La feria de las ausencias
Los libros nacionales se fueron volviendo cada vez más grises y no solo por el contenido
La Habana/ La puerta del local se mantenía cerrada con llave y cada cierto tiempo alguien comprobaba si todo seguía en orden para la exposición de libros infantiles que comenzaría a la mañana siguiente. A pesar de la vigilancia, en unas pocas horas cientos de volúmenes desaparecieron. En aquella Feria del Libro de La Habana, de hace 20 años, robar los títulos más apetecidos era el deseo irrefrenable de trabajadores y visitantes.
Esa ansiedad apenas ha disminuido con el tiempo. Unas páginas brillantes, una novela de este siglo o un voluminoso diccionario pueden sacar al cleptómano que todos llevamos dentro en esta Isla. En parte es así porque la producción editorial ha ido cayendo en picado en Cuba cada año, debido a la falta de recursos en las imprentas, los filtros ideológicos que privilegian los títulos más infumables y las nuevas posibilidades de publicar en el extranjero que el formato digital ha abierto para los escritores.
Pero si la tendencia a saquear las estanterías sigue intacta, el objeto de tan oscura codicia cada día escasea más. A inicios de este siglo parecía que el evento literario más importante de la Isla lograba abrirse paso y atraer a prestigiosas casas editoriales, autores de renombre y miles de lectores ávidos de novedades. Pero fue una ilusión que duró poco. Dos décadas después, la Feria del Libro de La Habana es un espacio para comprar pan con croqueta, tratar de alcanzar un pedazo de pollo frito, adquirir un póster con un héroe de Marvel o hacerse con lápices y gomas de borrar.
El papel de las hojas se fue haciendo también más frágil y amarillento para abaratar las tiradas
¿Y los libros? Han pasado a un segundo plano. Las conveniencias políticas y el aislamiento internacional del régimen cubano acarrearon pésimas decisiones a la hora de elegir los países invitados a esta fiesta de la lectura; también al seleccionar los autores que podían presentar sus obras y compartir espacio con el público. Eso, junto al desinterés de las editoriales para costear los gastos de asistir a un evento donde obtenían muy pocos beneficios, secaron definitivamente su cauce.
En paralelo, los libros nacionales se fueron volviendo cada vez más grises y no solo por el contenido. En las editoriales, a los diseñadores se les impone desde hace mucho tiempo la norma de hacer portadas con una limitada variedad cromática, para evitar los altos costos que una paleta más amplia conlleva. El papel de las hojas se fue haciendo también más frágil y amarillento para abaratar las tiradas; mientras que la impresión descuidada de los volúmenes infantiles apenas atrae ya a un público ávido de coloridas ilustraciones.
La pandemia hizo también su parte. En 2021 la Feria fue suspendida, y todavía le quedaba por vivir otro aplazamiento este año desde su tradicional fecha de febrero hasta abril. La posposición puede parecer poca cosa, apenas unas semanas, pero en esta ciudad tropical representa una diferencia de casi diez grados de temperatura. Emplazada en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, a la que se accede a través del túnel que atraviesa la bahía, la cita editorial es una verdadera sauna con sus estrechas galerías de gruesos muros sin apenas ventanas. Un cuartel militar puede servir como cárcel y paredón de fusilamiento, como lo fue éste tras la llegada al poder de Fidel Castro, pero pocas veces funcionará como librería. Pero no son el calor ni los rigores del transporte, en medio de una crisis del combustible que ha hecho retroceder el país a la parálisis de los años 90, los elementos que más afectan a este evento cultural. Son la desgana ante sus propuestas, por un lado, y las angustias cotidianas de los lectores cubanos, por el otro, las verdaderas causas de su agonía. Un estertor del que no ha podido sacarla ni siquiera el hecho de que este año sea México el país invitado, con su impresionante bagaje literario.
Para rematar, el éxodo masivo ha convertido el país en un constante hacer las maletas y decir adiós en los aeropuertos
Entre la última clausura del evento y esta reapertura también parece haber pasado un siglo en Cuba. El paquete de ajustes económicos que se inició en enero de 2021 desató la inflación, el peso convertible fue enterrado, el pico de contagios de la variante Delta del coronavirus se llevó a miles de cubanos en los meses de verano y un domingo de julio a lo largo de la Isla estallaron las protestas populares más nutridas de toda su historia. Para rematar, el éxodo masivo ha convertido el país en un constante hacer las maletas y decir adiós en los aeropuertos.
La "fiesta de los libros", como la llaman los medios oficiales, ha vuelto; pero el país está en fuga. Las colas seguirán frente a sus kioscos de comida, las manos ágiles tratarán de robar algún que otro libro de un anaquel y los padres evitarán pasar con sus hijos por las zonas de volúmenes coloridos que cuestan el salario de una semana. Sin embargo, la Feria está muerta.
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Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en la revista cultural La Lectura, del periódico español El Mundo.
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