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El pensamiento archipiélago

Proyecto grande en sitio pequeño

Mapa de finales del siglo XVI que muestra las Islas Canarias asociadas al signo zodiacal de Cáncer, según el ingeniero Leonardo Torriani. (Universidad de Coimbra)
Juan Carlos de Sancho

19 de agosto 2017 - 19:09

Las Palmas de Gran Canaria/"Una isla es un punto de conciencia en el mar"

Lawrence Durrell

Cuando subes a lo alto de una isla compruebas maravillado que el horizonte es un círculo, interminable, que no era una línea recta por donde se alejaban los barcos y se escondía el sol. Pero hay que subir para caer en la cuenta, subir como los pájaros, incluso sobre los alisios, esas nubes que separan la realidad del infinito. Cuando eres niño crees que vives en un espacio interminable y desconoces que tu territorio cobija una cultura de influencias. Los círculos siempre atraen.

Durante siglos, para la gente de la cultura, vivir en una isla era una auténtica desgracia anímica. Ahora es una ventaja. Una isla es una neurona inteligente que se escapó del cerebro continente para vivir una mejor vida. El escritor isleño sabe que vive ahora en un mundo privilegiado y que su pensamiento archipiélago puede ser la nueva medicina mental para un mundo desinflado y carente de entusiasmo. Lo que sabe un isleño lo sabe muy poca gente. Einstein seguramente pensaba en las islas cuando hablaba de que la humanidad sólo se salvaría si cada ser humano recuperara su individualidad, no el individualismo que genera la globalidad. La individualidad es una isla con horizonte circular, una posición de altura de miras.

Durante siglos, para la gente de la cultura, vivir en una isla era una auténtica desgracia anímica. Ahora es una ventaja. Una isla es una neurona inteligente que se escapó del cerebro continente para vivir una mejor vida

En otros artículos he recordado que un archipiélago es un conjunto de territorios unidos por aquello que los separa. Y aquello no es solamente el mar sino la conciencia de que las diferencias de cada isla es lo que realmente nos atrae, sus características propias. Nos gusta divisar y compartir lo que es distinto, pasar de lo acostumbrado a lo desigual. Y es un placer viajar dentro del mismo territorio común disfrutando de las múltiples variedades que se nos presentan a la vista.

Cada época de la humanidad tiene una enfermedad congénita de larga duración. La nueva enfermedad del mundo es el feudalismo económico y cultural. El caos es tremendo, agobiante. Todo parece reducirse a un mínimo común múltiplo y el nihilismo ha ocupado un gran espacio en las mentes de los creadores. El arte se asocia al éxito y el pensamiento se comprime. En el continente globalizado hay pocos entusiastas, abundan los intelectuales uniformados. Se opina mucho, se piensa poco. En Canarias, el poeta Alonso Quesada escribía que todo lo que se institucionaliza se idiotiza. Los continentes están idiotizados y la cultura enferma de éxito circunstancial.

Los mercados banalizan los productos culturales y hay incluso multitudes que valoran a un escritor solo por el volumen de sus ventas: la calidad literaria se ha asociado a la plusvalía editorial, al registro de beneficios. Máxima idiotización, globalización de la ignorancia. Y el arte que se desinfla como un globo sonda sin aire. Si Virgilio levantara la cabeza nos obligaría a todos a leer su Eneida, un clásico. Encontrar un clásico hoy en día es como encontrar un aguja en un pajar. Nuestro pajar está lleno de artistas clonados, previsibles, enfermos de éxito comercial. Y el pensamiento de peso vagando solitario por las calles de Lisboa donde Pessoa escribía pausadamente el Libro del desasosiego al tiempo que inventaba sus heterónimos para sentirse realmente acompañado. Un buen pensamiento, un pensamiento profundo, acompaña siempre.

Encontrar un clásico hoy en día es como encontrar un aguja en un pajar. Nuestro pajar está lleno de artistas clonados, previsibles, enfermos de éxito comercial

Los isleños somos muy propensos a fantasear y seguramente se repiten en las islas los mismos esquemas estúpidos del continente. Pero hay en los archipiélagos una resistencia filosófica que viene de muy lejos y que tiene que ver con los visitantes, el aislamiento y ese perfume incontrolado que trae el mar y sus ondas misteriosas. En las islas sobreviven las apariciones, ese estar y no estar del todo presentes, un espíritu interior que mucho tiene que ver con el humor filosófico, una forma superada de la inteligencia que sin decir apenas nada se dice casi todo, sin contar se cuenta.

