Santa y Andrés: Nunca es tarde si la censura es vieja
La Habana/Miami y La Habana son la misma ciudad. Los censurados de aquí van a parar allá, los residentes allá pasan sus vacaciones aquí. Las películas que no se permiten en las salas de cine cubanas encuentran su lugar en la calle ocho. Santa y Andrés, el filme dirigido por Carlos Lechuga y censurado en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se presenta este domingo en el Miami Film Festival.
El largometraje no pudo estrenarse en la Isla porque las autoridades cinematográficas se incomodaron con el tratamiento dado a la historia de un intelectual homosexual perseguido y vigilado en la década de los años ochenta. Sin haber hecho el necesario mea culpa por aquella cacería de brujas, el oficialismo se niega a aceptar que el castigo contra los creadores alguna vez existió.
Los más ortodoxos argumentaron que su guión distorsionaba los hechos y desconocía que muchos de los errores cometidos habían sido rectificados
La polémica sobre la exclusión de la cinta se desató durante semanas y los más ortodoxos argumentaron que su guión distorsionaba los hechos y desconocía que muchos de los errores cometidos habían sido rectificados. Como si sirviera de algo publicar un poemario de un autor del que dos décadas antes se asesinó la reputación y al que se rodeó de los peores calificativos.
Los defensores del filme señalan sus innegables valores artísticos y consideran que al hablar públicamente de esos oscuros momentos de la cultura nacional la obra ayuda a edificar un mejor futuro. Pero ni siquiera las opiniones de reconocidos directores como Fernando Pérez han hecho cambiar de idea a la maquinaria partidista del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR).
En la película, los dos mundos distantes que representan cada uno de los protagonistas logran hallar un hilo común. Quizás la mayor molestia que han sentido los censores no está dada por el tratamiento al poeta conflictivo, sino por la tesis del director de que es posible reconciliarse en medio de tan abismales diferencias.
Esa posibilidad de conversar y abrazarse a pesar de los abismos ideológicos que los separan, puede haber influido en contra de la obra de Lechuga. En un país donde el odio político es el principal motor que mueve al poder, no hay espacio para esa conciliación que promueve la cinta.
El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) solo hizo su papel de aplicar las tijeras a la cultura nacional, pero la orden fue dada más arriba. En una entidad que afortunadamente todavía no tiene el control sobre los filmes que se proyectan en Miami, esa otra provincia cubana.