Un 'Mango' fuera de serie
La Habana/Si usted camina por el boulevard habanero, entre el calor y la mugre, su suerte podría cambiar con sólo tomar otra calle y avanzar unos metros. En la esquina de Industria y San Miguel, salta a la vista una pequeña puerta de madera y las letras rojinegras que anuncian al restaurante Mango. Uno de esos raros sitios donde la buena mesa, el excelente servicio y la agradable decoración se mezclan para hacerle olvidar los rigores de allá afuera.
Mango es una rara avis entre los restaurantes privados que abundan en esa zona de la ciudad. Mientras las paladares circundantes muestran un menú sin sorpresas ni encantos, este pequeño lugar ha logrado mantener un sello particular y distintivo. La decoración es discreta pero efectiva, el buen uso de tan diminuto espacio merecería un premio de diseño, especialmente en la selección de altas banquetas que permiten mantener la privacidad entre una mesa y otra.
La carta es la mayor de las sorpresas. De la mano del maître y sommelier Yoendris Hortas Morejón, Mango ofrece platos para todos los gustos. Desde entrantes que destacan por su sabor y minimalismo, hasta cocidos de mayor complejidad y con numerosos ingredientes. Sin embargo, no es la exquisitez del menú lo más admirable, sino la estabilidad en el suministro de éste. En este pequeño restaurante usted nunca oirá esas frases tan inherentes a la gastronomía cubana: "se nos acabó", "el pollo no está saliendo", "no nos han abastecido". Para beneplácito y asombro de los comensales, todo lo escrito en la carta es real, existe, se sirve si usted lo pide y cada vez que vuelva lo encontrará.
Los precios no son nada baratos, pero siempre hay ofertas para los que andan más apretados del bolsillo... que somos la mayoría. Los platos fuertes oscilan entre 8 y 15 CUC, pero una buena pizza o unas pastas a la carbonara no superan los 5 CUC. Las croquetas son el fuerte de la casa y frente a la tabla de queso, uno llega a preguntarse cómo hacen para conseguir tanta variedad en un país tan desabastecido.
El trato resulta cordial pero sin excederse en la confianza. Algo difícil de hallar en Cuba, donde se ha impuesto un estilo de servicio donde el camarero se comporta como si nos conociera de toda la vida. Más de una vez nos habrá ocurrido en algún restaurante que el capitán nos da una palmadita en el hombro y pregunta ¿y cómo está la comida? Esa confusión entre amabilidad y familiaridad afecta incluso a lugares muy chic, muy caros... muy exclusivos.
La carta de postres ha sido cuidada con esmero y, como cortesía de la casa, dan a probar unos bombones caseros muy bien confeccionados. Todo eso en un ambiente íntimo, relajado, sin interferencias de ningún tipo. Un magnífico lugar para ir en pareja, conversar o celebrar un aniversario en grupos pequeños, lejos de esa Habana ruidosa y dura que nos espera allá afuera.