El rescate del 'caso Padilla', el documental sobre el obsceno episodio del castrismo
Con imágenes inéditas, el impactante documental de Pável Giroud, que se estrena en salas, ofrece una nueva lectura de uno de los sucesos más graves de la Revolución cubana
Madrid/Tras el pase del documental El caso Padilla en la última edición del Festival de San Sebastián, un espectador se acercó a su director, el realizador cubano establecido en Madrid Pável Giroud, y le dijo: «Preferiría haberme muerto antes de ver esta película». Se trataba de alguien que dedicó su vida a apoyar la Revolución cubana: la impresión que le produjo la proyección fue tan fuerte que hizo tambalear toda su biografía política. Porque el metraje original del auto de fe del poeta Heberto Padilla (1932-2000), escenificado en una sala de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) una noche de abril de 1971, es un golpe en la cara de cualquier fe. La fe en las revoluciones y en las palabras; también, incluso, en los hombres.
El llamado caso Padilla comenzó con la detención de Heberto Padilla y de su esposa, Belkis Cuza Malé, en La Habana el 20 de marzo de 1971, por «actividades subversivas». Para entonces ya había tenido roces con la jerarquía cultural del régimen y un periodista extranjero le había definido como el enfant terrible de la revolución. Su poemario Fuera del juego había ganado en 1968 el premio de la Uneac y a la vez fue catalogado (y así lo dice el prólogo) de reaccionario. A la obra de Padilla le faltaba entusiasmo revolucionario y le sobraba irreverencia.
De todo eso se autoinculpó en aquella noche del 27 de abril, tras pasar 37 días encarcelado. Nicolás Guillén, presidente de la Uneac, había excusado su asistencia por un problema de salud. Sudando a chorros, ante medio centenar de escritores demudados, en una sala llena de humo, Padilla se flageló a lo largo de tres horas («he llegado sumamente lejos en mis errores»), se humilló ante sus carceleros («esta intervención es una generosidad de la revolución, yo no merecía estar libre») y señaló a otros descarriados como él: su propia esposa, Pablo Armando Fernández, Virgilio Piñera, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes... a los que instó a que entonasen allí mismo su mea culpa. Un documentalista rodó el aquelarre con dos cámaras. La confesión se publicó completa, pero la filmación original se mantuvo oculta... hasta ahora.
Sudando a chorros, ante medio centenar de escritores demudados, en una sala llena de humo, Padilla se flageló a lo largo de tres horas: "He llegado sumamente lejos en mis errores"
Heberto no era cualquier poeta. No era cualquier intelectual. En el paisaje alucinante que son los primeros años de cualquier revolución que vuelve un país y una sociedad del revés, en la mar gruesa de las polémicas culturales y políticas de los años sesenta, de las que Cuba era, en buena medida, el epicentro, Padilla era un guerrero de verso afilado, un iconoclasta, un inconforme, un visionario.
Pero era también un hombre frágil, y las revoluciones tienen la capacidad de convertir a los hombres frágiles en monstruos o en guiñapos. A veces también en ambas cosas a la vez. De modo que el garabato dibujado aquella noche sobre el cartón colocado por la Seguridad del Estado cubana en una mesa de la Uneac era un montón de cosas y todas se verían allí, como todas las llevaría Padilla después a cuestas el resto de su vida, hasta que la muerte lo alcanzara en una habitación impersonal de Auburn, Alabama.
Drama perfecto
«Yo siempre tuve una vieja obsesión con el caso Padilla», cuenta Giroud (La Habana, 1973). «Cuando leí la transcripción de sus palabras pensé que aquello tenía una estructura dramática perfecta para una obra de teatro o una película. Me planteé rodar una película con un actor diciendo el monólogo. Me alegro de no haberla hecho». Porque más adelante llegó a sus manos el material original en vídeo: la filmación completa del auto de fe. Su dramatismo barría cualquier ficción.
