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Salvador Redonet, aquel profesor marginal

Alguien se alarmó porque él hubiera citado la letra de una canción popular en un análisis de la cuentística cubana y lo acusó de "mezclar la semiótica con la chancleta"

Salvador Redonet dedicó buena parte de su investigación a la joven narrativa cubana. (Margarita Mateo)
Ernesto Santana

30 de diciembre 2018 - 15:29

La Habana/Cuando falleció hace 20 años, con poco más de 50, Redonet era más joven de lo que son hoy gran parte de sus discípulos de entonces y muchos de los tantos escritores principiantes que él dio a conocer. Casi todos aquellos "novísimos" que promovió incansablemente tienen ahora la edad suya al morir, o más. Pero sigue siendo para todos aquel maestro insuperable.

Salvador Redonet Cook era cualquier cosa menos un académico típico. Su amiga y colega Margarita Mateo ha contado sobre su regocijo cuando alguien se alarmó porque él hubiera citado la letra de una canción popular en un análisis de la cuentística cubana y lo acusó de "mezclar la semiótica con la chancleta". El humilde doctor Redonet no se avergonzaba de vivir en Buena Vista.

Como crítico e investigador literario no dejó una obra extensa, desgraciadamente, aunque publicó varias antologías y escribió incontables prólogos y ensayos sobre la obra de narradores que nadie conocía, a los que dio la amplia -y después muy discutida- denominación de “novísimos”, luego de años recorriendo talleres y eventos literarios por todas las provincias del país.

Como crítico e investigador literario no dejó una obra extensa, desgraciadamente, aunque publicó varias antologías y escribió incontables prólogos

Aunque aseguraba muy en serio que "vivía del cuento", y Vivir del cuento se llamó un título suyo, el Redo, como todos lo llamaban, vivía realmente para el cuento, para estudiar, radiografiar, criticar, sistematizar y revelar la vida de esa multiforme y poco estudiada criatura, el cuento cubano. Llegó tan hondo en su investigación que sacó a la luz a toda una generación de cuentistas que cambiaron el rostro de la controvertida literatura de la revolución.

Los "novísimos" trajeron, más que un soplo de aire fresco, una gran bofetada: la tremenda revelación de que, bajo el disfraz triunfalista e hipócrita de toda aquella narrativa épica que glorificaba a los héroes que se habían hundido en el calor de la Historia, había una vasta realidad cruda, cruel y hasta tenebrosa, donde luchaban desesperadamente para sobrevivir unos seres muy alejados del mítico “hombre nuevo” y del androide obediente producido en serie.

Ya en vida, el Redo se había convertido en una suerte de leyenda en la Escuela de Letras. El más riguroso y divertido de los profesores. El doctor marginal. Alejandro Álvarez Bernal describe su asombro cuando vio entrar al aula a un negro flaco y de suaves maneras, con un diente de oro. Solo hay que recordar que su bondad, su sabiduría y su honestidad eran capaces de sobrevivir, y hasta de contagiar a otros, en el ambiente intelectual y académico de aquellos años lúgubres.

Es imposible decir poco del gran maestro caótico, negro, pobre, gay y cabeciduro, que hacía sentirse especial y apreciado a cada uno por aquel corazón tan enorme, que creció tanto, literalmente, que lo mató al final.

Su biblioteca era una mínima barbacoa al fondo de la humilde casa donde vivía y, cuenta Ángel Santiesteban, como había detrás un solar, los vecinos, cuando jugaban dominó y descubrían la luz encendida de su barbacoa, se pedían hablar bajito porque “el profe está estudiando”.

Investigador de cuentos él, llevaba tras sí un aura de mil cuentos, anécdotas y dichos divertidos. Había quien aseguraba que, aunque de ordinario él podía pasar por ebrio -hablaba entrecortado y se movía errático-, cuando bebía se iba tornando cada vez más y más sobrio, hasta alcanzar la lucidez suprema que lo caracterizaba.

Algunos recordamos cómo, tras uno de los infartos cerebrales que padeció, pasando por la terapia en que debía reaprender muchas cosas, como el dominio del habla, el Redo se esforzaba para convencer a los médicos de que, si no podía precisar bien qué cosa eran norte y sur o derecha e izquierda, no era porque todavía no recuperaba su capacidad cognoscitiva, sino porque nunca había sido ducho en datos tan complicados.

Ronaldo Menéndez lo recuerda como "negrito colibrí". Álvarez Bernal como una especie de Juan de Mairena, aquel profesor creado por Antonio Machado y que era su personaje preferido. Para todos era un amigo de los mejores y el dueño del juicio inapelable por atinado, pero también quien evadía el foco sobre su persona porque siempre había otra cosa más importante.

Para todos era un amigo de los mejores y el dueño del juicio inapelable por atinado, pero también quien evadía el foco sobre su persona

Uno de los tantos méritos de Salvador Redonet fue haber sido uno de los estudiosos que más actualizó a Virgilio Piñera cuando aún era mantenido en la sombra. Y nunca será sobrevalorada la importancia que tuvo este escritor para lo que ocurrió en la literatura cubana a partir de esos primeros años 90, mientras el país se precipitaba en el abismo del fracaso socialista.

Ena Lucía Portela, José Miguel Sánchez (Yoss), Daniel Díaz Mantilla, Raúl Aguiar, Karla Suárez, Rolando Sánchez Mejías, Rogelio Saunders, Ernesto Pérez Chang, Jorge Alberto Aguiar, Ricardo Arrieta, Amir Valle, Alberto Garrido… Es imposible recordar a todos los escritores que comenzaron a publicar en esa década oscura y que fueron de alguna manera descubiertos o promovidos por él.

Pero aquella labor nobilísima no era su sola obsesión, la fiebre que lo hacía palidecer todo para él. Cuenta Ronaldo Menéndez cómo lo sorprendió una vez al confesarle: "Fíjate, lo mío es Miguel Hernández, Antonio Machado, Dostoievsky… Los novísimos son para entretenerme".

Hoy existen un taller literario, una cátedra universitaria, una biblioteca con su nombre. Pero, como escribió Luis Marimón, "lo lamento visceralmente por los alumnos que no tendrán la oportunidad de conocer el enjuto cuerpo y la febril agitación de Salvador Redonet".

Pese a su pasión narrativa y, como académico, narratológica, el Redo llegó a perpetrar poemas y hasta recibió menciones en concursos poéticos. Cuando Dennys Matos se lo recordó, extrañado, el maestro se encogió de hombros: "Nadie es perfecto", replicó.

Como ya lamentó alguien, él, que escribió el verso Yo siempre llego tarde a todas partes, fue el primero en marcharse. Pero, hablando un día sobre la "trascendencia", el Redo aseguró conformarse con que algunos amigos "me recuerden mientras ellos vivan".

Y en eso estamos, Redo.

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