En las islas un gesto es casi un libro y un silencio un aforismo nietzscheano, una sabiduría de siglos, una intuición meditada. Es la recámara crítica, un lugar previo que antecede al pensamiento pero que ya sabe lo esencial. El isleño mantiene en secreto su recámara crítica, siempre. Enseñarla tiene que ver con el afecto y la confianza. Es una isla que navega en su interior y que no desea ser conquistada. Es un pensamiento que está en estado de espera, en proceso de incubación. En la recámara crítica no hay prisa.

El isleño sabe lo que sabe, lo suyo más todo lo que sabían los que llegaron en naves y en otros artilugios viajeros. Pero hasta ahora no lo había sabido "vender" al exterior. En ésta época maldita donde vivimos ahora el pensamiento archipiélago busca su protagonismo en el mundo. Ha sido elaborado con paciencia en la recámara crítica. Quizá los secretos de las islas, guardados celosamente, están a punto de refrescar la abulia de la cultura continental. Ha habido que esperar siglos, pero ahora nuestra situación geográfica y mental nos dan una oportunidad única de ofrecer al mundo un nuevo renacimiento.

El pensamiento archipiélago es ante todo una actitud mental y una poética de la relación. Tiene que ver con la criollización que incorporó a la cultura insular un tono barroco y metafísico, aparentemente resignado pero sutilmente anunciador

El pensamiento archipiélago es ante todo una actitud mental y una poética de la relación. Tiene que ver con la criollización que incorporó a la cultura insular un tono barroco y metafísico, aparentemente resignado pero sutilmente anunciador. No es fácil captar el trasfondo de un insular porque el silencio puede hablar en la isla y el exceso de palabrerío despistar el asunto central. Creo que los isleños no comparten la máxima de Quevedo cuando al referirse a España decía "Félix natura, infélix cultura", o sea, feliz naturaleza y cultura infeliz, menesterosa. El isleño, aunque sometido durante siglos a gobiernos autócratas y caciquiles mantienen con orgullo su dulce melancolía, su saudade, en un punto avizor que le permite ver las cosas con cierta distancia, analíticamente, incluso filosófica.

Pese al alto nivel de analfabetismo al que han sido sometidos por sus gobernantes los isleños practicamos un tipo de relación con el mundo inteligente, profunda, a ratos disimulada. La agudeza, pongamos por caso. Y esos devaneos con la ironía y la frase indirecta. Y copiar lo mejor del otro sin decirlo, transformándolo en la recámara crítica, presentándolo como original. Puro mestizaje, el sabor de la heterodoxia, manteniendo la isla interior a buen recaudo para tiempos venideros.

Volviendo a la reflexión anterior puedo comentar a esta alturas de mi vida que me aburren y me agotan las mentes continentales, tan ajustadas al canon, tan certeras y oficiales. O sea esas mentes que hablan sin descanso, articulando ideas repetidas que apenan abren ningún placer en la mente ajena, sin dar opción a la duda filosófica. Desconocen el pensamiento archipiélago porque se han mezclado poco. Incluso los hay que voluntariosamente identifican la identidad nacional con la suya propia y se matan por defender ideas que han heredado sin apenas reflexionarlas. Olvidan que los pensamientos no paran de dar vueltas a la isla y que algunos retornan siglos después.

Aunque los isleños son tradicionalmente conservadores por culpa del látigo caciquil, los continentales están más aferrados a lo de siempre porque no ha habido tanta mezcolanza. Al ser un territorio pequeño, el insular distingue rápidamente lo nuevo. La literatura y el arte insular siempre han sido más atrevidos, aceptan sin tanto recelo las influencias, reciben desde hace siglos a los visitantes con amabilidad. La cultura de las islas es una cultura de influencias. Están acostumbrados a los turistas y a disfrutar de las improvisaciones. En el continente hay un orgullo patrio que ralentiza el progreso y la vitalidad de la cultura, cualquier innovación es vista de reojo, comparada: es una cultura más costumbrista, propia de los herederos de los conquistadores. Una vez me comentaron que una península es una isla en pena.

