor que los otros, que se escondían cuando caían dos gotas. Después que nos hicimos amigos me confesó que sufría cuando sus hijos en la escuela tenían que levantar el brazo antes de empezar la clase y repetir a coro: "Seremos como el Che". En su familia no concebían otro ritual que el de la religión católica. Siempre pensé que debí haber tenido una respuesta para su preocupación.
El fracaso del MLN (Tupamaros) ha sido analizado por algunos autores. Muchos más son los que opinan que no se puede hablar de fracaso cuando integrantes de la guerrilla uruguaya tienen una presencia protagónica en el Gobierno del Frente Amplio, y, en el caso de José Mujica, es uno de los referentes más escuchados en todo el mundo. A sus 79 años sigue agitando el fervor de los jóvenes.
No se puede hacer trampa: la lucha armada por el socialismo no se planteó en América Latina, al menos en Uruguay y Cuba, en otro terreno que no fuera el moral y cultural. Las dictaduras no necesariamente han respondido a la lucha de clases sino a esa lucha por algo viejo como la humanidad: el poder por parte de las minorías, siempre con el anuncio de combatir el caos y la anarquía, pero con la mente puesta en manejar la tesorería de un país. Para que eso fuera posible, los ejércitos han sido parte de la ecuación corrupta. La novedad fue la Revolución cubana, que se presentó, y debe su éxito, al combate moral contra la corrupción y crueldad del régimen de Batista, pero que comenzó a fracasar en la medida que la nueva sociedad empezó a reproducir la opacidad en la que se mueven los negocios que favorecen a las nuevas minorías. Al cerrarse el círculo, el ejemplo cubano muestra que aquella novedad no era otra cosa que falta de apego a algo que para los uruguayos se había incorporado al ADN social, y a su forma de asegurarle a la sociedad los mecanismos de progreso: democracia política.
La clase media universitaria del Uruguay se sentía intelectualmente superior a las fuerzas de la represión, incluso al sistema político. En el terreno de la moral, de la ética, porque creyeron en las enseñanzas que la Revolución cubana exportaba a un Tercer Mundo, todavía plagado de territorios colonizados por Europa. Tanto Fidel Castro como el Che Guevara eran esa perfecta representación del héroe grecolatino, más bien aristocráticos, y ya no por el origen familiar sino por el tufillo intelectual, que tan bien percibieron las élites ilustradas.
Fidel soñó, de niño, con ser Alejandro Magno, incluso, en su adolescencia, cambió su nombre de Fidel Hyppolyte por el de Fidel Alejandro, y Alejandro fue su nombre de guerra. Tres de sus hijos llevaron, también, ese nombre, y el nieto de Salvador Allende, que fue bautizado a "sugerencia" de Fidel Castro, también se llama Alejandro.
Un juego de tronos que Castro ha defendido bajo la explicación de que Alejandro Magno conquistó reinos y territorios para dejar cultura. La voz leguleya de Fidel Castro podría, también, justificar el rol de los Pizarro, de los Pedro de Valdivia, de los Cortés, y, en épocas cercanas, de los Colin Powell.
Fidel soñó, de niño, con ser Alejandro Magno, incluso, en su adolescencia, cambió su nombre de Fidel Hyppolyte por el de Fidel Alejandro, y Alejandro fue su nombre de guerra
Pero este libro también trata de lo que pudiera haber pasado en el hipotético caso de que el MLN hubiese conseguido remontar la situación en que quedó tras la ofensiva militar de 1972. El ejército mantenía a nueve dirigentes tupamaros en condición de rehenes. Si alguien caía en la tentación de reiniciar la lucha armada, la vida de esos nueve rehenes era la garantía que el ejército creía tener.
La historia del MLN fue muy particular. Lleno de juventud y voluntad, con una creatividad fuera de lo común, supo hacerse fuerte en la capital del país, donde fue protagonista de acciones sorprendentes, como el ya citado copamiento incruento de un cuartel de la Marina, las dos fugas de Punta Carretas, las dos fugas de la cárcel de la calle Cabildo, el uso de las cloacas para el desplazamiento por debajo de la ciudad, el asalto al Banco de Préstamos Pignoraticios, frente al Ministerio del Interior, o el fusilamiento del agente de Estados Unidos, Dan Anthony Mitrione, un desafío directo a la principal potencia mundial.
Tan sorprendente como la aparición de la guerrilla de los Tupamaros, en un país tan pacífico como el Uruguay, fue su desaparición, cuando el MLN parecía estar en condiciones de establecerse como un doble poder en el país.
Este libro habla de la derrota y de los derrotados. El MLN, tal como se lo conocía, desapareció en 1972, pero algunos de sus dirigentes parecen seguir ganando batallas, como el cadáver del Cid Campeador montando su caballo Babieca.