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Hatuey arde en el fuego de Ópera de la Calle

La ópera ‘Hatuey’, de la dramaturga estadounidense Elise Thoron, con música de Frank London, estrenada este fin de semana en el teatro Arenal. (14ymedio)
Marcelo Hernández

06 de marzo 2017 - 20:10

La Habana/La historia de Hatuey en tiempo de ópera, escrita en lengua yiddish y ambientada en un cabaré de principios del siglo veinte suena, sin duda, como una combinación rocambolesca. Todavía más porque este fin de semana el estreno de Hatuey: Memorias de fuego, en el teatro Arenal de La Habana, ocurrió ante un público formado en su mayoría por estadounidenses.

El judío de origen ucraniano, Oscar Pinis, compuso un poema épico inspirado en la conocida historia del cacique rebelde. Transcurridas más de ocho décadas de su creación, el músico Frank London, integrante del grupo con influencias askenazíes Klezmatics, decidió que aquellos versos debían convertirse en una ópera.

La dramaturga Elise Thoron lo ayudó en ese empeño y escribió el libreto que la compañía Ópera de la Calle ha asumido, bajo la dirección de Ulises Aquino.

La obra Hatuey: Memorias de fuego tiene todos los ingredientes del teatro musical, al conjugar el canto, el baile y la actuación con una trama llena de alegorías. Los hechos se desenvuelven en el cabaré habanero El Dorado y el personaje del bardo se ve envuelto en una conspiración contra la dictadura de Gerardo Machado. Encandilado por la belleza de las coristas se presta para trasladar unas armas.

Las brisas del deshielo diplomático soplan con fuerza en el mundo cultural de la Isla y sobre sus escenarios. Con 'Hatuey: Memorias de fuego' se da un paso más en ese abrazo creativo donde no todo lo que brilla es oro

Sin embargo, los elementos de la historia no logran cuajar en un guión orgánico y fluido. Por momentos los temas superpuestos dejan ver las costuras que los unen y se percibe cierta forzada intención de hacer converger tiempos y situaciones aisladas por los siglos o el contexto.

En la escena final, uno de los esbirros de Machado, simbólicamente llamado Diego Velázquez, atrapa al principal conspirador del cabaré, ordena quemarlo vivo y se rememora la consabida escena final en la vida de Hatuey. A la par, la obra sostiene un sutil paralelismo entre los aborígenes invadidos por los conquistadores y el pueblo judío condenado a vivir en la diáspora.

Más allá de algunas imprecisiones (mencionar a Hatuey como siboney y taino indistintamente, o fallos en la escenografía), los actores de Ópera de la Calle dan muestras de profesionalidad y dominio de la escena. No obstante, en algunos bocadillos se tiene la impresión de que recitan consignas.

Las brisas del deshielo diplomático soplan con fuerza en el mundo cultural de la Isla y en especial sobre sus escenarios. Con la obra Hatuey: Memorias de fuego se da un paso más en ese abrazo creativo donde no todo lo que brilla es oro. Pero en estos casos es bueno saber que no basta con agregar unas palabras en inglés al catálogo o contar con un productor norteamericano.

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