La vida solitaria de un policía en la luna
Las Palmas de Gran Canaria/A veces un breve pasaje determina cómo vemos una obra en su conjunto. Esto mismo sucede con Un policía en la luna, el tercer cómic del ilustrador y animador británico Tom Gauld (1976). Aunque, si bien somos conscientes de la importancia de ese momento clave una vez que llegamos a él, tratar de dilucidar sus consecuencias narrativas se hace mucho más complicado en una historia que hace de la soledad su tema principal y que demanda del lector una gran implicación emocional.
En este trabajo, Gauld nos traslada a una colonia lunar que parece haber vivido momentos mejores. La luna ya no está de moda y sus antes ilusionados habitantes abandonan el satélite en un constante goteo. Parece que están ocurriendo cosas fascinantes en otros lugares en comparación con el letargo del asentamiento, y no se puede evitar cierto desasosiego al contemplar que todos esos sitios están en la Tierra. La humanidad ya no mira a las estrellas, sino que se encierra en sí misma, parece decirnos el autor.
En plena decadencia de la colonia, un agente de policía –del que no sabemos su nombre, su edad o su pasado– patrulla por el asentamiento como siempre, aunque apenas ocurra nada. Sus días transcurren buscando perros que se han escapado o llevando de vuelta a casa a niñas que merodean por sectores prohibidos. En el descanso compra un dónut y un café en una defectuosa máquina expendedora y come y bebe dentro de su coche mientras observa la Tierra y las estrellas.
Gauld nos traslada a una colonia lunar que parece haber vivido momentos mejores. La luna ya no está de moda y sus antes ilusionados habitantes abandonan el satélite en un constante goteo
En una entrevista a The Comic Journal, Gauld no se define como contrario a la tecnología, pero la mayoría de los robots que aparecen (y que poco a poco sustituyen a los colonos que se marchan) presentan algún tipo de fallo, lo que pone en evidencia las pocas esperanzas del autor en que la tecnología solucione problemas como la soledad, algo de lo que sufre el policía, y mucho.
Aunque, por momentos, no todo es tan dramático: hay cierta ternura en la manera en que Gauld expone la relación entre el agente y los robots defectuosos, y un humor con un regusto final a ironía impregna algunos de sus actos, como cuando es felicitado por los vecinos de la colonia y sus superiores en la Tierra por eliminar el crimen en un sitio donde no lo hay.
Un día la vieja máquina expendedora es retirada y sustituida por un minicafé lunar atendido por una recién llegada camarera a la colonia; y en lo que es un claro contrapunto de todo lo que había sucedido previamente (la marcha de los colonos y la automatización), el policía le confiesa que está deprimido.
De repente, un hombre embrutecido por la monotonía del paisaje y del sinsentido de su trabajo, y por la falta de contacto humano, se topa con una persona totalmente opuesta a él. "Puedo pasarme las horas muertas mirando a las piedras y las estrellas. Me da mucha tranquilidad", dice la camarera en uno de los escuetos diálogos desarrollados por el autor.
Una lectura despistada o atenta de 'Un policía en la luna' puede llevar a que la historia transcurra por un lado o justamente por el contrario
Es en este punto de la historia donde una lectura despistada o atenta puede llevar a un lado o justamente al contrario. El encuentro entre ambos puede convertirse en una de tantas historias cliché en la que el chico deprimido consigue abordar la vida con ilusión una vez más gracias a la chica que ve las cosas de una manera diferente, o puede ser por otro lado un análisis frío, distante y desesperanzado sobre la soledad y cómo nos relacionamos con los demás.
Gauld salva este problema gracias al poco afán que muestra a la hora de definir sus personajes, como si pretendiese y tuviese la esperanza de que, de esta manera, fuesen los lectores los encargados de completarlos con su propia y compleja experiencia personal para evitar cualquier tipo de conclusión simplista.
Un policía en la luna señala que solo cuando somos conscientes de nuestra soledad buscamos a los demás y nos molestamos en conocerlos, pero a la vez nos advierte de que cuando estamos en compañía nos damos cuenta de lo solos que estamos, y esta apuesta de Gauld por apelar a la lucidez dolorosa del lector contribuye a aumentar la valía de su nuevo trabajo.