Para Giroud, Padilla no se cree ni por un segundo lo que está diciendo, pero se presta para «salvar el pellejo». Al mismo tiempo, su confesión es tan desmesurada que es difícil no percibir una parodia de los discursos de Fidel y una denuncia encubierta de la deriva estalinista de Cuba. «Al ver ese material, me pregunto si debo hacerlo público o emplearlo en construir una película y me decidí por lo último: quería lograr que aquella historia hiciera metástasis». Y eso fue lo que sucedió. El documental se ha proyectado en numerosos festivales y ha tenido un eco extraordinario en la comunidad intelectual del exilio cubano y la propia Cuba, pero también más allá. En abril fue elegida mejor película documental en los X Premios Platino de Cine Iberoamericano 2023.
Pável se siente emocionado por la recepción, hace unas semanas, en un lugar tan distante de la aventura caribeña como Corea del Sur: «Allá se hicieron dos proyecciones en salas grandes, llenas de gente joven muy conmovida por la película. Es un país con gran presencia del catolicismo y este gesto de la autoinculpación se ve de una manera tremenda. En países de América Latina, en Argentina, Brasil, Uruguay, fue impresionante. En Uruguay vino gente del ex presidente Mugica y decían que les habían quitado una venda de los ojos... Ahí es donde siento el valor de la película. No está contada con un discurso reaccionario. Es un hecho expuesto, sin más. Ni siquiera uso la palabra dictadura, porque para mí Cuba es ya algo aún peor: un Estado mafioso».
El trabajo de Giroud le ha puesto rostro por fin a uno de los momentos más importantes de la historia de la Guerra Fría en la trinchera de la cultura
A Pável, quien asegura sentirse en casa en el Madrid al que se mudó hace ocho años como un emigrado y no como un «exiliado», le daba miedo ver la película en una sala de cine. Para esa primera exhibición privada en el cine Embajadores, contó con un espectador de lujo, uno de los grandes protagonistas de la historia: Mario Vargas Llosa, que encabezó la rebelión internacional de intelectuales contra la detención de Padilla y la oprobiosa autoinculpación. «Meses antes de dar la película por terminada, hice un corte especial para verla con Mario. Éramos él, su asistente, la productora de la película, la documentalista y yo. Cuando terminó la proyección, él se puso de pie y la aplaudió. Me hizo algunas observaciones útiles. Me dijo que debía verse mejor el impacto internacional del caso Padilla. Esa sesión con él me ayudó mucho y entendí que la película iba a funcionar en la pantalla grande. Nunca me sentí tan impresionado por un trabajo mío, no contaba con que acabara teniendo esa fuerza».
Ahora, y sólo ahora, podemos dar por cerrado el caso Padilla. Porque el trabajo de Giroud le ha puesto rostro por fin a uno de los momentos más importantes de la historia de la Guerra Fría en la trinchera de la cultura. El episodio colocó a la Revolución cubana en el borde final de su ambición liberadora. De ahí en adelante, todo fue cerrazón, consigna y destierro... Con Padilla, primero preso y, después, expuesto al escarnio, en cierto modo, se cerró una época.
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Pável Giroud ha conseguido hacer una de las grandes películas sobre la memoria del pasado revolucionario, que, dice, «es una asignatura pendiente del audiovisual cubano». «No es por gusto que la primera ley relacionada con la cultura que adoptó la Revolución fuera para la creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Fidel entendió enseguida el poder del cine para expandir una idea, y secuestró la memoria. Lo hizo bien, porque el marketing de la Revolución cubana es inmejorable. ¡Todavía hay gente que ve a Cuba como faro de una utopía! Por eso es una responsabilidad de los cineastas trabajar en favor de la memoria. Y más que juzgarla, contarla. Hay que contar la historia, no diré que desde una perspectiva neutral, pero sí de una manera que no sea acusatoria. Lo he hecho siempre. En todas mis películas, la Revolución es el núcleo central. La edad de la peseta trata sobre una familia destrozada por la Revolución. Omertá es la historia del guardaespaldas de un mafioso al que la Revolución deja fuera de lugar. He tratado de rescatar cuestiones de la historia cubana que han sido abandonadas».
