‘Matrioskas’ del exilio
Madrid/Moscú 1989. Mario, un periodista cubano que trabaja en el departamento de prensa del secretariado de la Organización para la Colaboración Económica Internacional (OCEI) para la representación de la Isla en la capital soviética, asiste junto a su familia al estreno teatral de El maestro y Margarita, cuyo personaje femenino principal interpreta Dolores, su amante. Con ella ha repasado el texto durante meses, jugando a confundir la realidad y la ficción en su representación de los papeles principales de la novela. La sátira de la literatura rusa de Bulgákov, censurada en la URSS hasta 1973, bebe sin pudor del Fausto de Goethe para hablar del bien y del mal y de la decadencia de la sociedad rusa tanto como Callejones de Arbat, del cubano-sueco Antonio Álvarez Gil, instrumentaliza El Maestro y Margarita para recordar los estragos de las dictaduras sobre los creadores y su obra.
Callejones de Arbat (Verbum, 2016) funciona como las matrioskas rusas. Esconde historias de totalitarismos, de falta de libertad y censura, de amor, de literatura y de exilio, unas dentro de otras. La historia de Mario contiene la de Santiago, el padre de Dolores, un niño de la guerra civil española que dejó su tierra huyendo de un fascismo para ir a vivir otro; y la de Santiago, a su vez, la de las purgas estalinistas de los creadores de la Edad de Plata rusa.
'Callejones de Arbat' esconde historias de totalitarismos, de falta de libertad y censura, de amor, de literatura y de exilio, unas dentro de otras
Mario es un hijo moderadamente correcto de la Revolución cubana en 1989, año crucial en que se desarrolla Callejones de Arbat. Estudió en la universidad de Moscú, se casó con una rusa, tuvo dos hijos ya en Cuba y trabaja como periodista de nuevo en Moscú el día en que tiene que cubrir una rueda de prensa en la que Nazárov anuncia una renovación del organismo por los "procesos de transformación que se están verificando en países miembros" del bloque. Una noche, en el mismo edificio de la OCEI conoce a Dolores, con quien inicia una amistad que desemboca en pasión. Es la joven quien presenta a Santiago y Mario, entrelazando la pequeña y la gran historia de Callejones de Arbat, aunque por momentos no sepamos cuál es la mayor y cuál la menor.
Santiago Gómez había huido de España de niño y sale del bando de los vencidos hacia Moscú, donde crece y entra en contacto con la hija de la poetisa rusa represaliada Marina Tsvetáyeva, Ariadna (que recorre la novela como un fantasma). A través de su colaboración literaria ‒el español traduce literatura rusa‒ nace una profunda amistad que lleva al joven exiliado a conocer de primera mano el dolor de otros vencidos, la represión o la censura sufrida por creadores como Anna Ajmátova, Boris Pasternak, Isaak Bábel, Ósip Mandelstam o Vladimir Nabokov. Las anotaciones de Santiago deberán servir algún día para construir una novela sobre el drama de los escritores rusos silenciados, para que no se olviden los crímenes de Stalin y para que se recuerde la herida causada a la literatura nacional por la Unión Soviética.
Santiago encomienda a Mario que escriba, a partir de sus apuntes, la novela de las purgas de la literatura rusa. Fascinado por la dureza de la historia, por las propias obras censuradas por Stalin y por Dolores, el periodista se embarca en la narración de una historia que acaba por consumirle también a él.
Mario no es un entusiasta revolucionario. Recela de la conducta de los altos funcionarios, es consciente de la escasez que consume a la Isla y de que sus críticas al Gobierno cubano no puede hacerlas delante de cualquiera, pues pesa sobre él, como sobre todos los cubanos, la hipervigilancia del régimen. Sin embargo, su crítica es tibia porque aún cree en las muchas bondades de la Revolución.
Pero durante todo el año ‒y la novela‒ pasa ante sus ojos la caída del bloque soviético y se desmoronan con ello, lentamente, los principios en los que ha sido educado. En el trasfondo histórico de Callejones de Arbat están la perestroika, la primavera de Praga, la victoria de Solidaridad en Polonia, la ejecución de Ceaucescu o la matanza de Tiananmen. Pero la noticia del tráfico de drogas en Cuba y, sobre todo, el fusilamiento de Ochoa hacen que caiga la última venda de sus ojos y empiece a hacerse preguntas.