Es difícil zafarse de los arquetipos nacionales, deshacerse del espectro nacional, incluso puede llegar la democracia y tardar en instalarse más de cien años por culpa de las rutinas y estereotipos, como escribía el escritor insular canario más universal Benito Pérez Galdós, considerado después de Cervantes uno de los mejores novelistas españoles. Galdós hablaba de la visión de los que venían de ultramar, una visión más amplia propia de los que viven continuamente en culturas visitadas, un espíritu más conciliador y placentero.

La cultura de las islas es una cultura de influencias. Están acostumbrados a los turistas y a disfrutar de las improvisaciones

Como punto crítico habría que destacar que al isleño le falta ese espíritu gremial y organizativo del continental, decidido. Además posee esa lentitud y pachorra para todo porque casi todo viene y apenas va. En un programa de televisión local un viejo marinero canario comentaba: "Si millones de extranjeros vienen a Canarias, ¿para que me voy yo al extranjero?". Sin embargo después de tantos años de trabajar en el sector turístico ahora el

isleño ya sabe cómo organizar eventos, encuentros internacionales de largo alcance. Por eso las islas deben convertirse en placas giratorias de cultura donde se reúna a menudo el pensamiento archipiélago y se haga presente en el mundo, organizando encuentros para debatir la universalidad, el pensamiento infinito y la poética de la relación por encima de identidades atávicas, de raíz única.

En el pensamiento archipiélago, como defendería el poeta de Martinica Edouard Glissant, las identidades rizomas que aceptan siempre con satisfacción las influencias. El mundo necesita actualmente de los secretos insulares, de sus mixturas culturales. En las islas se pueda sanear el actual pensamiento colapsado.

Durante los últimos ocho años he estado empeñado en unir a los archipiélagos de la Macaronesia en este proyecto universal, conseguir que Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde tengan un lugar destacado en la cultura continental y que pasáramos de ser destino turístico a destino cultural, puerto de llegada y de salida de nuevas formas de pensar el mundo, las ideas y la creación artística en general.

Había primero que contactar con isleños con las mismas inquietudes, con las mismas ganas de romper el arquetipo insular y de lanzar las islas al Universo. Y cuando alguien tiene un sueño consigue encontrar su camino. El cambio cualitativo ya estaba dado. Faltaba ahora el cuantitativo, conocernos, incluso romper las barreras del lenguaje. Tampoco había que descuidar el continente, otras islas más grandes como Irlanda. Pronto llegaron las felices coincidencias, como escribió Paul Auster. Las islas navegan hacia el continente, mostrando sus secretos de siglos.

Aunque viva aislado un isleño sabe que el horizonte es circular. Y entre más sube a la cumbre de la isla más certeza tiene aún de la circularidad. Ser isleño debería ser una nueva actitud intelectual de los artistas, creadores, pensadores e intelectuales del mundo. Ante la globalización, el feudalismo económico y la banalización de la cultura ya no basta solo con indignarse sino es preciso elevarse. Se trata de elevar el pensamiento hacia posiciones circulares, situarse en una noria donde todos podamos disfrutar de nuevas y hermosas vistas. La isla es una dimensión de altura en movimiento. En una dimensión filosófica más propia de académicos o hermenéuticos con telarañas el pensamiento archipiélago es ante todo una aceptación humilde de las influencias, tomar conciencia de que somos receptores y continuadores de otros viajes quiméricos, defensores de una cultura mestiza, universal y heterodoxa. Pensar archipiélago es volver a ponerse en situación de inventar, escapar del nihilismo continental elevando el punto de mira, desalojando del territorio la identidad como discurso dominante y optar por la poética de la relación, por la simbiosis humana, por el disfrute de la inutilidad. En posición de isla se optaría por la cualidad no por la competencia, por el humor (una forma superada de la inteligencia, según el dramaturgo español Valle-Inclán) y la desdramatización en vez de por el victimismo nacionalista.