El caso Padilla comienza con esos versos del poeta: «Di la verdad/ di, al menos, tu verdad/ y después/ deja que cualquier cosa ocurra». Giroud intenta cubrir todos los ángulos de la compleja personalidad del protagonista. Y para eso tiene que contar quién es. Hablamos del director ucraniano Serguéi Loznitsa y de su manera de concebir el trasiego con la memoria mediante la mera exposición del archivo, sin más mediación que la de la mesa de montaje. Giroud se defiende: «Loznitsa tiene una ventaja: él no tiene que explicarle a nadie quién fue Stalin. Yo tengo que explicar quién fue Padilla. Por eso el afán didáctico de mi película. Debía sacrificar la autoría en aras de que se entendiera bien lo que estaba contando. Lo más complejo en la selección de los fragmentos de la autoinculpación fue elegir los momentos en los que Padilla le habla al mundo de hoy y no lo hace en códigos muy cubanos».
Padilla es un personaje fascinante, que muestra lo que ha sido una nación dividida, el drama de Cuba y su exilio: el ánimo militante de su generación contra Lezama Lima y los origenistas, después, el desencanto, la represión, el ostracismo, el exilio y hasta la decepción con el propio exilio... ¡Todo está en esa historia! Pável se pregunta: «¿Cómo iba yo, un generador de dramas cuando trabajo como guionista, a despreciar ese elemento simétrico que hace que en el exilio también estuviera fuera de juego, como lo estaba en Cuba?» Y añade: «En el proceso de trabajo en la película, yo lo miraba a veces como a un personaje de ficción. Entre el guion que le montó el Estado cubano aquella noche del auto de fe y su propia historia. No es un protagonista con el que empatices, esa regla de oro en el cine. Es un personaje que ningún dramaturgo sería capaz de crear».
Giroud tiene el ansia natural ante el estreno de la película, hoy, en las salas de cine españolas. «En España ya se ha visto en escenarios que suelen tener mayor empatía con la Revolución cubana, como el País Vasco y Cataluña. Pero los que la apoyaron hoy lo hacen en silencio. La Revolución es como ese hijo tarado del que se prefiere no hablar en público. Mi película va dirigida a la gente que todavía tiene cierto enamoramiento».
Padilla es un personaje fascinante, que muestra lo que ha sido una nación dividida, el drama de Cuba y su exilio: el ánimo militante de su generación contra Lezama Lima y los origenista
Cine independiente
Pável forma parte de un cambio de paradigma en el cine cubano que se produjo hace unos veinte años, cuando la producción de audiovisuales dejó de depender del ICAIC y comenzó a ser algo al alcance de muchos, gracias al software y a vías de financiamiento que no pasaban por las instituciones. «Soy un poco responsable de esa etiqueta de 'cine cubano independiente'», explica, «porque la usé por primera vez a principios de los 2000. Entonces salió un artículo en el diario Miami Herald y la Contrainteligencia se apareció en mi casa al otro día a preguntarme qué era eso de 'cine independiente'».
Películas como Santa y Andrés, de Carlos Lechuga, una impresionante indagación sobre la represión a los escritores cubanos en la década que siguió, precisamente, al caso Padilla, puso drástico fin a un breve episodio de permisividad del Gobierno cubano con el cine independiente. Brevísimo y marcado por el estupor inicial. «Pero hoy es rara la película del ICAIC que llega a un festival importante, todas son independientes». No como el poeta Heberto Padilla, reo de la feroz dependencia a sus lealtades y deslealtades, las que cuenta El caso Padilla.
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Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en El Mundo y se reproduce con el permiso del autor.
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