La "mecánica popular" de Pedro Juan Gutiérrez entre los libros cubanos en junio
El factor común de las novelas, ensayos y proyectos artísticos de este mes ha sido la memoria, en muchos casos mutilada, del país
Salamanca/Pedro Juan Gutiérrez lleva décadas moldeando el imaginario español sobre Cuba. En ese oficio solo le hace sombra Padura, cuya Habana es menos áspera pero igual de turística. El país del Bukovski tropical –la fórmula cayó por su propio peso, pero Roberto Bolaño la consagró– es sudoroso y ronero, hay humo, boleros y sexo. El comunismo es una sombra remota y la mala vida es la única vida, la vida entre gorilas, el sinvivir.
La fórmula de Gutiérrez (narrar los avatares de un “Prometeo sexual desencadenado”) llegó a cierto agotamiento en Trilogía sucia de La Habana, el libro maldito por el que será recordado y que está en cualquier librero sobre la Isla. Bolaño, que leyó el libro entre la sospecha y el entusiasmo, escribió entonces –1998– que para los teóricos de la conspiración Gutiérrez era un espía castrista, pero se tranquilizaba: “Bastante desquiciada tiene que estar la Seguridad del Estado para inventarse un escritor así”.
Que el desquicie de la contrainteligencia es capaz de cosas peores es una realidad. Que Gutiérrez sea un producto de ese aparato no lo cree ya nadie. Sin embargo, sí hay un “equipo de comisarios literarios” tratando, desde hace meses, de domesticar al jíbaro por excelencia de la literatura cubana. Lo lograron parcialmente, de hecho, el año pasado con una rehabilitación-homenaje en la Biblioteca Nacional.
Que el desquicie de la contrainteligencia es capaz de cosas peores es una realidad; que Gutiérrez sea un producto de ese aparato no lo cree ya nadie
Gutiérrez vuelve a la carga este mes con Mecánica popular, editado por su habitual Anagrama. Se trata de 17 “estampas cubanas”, que sumadas dan una suerte de “novela episódica” en Matanzas, Pinar del Río y La Habana. También, promete la editorial, en el libro se “asoman” los cambios que experimentó Cuba, un país del cual los relatos –cuyo nombre evoca la famosa revista de temas técnicos– son una especie de instrucciones para armar.
Una lógica similar, la de manual para llegar a un artefacto o máquina nacional, alimenta Fragmentos para apuntalar las ruinas (Rialta), de Ricardo Miguel Hernández. El archivo del joven artista, nacido en el año orwelliano 1984, se recompone en fotocollages sobre el “continuismo histórico de la Revolución”, que es otra forma de aludir a la “destrucción de una nación”. Recortes, letras de molde y fotos viejas componen un palimpsesto tan monstruoso como los barrios arruinados de la Isla.
Más recuerdos, los de la novelista Sonia Julia de Jesús, toman forma en Dime alma mía (Linkgua), un relato de “expiación” de la memoria familiar. La Cuba republicana, desde 1902 hasta la llegada de Fidel Castro al poder, incluyendo las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista, es el tema del libro. A pesar de encajar en el molde de la novela histórica o “época”, Dime alma mía cuenta –como otros libros de Linkgua– con una inteligencia artificial en forma de chatbot que facilita la interacción virtual con el relato, sus personajes e incluso su autora.
Arcos combina dos vocaciones, la del poeta y la del crítico, en una prosa trabajada que no renuncia a la precisión
Los Ensayos daimónicos de Jorge Luis Arcos, que publica Casa Vacía, exhiben –según Efraín Rodríguez– uno de los grandes méritos del autor: combinar dos vocaciones, la del poeta y la del crítico, en una prosa trabajada que no renuncia a la precisión. Arcos, uno de los ensayistas cubanos más relevantes de las últimas décadas, se ocupa en esta obra de clásicos como Martí, Zequeira, María Zambrano, Lezama o Piñera, pero también de poéticas recientes como la de Antonio José Ponte.
El segundo volumen de la editorial El Fogonero, Papel carbón, es un homenaje de Camilo Venegas a los espacios y personas de las que se despidió (nacido en Cuba, reside ahora en República Dominicana). El poemario, afirma, tiene “sus destinatarios anónimos, impensables y advertidos”, pero puede disfrutarlo cualquier lector.
En Combates por la Historia en la guerra fría latinoamericana (Academia Mexicana de la Historia), Rafael Rojas explora los debates historiográficos de los años 50 y 60 en varias instituciones del continente. La polarización y las tensiones marcaron cada discusión sobre el comunismo, la revolución o la Unión Soviética, temas no solo candentes a nivel teórico, pues marcaron la historia de América Latina en las décadas siguientes.
Dos proyectos creativos –el de Legna Rodríguez Iglesias y el de María Antonia Cabrera– se funden en La merma (Rialta), una crónica de la relación de los cubanos con el “mundo material” desde 1959. Tanto para la escritora como para la artífice de Cuba Material, una colección de objetos cubanos, el país sufre una obsesión por guardar cosas que va dejando un texto. Marcar los límites de esa “bulimia acumulativa” –echando mano de la “mecánica popular” que describe Pedro Juan Gutiérrez– da fe del daño, físico y metafísico, que produce el castrismo.