El fracaso de los atletas cubanos en París ratifica que el deporte nacional ha entrado en coma
La revista oficialista 'Alma Mater' analiza los motivos del derrumbe, desde "la cumbre a la crisis"
La Habana/La ecuación que explica el fracaso del deporte cubano es simple: no hay “músculo” sin dinero, y Cuba no tiene –o al menos esa es la versión oficial– con qué invertir en la preparación de sus atletas. Resultado: hay que mandarlos a entrenar fuera del país y muy pocos resisten la tentación de fugarse. Los pocos que vuelven es porque prefieren escapar en París que en Nicaragua o República Dominicana.
Se atreve a decirlo Alma Mater, la revista universitaria aletargada desde la defenestración de su director que, esporádicamente, aborda un tema espinoso. En un texto que describe el trayecto del deporte cubano ”de la cumbre a la crisis”, la publicación oficialista analiza por qué en los últimos 20 años el deporte dejó de ser una prioridad para el Gobierno.
Los dos puntos de comparación son las olimpiadas de Atenas 2004 y las de París 2024. En la capital griega, los cubanos, con una delegación de 151 deportistas, ocuparon el onceno lugar del medallero con 27 preseas; en Francia, donde la Isla quedó en el puesto 32, solo obtuvieron nueve medallas, la misma cantidad que los cubanos exiliados que jugaban con otras banderas.
El problema se veía venir y cada evento olímpico en las últimas dos décadas dio signos de alerta más sonoros
El problema se veía venir y cada evento olímpico en las últimas dos décadas dio signos de alerta más sonoros. Fue un “giro radical”, señala Alma Mater, que gasta varios párrafos elogiando a la “potencia deportiva” que antaño fue Cuba antes de entrar en materia.
Cuba ni siquiera tiene ya el mismo nivel de clasificación y el oficialismo considera una vergüenza “la cantidad de figuras bajo otras banderas”. “Esa pérdida constante del talento, causas más que conocidas, desconfigura cualquier tipo de planificación a mediano y largo plazo con esos atletas cuyas capacidades son ideales para ofrecer altas prestaciones en más de un ciclo. Y sin trasladar el comentario a otra arista, a Cuba le afecta como a nadie”, admite.
“Verlos triunfar con otros himnos en sus labios enorgullece, pero duele. Cambiar de casa no es pecado, es entendible y sobre todo si como razón se persigue la estabilidad en todos los aspectos”, resume.
La cuestión clave –que cierra el artículo sin una respuesta– “no es por qué se van, sino por qué no se quedan”. Se van por las “comprensibles insatisfacciones de los deportistas y entrenadores”, admite la revista. “Basta con escuchar las declaraciones de quienes se han mantenido en la isla caribeña, pues resulta casi imposible gestar una preparación con recursos escasos”.
Pese a su talento, los atletas cubanos están a años luz del tipo de entrenamiento que reciben sus homólogos en el mundo entero. No disfrutan la “fuerte inversión” que todos los Gobiernos ofrecen a la “actividad del músculo” que les dará réditos importantes –económicos y de prestigio– en los olímpicos y otras competencias clave. “No se requiere de conocimientos exquisitos sobre la economía para concluir que en Cuba dicha cuestión pasa por el camino donde las cuentas no dan”, argumenta.
Un buen entrenamiento es una aspiración que está, dice Alma Mater usando un eufemismo, a una “modernidad distante” de los humildes deportistas cubanos. Falta “la tecnología en el desarrollo de planes para terminar de pulir las capacidades, la actualización en la metodología a la hora de aplicar conceptos necesarios para las competiciones y la especialización de las disciplinas adyacentes en la construcción del atleta”. Contra esas taras, no hay talento que valga. Tras su análisis, a Alma Mater no le queda de otra que enumerar viejas glorias para dar la medida de la debacle.
El buque insignia del deporte cubano –al menos desde Múnich 1972– era el boxeo. Gracias a sus quinteto estrella –Yan Bartelemí, Yuriorkis Gamboa, Rigoberto Rigondeaux, Mario Kindelán y Odlanier Solis–, la Isla se llevó cinco de los nueve oros en Atenas 2004. Desde Montreal 1976, los boxeadores –era la época de Teófilo Stevenson– habían dado la cara por el país gracias al dinero soviético, que Alma Mater recuerda con nostalgia: “el contexto bajo los cinco aros era diferente”.
En Moscú 1980 la Isla se lució, en parte porque “en aquellos juegos se ausentaron grandes potencias”, comenta la revista
En Moscú 1980 la Isla se lució, en parte porque “en aquellos juegos se ausentaron grandes potencias”, comenta la revista, y la competencia no estuvo demasiado reñida. La política siguió marcando los derroteros del deporte y no pocos atletas de la Isla –lamenta con cierto tono de rencor la revista– se vieron impedidos de viajar a Los Angeles 1984 y Seúl 1988. El gran retorno, afirman, fue Barcelona 1992, con 30 medallas y el quinto puesto mundial. Eran los últimos minutos de fama.
Con el Período Especial, las consecuencias de la caída de la Unión Soviética y la entrada al siglo XXI, el deporte cubano entró en coma. En Beijing 2008, la Isla quedó en el lugar 27 y demostró el desnivel de los atletas en comparación con los parámetros internacionales. Salvaban al país nombres aislados, como Félix Savón en boxeo, Javier Sotomayor en salto o Elvis Gregory en esgrima.
Era el signo de que el deporte de la Isla dependía de unos cuantos atletas excepcionales y no de un proceso organizado. Las cuentas se pagarán ahora, evalúa Alma Mater, puesto que el último deportista de esa época “legendaria”, Mijaín López, acaba de retirarse tras su quinto oro olímpico consecutivo.
El análisis acaba con una imagen que quiere ser poética: el entrenador que encuentra “en el lugar más recóndito de nuestra isla a ese niño o niña con las capacidades de futura estrella”. Pero no servirá de mucho, pues –como demuestra la estampida de prospectos de béisbol– también los niños y adolescentes anhelan “la consabida partida en busca de otros horizontes”.
París debe ser visto como un trauma y un signo de la inequívoca “situación de crisis” que vive el deporte cubano, zanja Alma Mater, aunque pronto recoge pita y pide disculpas, porque “la frase suena fuerte” pese a las buenas intenciones.