Ante la globalización, el feudalismo económico y la banalización de la cultura ya no basta solo con indignarse sino es preciso elevarse

En otro de mis artículos sobre la realidad insular expliqué que el renacimiento está en las Islas, que la idea de proyecto grande en sitio pequeño era la confianza en el poder de cada ser humano para transformar el mundo. La definición de archipiélago como conjunto de territorios unidos por aquello que los separa era un apuesta en toda regla por aquello que nos separa y que en realidad es lo que nos une: la fascinación y atracción por la singularidad del otro, por lo que ha descubierto el otro, por su fragmento de eternidad explorado. Se trataría de desmadejar la madeja mental desde una posición de islas, transformando los continentes en islas gigantes que formarían nuevos archipiélagos culturales. Formaríamos parte de un archipiélago fenomenal, sin fronteras ya que estaríamos unidos por aquello que nos separa. Un pensamiento éste que encontraría reticencias en la industria militar, en los grandes monopolios y en la ideologías fascistas de todo tipo, tan propensas a continentalizar y comercializar sus ideas. El capitalismo ha matado los sueños.

La cultura como entidad aérea y trascendente necesita un respiradero de altura, la visión de Zaratustra, el ojo del águila, la recuperación de viajes a Ítaca. El éxito no es un lugar y sin embargo ha sido el objetivo prioritario de miles de artistas, pensadores e intelectuales. Eso ha infantilizado el discurso ya que el éxito está asociado al índice de ventas, a estar continuamente presentes en el mercado mediático. En la cultura comercial dominante se ha perdido la experiencia del disfrute que supone elevarse sobre las circunstancias y el placer de la incubación de la propia obra. Federico García Lorca lo entendió cuando comentaba bendito este trabajo mío que me lleva a la inutilidad.

El éxito no es un lugar y sin embargo ha sido el objetivo prioritario de miles de artistas, pensadores e intelectuales. Eso ha infantilizado el discurso ya que el éxito está asociado al índice de ventas

Vivo en una isla y procuro ser isleño en mi actitud. Cuando veo a un mexicano no veo a un mexicano sino a otro isleño que vive en una gran isla. Con sabor a Oaxaca unos, con sabor a Ciudad Obregón otros. Los saberes de los isleños son sus sabores peculiares, sus diferentes colores de pensamiento, esas identidades rizomas que se han ido creando gracias a miles de influencias y que se concretan en un solo individuo, isla que conforma el gran archipiélago humano.

Cuando tenía veinte años leí con auténtica pasión al japonés Takuboku, al ruso Maiakovski, al norteamericano Whitman, al argentino Borges, al francés Baudelaire, al alemán Nietzsche, al turco Nazim Hikmet, al italiano Papini, al portugués Pessoa, al irlandés Bernard Shaw, al español Galdós, al austriaco Thomas Bernhard, al indio Krishnamurti, al colombiano García Márquez, al mexicano Rulfo, al cubano Carpentier. Yo estaba entonces construyendo mi isla interior, mi imaginario particular. Algunos amigos míos, apegados aún a la identidad atávica, me reprochaban que no leyera literatura canaria pero yo estaba convencido de que el horizonte era circular y que aquellos elegidos gravitaban sobre mi cabeza como islas imaginarias. Más tarde llegaron los isleños Alonso Quesada, Manuel Padorno, Luis Feria, Josefina de la Torre, Agustín Espinosa... e incluso preparé antologías de estos autores canarios en Buenos Aires, Irlanda y México. Estudiando sus obras comprobé su afición por los poetas rusos, franceses, japoneses, latinoamericanos. ¡Realmente el horizonte ha sido siempre circular en las islas! Circular como adjetivo y circular como verbo, circular siempre.

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Nota de la Redacción: este texto ha sido extraído del libro del autor La casa del caracol (Mercurio Editorial, 2013). Juan Carlos de Sancho nació en Las Palmas de Gran Canaria (Islas Canarias) en 1956. A lo largo de su carrera artística ha cultivado la poesía, el ensayo, el guion documental y el cinematográfico. Además de editor, también ha sido dibujante de tiras cómicas e ilustrador.

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