El rey se muere, ¡la Revolución vive!
La Habana/El rey Berenjena (Pedro Díaz Ramos) se encuentra a punto de morir, según le anuncia el médico de la corte. "Fatalidad", expresa uno de los personajes. Berenjena tiene dos esposas, Margarita (Maridelmis Marín) la reina legítima, y la más joven, María Peña (Maydely Pérez y Aidana Febles). Otro personaje peculiar es el oscuro asesor del Gobierno (Yusan Chamay), que viste de sultán. Lleva una media máscara en el rostro y una carpeta con las siglas PCC. No habla en toda la obra. Sigue y aprueba cada planteamiento del rey.
El reino está en decadencia. La vaca, en singular (el ganado está extinto), ya no produce leche. No queda más que tomarla en polvo. Berenjena constituye un peligro para su propio reinado. Chochea y por tanto dice y hace lo que no debe. Sus ministros andan de vacaciones en Varadero. Y su sirvienta Julieta (Estherlied Marcos y Laura Alemán) es quien conecta al reino con el mundo exterior.
Una mirada hacia dentro. Hacia la familia real. Hacia sus miedos, sus frustraciones, su doble moral. El rey se muere, de Eugène Ionesco, una obra exponente del teatro del absurdo, versionada y dirigida por Juan Carlos Cremata.
Cremata, en su puesta, va más allá del absurdo. Su visión es más cercana al teatro de la crueldad. Autores que sobresalen en este movimiento son Antonin Artaud, Fernando Arrabal, David Mamet y Alejandro Jodorowsky. Este tipo de teatro persigue que el espectador abandone su comodidad a lo largo de la obra.
La experiencia transitaba de la identificación al repudio, de la risa a la conmiseración, de la simpatía a la antipatía extrema. El arte no puede ser un sustituto de la política, pero no solo importa lo que sucede en el escenario, sino en el campo social, en el campo cultural. Prácticas sociales más que puestas en escenas. Es ahí donde ancla su versión Cremata, quien sin dudas posee una personalidad artística provocadora.
Cremata, en su puesta, va más allá del absurdo. Su visión es más cercana al teatro de la crueldad
Los espectadores nos entregamos al juego de poder. Al comienzo de la obra, el Alabardero (Hugo Alberto Vargas) ordenó al público que se pusiera de pie. Nadie le hizo caso. Entonces comenzaron a sonar las notas del himno nacional. Nos levantamos súbitamente. El actor cínicamente se burló de nosotros. Fue un efecto descolocador. Es porque nuestro aparato de percepción dramática inmediatamente crea signos frente a la información que recibimos. Fue un propósito propio de este movimiento: desacralizar.
Estamos condicionados por la tradición. El arte trata de las personas que no se ajustan a las leyes naturales. Profana. Desmitifica la realidad. ¿Resistencia o sublevación estética? La resistencia podría conducir a una transacción con el poder. Caer presas de una ideología y ser sustitutos de las políticas. Cremata opta por la sublevación.
En la puesta en escena, los actores además rompen la cuarta pared. Se rebelan unos contra otros. Maridelmis le reclama a Pedro que sus parlamentos son demasiado largos. Denuncian las condiciones paupérrimas en que se hace el teatro. Presentan a María Peña y aluden que su traje se ha hecho con tela reciclada de la obra anterior. El alabardero apura al rey para que se muera. Cuanto más tarde lo haga, peor se pondrá el transporte.
Solo pude asistir al estreno, así que no me detendré individualmente en la faena de los actores. En general hubo momentos de risa que requerían pausas un poco más largas para poder entender lo que seguía. Las malas palabras en muchas ocasiones estaban mal dispuestas.
En el minuto en que aparecieron las chancletas de palo de la reina, iba como por la décima palabrota. Quizás si se hubiera pensado ese personaje para que fuera poco a poco descendiendo, el efecto habría sido más hilarante.
Las caracterizaciones del alabardero y del médico, son muy parecidas. Sería bueno diferenciarlas. Por otra parte el semidesnudo de María Peña resulta gratuito.
El diseño de vestuario, a cargo de Vladimir Cuenca, sugiere un caos de épocas, culturas, períodos históricos. Nos muestra un eclecticismo que abre una dimensión a lo eterno. Oprimidos y opresores. Víctimas y victimarios. Gobernantes y gobernados. Un reino donde todo se profana. El trono del rey es un inodoro. La corona es reemplazada por una gorra de pelotero. En la corte se hace una conga, El rey se muere, El rey se levanta. Berenjena resucita. Alternan súbitamente el ritmo a un vals para aparentar normalidad. Lo escupen y se burlan de él, en sus propias narices.
El comportamiento en la corte es despreciable. El rey ha sacado lo peor de la gente
El comportamiento en la corte es despreciable. El rey ha sacado lo peor de la gente. Se ha perpetuado. No le interesa cómo siente y piensa todo el que le rodea. Y como no puede valerse por sí mismo. Ya no inspira respeto entre sus súbditos.
Guillermo Rodríguez Malberti, muestra la decadencia del reino con su diseño escénico. Aparece el cielo de Berenjena. Astros. Soles. Noches. Al fondo el muro agrietado como anunciación apocalíptica. Encima del trono un cartel: "Viva Yo". El espacio está bien utilizado, incluyendo los pasillos laterales llenos de pancartas y una pasarela que atraviesa la platea.
El diseño de banda sonora estuvo a cargo del propio Cremata. Fluye, genera atmósferas. Hacia el final, la obra adquiere un matiz más poético y sensorial. Luz y sonido alcanzan un protagonismo mayor. Berenjena pronuncia magistralmente un monólogo. Está guiado por hilos. Sus esposas lo sostienen. Se convierte en una marioneta. Muere. Margarita toma el trono. Se escucha el tema The King is dead, but the Queen is alive. Un grupo nace de un pequeño sueño colectivo, que genera un sistema de relaciones.
Lenguaje común. Ideología. Es como fundar un Estado. El creador-director no quiere que su sistema fracase. Este busca la salvación a través de su arte. Fracasar sería su peor pesadilla. Censurar El rey se muere no significa solamente matar el sueño de Cremata. Significa también el de todo su equipo. Ser juzgado o mal interpretado por propia comunidad artística significaría vivir una doble disidencia, primero en el arte, luego en la sociedad. El artista no puede hacer compromisos, sino sería un político. Entonces, «Consideramos que la suprema tarea del arte es la preparación de la revolución» (André Breton y León Trotsky en su manifiesto «Pour un art révolutionnaire indépendant»).