Mario entiende por fin que ni su primera idea de suprimir los párrafos más "problemáticos" le servirá para salvarse
"Ejemplos como el que acabo de citar en los casos de Pasternak y Mandelstam son una muestra de cómo el arrogante dictador se permite humillar al escritor rebelde. Los poemas laudatorios, las cartas de contricción y los reconocimientos públicos de culpa son solo las aristas más visibles de vidas y talentos que se consumen y desaparecen en la artesa del poder totalitario. Desgraciadamente, la vida cultural de nuestro país no ha estado exenta de asuntos de esta guisa. Aunque no lo creo necesario, bien podría citar aquí varios casos de trato humillante y despótico hacia algunos escritores cubanos".
Mario escribe este párrafo pensando en Lezama Lima, Reinaldo Arenas o Virgilio Piñera sin ser del todo consciente de que la maquinaria del poder se pone inmediatamente en marcha cuando el manuscrito cae en sus manos para colocarlo en el bando de los contrarrevolucionarios. Su amistad con Santiago ‒al que ni su pasado como niño de la guerra libra de convertirse en sospechoso para la Seguridad del Estado por haber visitado España durante la dictadura‒, su idilio con Dolores, las amistades de sus hijos y hasta una discusión en la aduana del aeropuerto José Martí aparecen en el aparentemente intachable expediente de Mario, convertido ya en elemento subversivo.
"Yo soy un cubano que se muere por defender esa misma revolución que tú estás cuestionando en este libro", le afea la Seguridad del Estado de la representación cubana en Moscú. Y Mario entiende por fin que ni su primera idea de suprimir los párrafos más "problemáticos" le servirá para salvarse. Que su único salvavidas ha sido la lealtad de una funcionaria que decide poner la amistad por delante de la Revolución y del partido. Que la única redención posible está en su familia y en la preservación del manuscrito original, que deberá ser publicado en cualquier lugar del mundo para denunciar el terror al que las dictaduras someten a sus creadores seguramente por el miedo que les producen la fuerza y el poder de la creación intelectual y su capacidad para hacer pensar a los demás.
Álvarez Gil ha exprimido al máximo El maestro y Margarita como referente explícito a lo largo de toda la novela para hacer su propia denuncia casi 75 años después de que Bulgákov empezara su obra maestra y su lucha por la libertad de expresión. En 1930 el escritor ruso dirigió una carta al Gobierno de la URSS en la que decía: "La lucha contra la censura, de cualquier tipo y bajo cualquier Gobierno, es mi deber como escritor, tanto como lo es apelar por la libertad de prensa. Creo firmemente en esta libertad, e incluso diría que si un escritor sugiriera solamente que esta libertad no es necesaria, sería lo mismo que si un pez declarase que no necesita el agua".
Pero Callejones de Arbat también tiene mucho de la experiencia vital de su autor. Antonio Álvarez Gil (Melena del Sur, La Habana, 1947) trabajó en el secretariado del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en Moscú durante varios años, donde vivió la época de la perestroika, se casó con una rusa, tradujo a escritores del país ‒Pushkin entre ellos‒ y acabó exiliado ‒en 1994‒ en Suecia, aunque reside en España desde hace poco. Su trayectoria vital y laboral ha servido sin duda para la construcción del personaje de Mario y para hacer de esta novela un libro imprescindible para recordar el derrumbe del bloque socialista y las historias de terror sobre las que se cimentó su construcción. Una historia ágil que deja un sabor extrañamente amargo, porque Mario huye sabiéndose perseguido por un régimen que 30 años después sigue controlando a sus ciudadanos e intelectuales, pero lo hace pensando en un futuro cargado de esperanza.
- Callejones de Arbat fue publicada por primera vez en Puerto Rico por Terranova Editores (2012). Acaba de ser reeditada en España por la editorial Verbum.
- Antonio Álvarez Gil ha publicado en Cuba antes de exiliarse. En 1986 ganó el premio David de la UNEAC con Una muchacha en el andén. Con Las largas horas de la noche fue finalista del premio Casa de las Américas en 1993. Fuera de Cuba ha obtenido el I Premio Internacional de Narrativa Corta Generación del 27 en 2005 o el XIV Premio Vargas Llosa de Literatura en 2005, entre otros.