La guerra de las estatuas
La República no borrará ninguna huella ni ningún nombre de su historia; no olvidará sus obras ni retirará sus estatuas
La estatua que erige homenaje a un racista cae por su propio peso
Una de las vertientes derivada de las protestas antirracistas que siguieron al homicidio de George Floyd a manos de un policía en Mineápolis el pasado 25 de mayo ha sido el debate sobre el derribo de estatuas situadas en la vía pública. La última ola comenzó con los ataques a monumentos que homenajeaban a personajes que promovieron políticas racistas contemporáneas y ha llegado al siglo XV, con la petición o retirada efectiva de esculturas de Cristóbal Colón y otros conquistadores de su época, como Ponce de León. Pero el asunto no es nuevo, desde hace décadas estos movimientos surgen de manera recurrente por todo el mundo, como la que recorrió a las antiguas repúblicas soviéticas, con las efigies de Lenin o Stalin, o las de otros líderes autoritarios de América Latina, de Hugo Chávez a Augusto Pinochet.
Solo en la última semana se han producido dos anuncios importantes. En California se supo que la estatua de Cristóbal Colón e Isabel I de Castilla que presidía el Capitolio desde hacía un siglo será retirada porque ofende a los indígenas americanos, apenas un día después de que se suprimiese la estatua del colono John Sutter en Sacramento y de que el alcalde de Albuquerque autorizara llevarse la del conquistador español Juan de Oñate de su lugar después de una protesta violenta.
La estatua de Winston Churchill ha sido atacada por considerarse racistas muchas de las afirmaciones del histórico 'premier'
Este jueves, en Washington, la líder de los demócratas, Nancy Pelosi, ha anunciado la retirada de los retratos de cuatro de sus predecesores en el cargo que sirvieron en el bando de la Confederación durante la guerra civil estadounidense. "La comunidad del Congreso tiene la sagrada oportunidad y obligación de hacer cambios significativos para asegurar que los pasillos del Congreso reflejen los ideales más altos de los estadounidenses. Lideremos con el ejemplo", sostuvo.
La polémica ha llegado a Europa, donde en los últimos días han sido vandalizadas dos estatuas importantes. En Amberes, Bélgica, el monumento a Leopoldo II fue grafiteado por su contribución al genocidio en el Congo a finales del siglo XIX. Y en Reino Unido la estatua de Winston Churchill ha sido atacada por considerarse racistas muchas de las afirmaciones que el histórico premier hizo en su día. "Es cierto que en ocasiones [Churchill] expresó opiniones que fueron y son inaceptables hoy en día, pero fue un héroe y se merece completamente el monumento", dijo el actual primer ministro, Boris Johnson.
En Francia, también Emmanuel Macron se ha alineado con estas tesis y considera que es compatible la defensa de los valores presentes con el reconocimiento al pasado. "La República no borrará ninguna huella ni ningún nombre de su historia; no olvidará sus obras ni retirará sus estatuas. Debemos mirar juntos con lucidez toda nuestra historia, nuestra memoria".
La mayoría de historiadores opina que es cuestión de matices. Carlos Martínez Shaw, miembro de la Real Academia de la Historia de España, dice que no es lo mismo una estatua del siglo XV, como la de Cristóbal Colón, que una del siglo XX, como las de los dictadores de los últimos cien años, cuando "los valores humanos y de defensa de la persona ya estaban muy acrisolados". Para César Augusto Ayala, doctor en la Universidad Lomonosov de Moscú, destruir restos del pasado "no es positivo, porque nos priva de instrumentos para su conocimiento", pero "cualquier monumento puede trasladarse de sitio, recibir un nuevo significado, ocultarse a la vista del público".
Mientras unos se muestran francamente en contra ("Si empezamos a derrocar monumentos creyendo que nuestra moral es superior o que lo que estamos haciendo es bueno, ¿qué hacemos con las pirámides, el Partenón y el Coliseo romano, todos construidos, al menos en parte, por el trabajo esclavo?", se preguntó en la BBC Andrew Roberts, biógrafo de Winston Churchill), otros están ferozmente a favor ("Como historiadora no puedo purificar el imperialismo británico que se basó en el racismo, la codicia y la violencia cruel, apelando a la idea de que en el siglo XIX la gente tenía una moral distinta", sentencia Charlotte Riley, de la Universidad de Southampton), y otros, como Sergio Paolo Solano, de la Universidad de Cartagena de Indias, pide analizar el fenómeno con mesura: "Esas luchas políticas por la memoria y el significado de los lugares públicos son legítimas". La polémica, en cualquier caso, seguirá servida.